Para una reflexión cristiana sobre género y desigualdades

4:00 p m| 5 jun 18 (RM).- Se han vuelto ineludibles en el ultimo tiempo las conversaciones sobre el tema del género. Y ellas nos interpelan desde diversos ámbitos. Actualmente, las discusiones respecto de tales materias están asociadas a una serie de significados y reivindicaciones que las convierten en un campo de disputa política, religiosa y ciudadana, lo cual no solo hace difíciles los términos de cualquier diálogo, sino que genera, también, polarizaciones innecesarias.

Así presenta su ensayo Tomás Ojeda Güemes -publicado en la revista Mensaje- quien además propone algunas claves de lectura que nos permiten acercarnos a las definiciones y usos contemporáneos del género en el campo de las teorías feministas y sus estudios, revisando algunos de sus aportes a la investigación teológica sobre las desigualdades. Resalta que de los estudios de género pueden surgir aportes para la formación cristiana, y los debates actuales son una oportunidad de hacerlos ver.

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Notas introductorias sobre el género

“Quienes quisieran codificar los significados de las palabras librarían una batalla perdida, porque las palabras, como las ideas y las cosas que están destinadas a significar, tienen historia(1)”. Esta cita de la historiadora Joan Scott es importante y marca una primera orientación epistémica en mi aproximación conceptual al género. Junto con ella, diversas autoras han puntualizado la necesidad de situar las preguntas por el origen de la categoría género dentro de un contexto histórico y cultural específico.

Esto no solo nos desafía a interrogar las formas de transmisión, traducción y usos del concepto en su especificidad semántica y geográfica, sino también a comprender que respecto del género existe un campo de investigación inmensamente diverso, difícil de acotar a una sola definición, y abierto, aún, a comprensiones plurales y multidimensionales.

Las investigaciones en torno al género coinciden en que este sería una categoría analítica central en el desarrollo de las teorías feministas. En este contexto, los usos modernos del concepto se le atribuyen a la filósofa francesa Simone De Beauvoir(2), quien articuló en su célebre frase “no se nace mujer, se llega a serlo” uno de los puntos centrales de la teorización académica sobre el género al distinguirlo conceptualmente de la categoría sexo, que refiere principalmente a los marcadores de diferencia biológicos y anatómicos.

De Beauvoir destacó la importancia de reflexionar sobre las condiciones sociales que explican aquello que culturalmente entendemos como propio del ser femenino y que históricamente ha construído a la mujer como diferencia respecto del otro masculino. El género, bajo este paradigma, es utilizado para cuestionar la naturalización de la diferencia sexual-genital y sus efectos sobre las maneras en que se organizan las relaciones entre hombres y mujeres, destacando distintos tipos de desigualdad que sitúan tanto a las mujeres como a las “minorías sexuales” en posición de sometimiento respecto de los hombres y la norma heterosexual.

De esta forma, las diferencias anatómicas entre hombres y mujeres y sus efectos sociopolíticos dejan de ser comprendidos solo en razón de una determinada naturaleza o constitución biológica, y comienzan a ser analizados desde sus componentes culturales e históricos(3). El género, en definitiva, sería la construcción cultural del sexo. ¿A qué me refiero con lo anterior? En algunos contextos, tener o no tener un determinado genital podría limitar nuestras posibilidades de existencia y exponernos, incluso, a situaciones de violencia no buscadas.

Si soy hombre, en cambio, gozo de ciertos privilegios que no tienen las mujeres, respecto de los cuales no todos somos conscientes. Además, si mis prácticas sexuales y expresiones de género(4) no se condicen con mi sexo biológico ni con los modelos de masculinidad o feminidad tradiciones, puedo ser brutalmente golpeada y violada, torturado, insultado y asesinado. Es lo que viven muchas lesbianas, gays, personas trans e intersex en distintas latitudes.

 

El género en disputa(5)

A partir del desarrollo de las teorías feministas, el género comenzó a ser comprendido como un concepto que busca transformar los sistemas de organización social que sitúan a hombres y mujeres en relaciones de jerarquía y antagonismo, dando relevancia a la necesidad de visibilizar los juegos de poder presentes en ese tipo de relaciones(6). En este contexto, el género reivindica un territorio de investigación específico que insiste en la insuficiencia de los marcos teóricos existentes para explicar la desigualdad entre mujeres y hombres(7).

Es el instrumental analítico que permite corregir el determinismo biológico que naturaliza la experiencia de opresión de las mujeres y la violencia de la que son objeto las personas LGBTI(8), desplazando el foco hacia la influencia de la cultura sobre el orden social y las definiciones identitarias.

Siguiendo a la teóloga argentina Virginia Azcuy, “esto quiere decir que si la discriminación tiene un fundamento biológico y éste no se puede cambiar, no podrá ser superada la desigualdad; mientras que, si la discriminación obedece a razones culturales y simbólicas, puede ser transformada desde objetivos ético-políticos”(9).

El potencial transformador del género ha sido acogido con cierta sospecha por parte del magisterio de la Iglesia católica. El papa Francisco y algunos de sus antecesores han utilizado la expresión ideología de género para connotar negativamente los aportes que derivan de los estudios de género y las teorías feministas. Sin establecer distinciones ni matices, han advertido acerca de sus peligros y amenazas.

La invención del término ideología de género se remonta a la incorporación política del género en las Conferencias Mundiales sobre Población y Desarrollo y de la Mujer promovidas por Naciones Unidas, específicamente las celebradas en El Cairo (1994) y Beijing (1995) (10). En dicho contexto, el estado del Vaticano, junto a sus aliados cristianos e islámicos, reaccionó frente a las consecuencias jurídicas y políticas derivadas del discurso en favor de la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Desde su perspectiva, esto no solo acentuaría el carácter sociocultural de las desigualdades por sobre otro tipo de explicaciones, sino que legitimaría el reconcimiento de otro tipo de violencias históricamente invisibilizadas, a saber, las que experimentan las personas en razón de su orientación sexual e identidad de género(11).

Si bien el debate es bastante más complejo y denso, lo importante aquí es señalar que para la política vaticana, y por consiguiente, para los pronunciamientos magisteriales sucesivos, el carácter problemático del género sería que este, en su masificación dentro del campo de las políticas públicas y los derechos humanos, habría comenzado a utilizarse con independencia del sexo biológico. Y este giro epistémico, lejos de ser una amenaza o un peligro, ha habilitado un cuestionamiento importante a los vínculos entre sexo y género que plantea nuevas preguntas y desafíos que no podemos seguir respondiendo con las mismas categorías y esquemas.

 

Aportes y desafíos a la reflexión teológica

La reflexión teológica se beneficiaría de los aportes provenientes de los estudios de género al develar los mecanismos de poder que subyacen a las desigualdades que afectan de manera diferenciada a mujeres y hombres. La perspectiva de género pone de relieve la incidencia de la cultura sobre la configuración identitaria de cada individuo y las relaciones sexuadas que caracterizan las interacciones entre unas y otros.

Así mismo, advierte sobre el carácter opresivo de un tipo de argumentación que se vale de la naturaleza o de la religión para legitimar la discriminación y la violencia contra las personas en razón de su orientación sexual e identidad de género. Y en ese contexto, la adopción crítica de la categoría de género por parte de la reflexión teológica permite visibilizar y desmantelar la ideología androcéntrica y patriarcal que subyace en muchos discursos y prácticas cristianas(12). Con todo, los estudios de género y las teorías feministas no pueden ser concebidas como una amenaza ni como un peligro del cual hay que protegerse.

Las críticas contra el patriarcado y el machismo no son sino formas de denuncia contra los abusos de poder de un orden cultural que reproduce relaciones de género que son estructuralmente desiguales, y que naturalizan formas de violencia que el cristianismo no puede amparar, sino al contrario, atacar y condenar. Tal como sugiere Azcuy(13): “Cuando el magisterio de la Iglesia católica realiza una crítica evangélica al machismo cultural, está indicando un camino a recorrer no solo en el ámbito de las prácticas sino también de las teorías y esto incluye a la teología cristiana”.

(1) Scott, Joan (1990), El género: una categoría útil para el análisis histórico, p. 23.
(2) Beauvoir, Simone (1949), El segundo sexo.
(3) Scott, J., ob. cit.
(4) Concepto que refiere a las diversas formas en que mi identidad de género se expresa frente a otras personas: vestimenta, gestos, tono de voz, uso de pronombres, etc.
(5) Cita que refiere al título del libro de la filósofa feminista Judith Butler.
(6) Scott, J., ob. cit.
(7) Azcuy, Virginia (2004), Teología ante el reto del género. La cuestión y el debate antropológico.
(8) Sigla que designa a las personas lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersex.
(9) Azcuy, V., ob. cit.
(10) Fumagalli, Aristide (2016), La cuestión del gender. Claves para una antrolopología sexual.
(11) Zúñiga, Yanira (2017), La ideología de género.
(12) Azcuy, Virginia (2016), Teología y estudios de género. Un discernimiento al servicio de una vida humana más digna.
(13) Ibid., p. 9.

 

Fuente:

Extracto del texto de Tomás Ojeda Güemes. Publicado en la revista Mensaje. No 662 – Setiembre 2017.

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