Cinco razones por las que la Asamblea del Sínodo podría ser insuficiente
7:00 p m| 21 oct 15 (NCR/BV).- Análisis del jesuita Thomas Reese, teólogo y escritor, especialista en asuntos de Iglesia, que pone sobre la mesa cinco factores que podrían impedir que la Asamblea del sínodo llegue a conclusiones importantes, o que estas se transformen en acciones que acerquen a la Iglesia a problemáticas actuales. Reese indica además que los motivos mencionados, incluso permitían anticipar esto antes de que se inicie, aunque con Francisco nunca se sabe qué puede pasar.
Entre los factores que se mencionan en el texto -publicado en el National Catholic Reporter- resalta la amplitud del término “familia” y las innumerables cuestiones a su alrededor, que necesitan un debate y análisis constante, más que una Asamblea de solo tres semanas (lo que apela al verdadero sentido del Sínodo, comentado la semana pasada), y la notoria ausencia de teólogos que sean una fuente de reflexión entre lo real y actual, y el mensaje que encontramos en las escrituras.
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Hay cinco razones que impedirían alcanzar sus metas a la Asamblea sinodal, incluso antes de que los obispos se reunieran en Roma el 4 de octubre. Quizá Francisco pueda hacer un milagro y salvar la situación, pero las probabilidades no están a su favor.
En primer lugar, el tema de la Asamblea, “la familia” es demasiado amplio. La familia se manifiesta en todo y todo se manifiesta en la familia. Cualquier cosa mala en el mundo afecta a las familias, y cualquier problema en las familias afecta a las sociedades en las que viven.
Tenemos factores sociales y económicos que impactan en la familia: el desempleo, la vivienda, la guerra, el terrorismo, el cambio climático, las diferencias entre religiones, el consumismo, los medios de comunicación social, la educación, y así sucesivamente. Todos los problemas en el mundo tienen un impacto en las familias, desde los problemas de adicción hasta la corrupción en política.
También tenemos cuestiones morales que rodean a la familia, que abarcan todo, desde el propio acto sexual hasta la fidelidad, el aborto, la anticoncepción, las madres de alquiler, la homosexualidad, el divorcio, la igualdad de género, el abuso infantil, violencia conyugal, y más.
Además las familias son el espacio donde se aprende o no se aprende la fe cristiana, por no hablar de hábitos y virtudes morales simples. Y ni siquiera he mencionado las cuestiones teológicas y canónicas que rodean las familias: el matrimonio como un sacramento, anulaciones, ceremonias litúrgicas, la familia en la Iglesia, etc.
Es simplemente demasiado a tratar para una reunión de tres semanas.
En segundo lugar, el universo de miembros del sínodo dificulta la conducción del tema de la familia. Los 270 padres sinodales proceden de muchas culturas diferentes y como resultado tienen diferentes prioridades y preocupaciones, por no hablar de diferentes concepciones culturales sobre la vida familiar.
Obispos de Oriente Medio y de África ven a las familias de su región enfrentar la amenaza constante de la violencia y la muerte, que les obliga a convertirse en refugiados que huyen de sus hogares. ¿Cómo se puede tener una familia en estas circunstancias?
Muchos obispos en el mundo desarrollado están preocupados sobre cómo responder a las altas tasas de divorcio. Pero fuera de las naciones ricas e industrializadas, se podría priorizar problemas como la trata de personas, los matrimonios arreglados, los matrimonios interreligiosos, niñas novias, la poligamia, la mutilación genital femenina, y otras cuestiones vinculadas con lo cultural.
¿Puede tanta gente, de orígenes tan diversos, tener algún entendimiento común de los problemas que enfrentan las familias y cómo tratar con ellos?
El tercer problema que encara la Asamblea es el proceso sinodal en sí. Las Asambleas sinodales son fábricas de papel. Producen un montón de discursos, recomendaciones y algunas veces incluso un documento final ¿Pero hacen diferencia? En 1980, cubrí una Asamblea anterior sobre la familia que enfrentó a casi todos los problemas a los que se refieren también en esta edición. ¿Hacen alguna diferencia? Si lo hicieran (los documentos), yo no lo veo.
La Asamblea de 1980 hizo muchas de las mismas recomendaciones que ahora se entregarán: una mejor preparación para el matrimonio, una mejor formación del clero para que puedan ayudar a las familias, mejores programas de educación, un mayor apoyo a las familias, menos violencia, más amor.
Nuevos programas e ideas no se generan en los encuentros sinodales. Los obispos sólo pueden compartir lo que llevan consigo. Los nuevos programas son creados por “emprendedores” que tienen una idea, experimentan con ella, y las mejoran a través de ensayo y error.
La cuarta razón por la que esta Asamblea podría fallar es que está fuertemente dividida sobre lo que se puede y no se puede cambiar. Esta diferencia se puede notar con claridad en la cuestión de la readmisión a la comunión de los católicos divorciados vueltos a casar.
Un lado ve sólo la ley -el matrimonio es permanente y termina solo en el caso de muerte de uno de los cónyuges. El otro extremo ve a millones de personas que sufren de matrimonios rotos que no han logrado reparar.
Una solución a esta crisis es el proceso de anulación, con el que la Iglesia declara que, a pesar de que hay un “contrato” firmado, este no es válido debido a algún fallo en el momento en que la boda se llevó a cabo. Hubo mucho apoyo en la primera etapa de esta Asamblea, en octubre del año pasado, para hacer el proceso de anulación más fácil y más rápido, y Francisco actuó al respecto en el periodo entre ambas etapas.
La actitud de los obispos hacia las anulaciones es el mayor cambio desde la Asamblea sinodal sobre la familia de 1980, cuando los obispos estadounidenses fueron ferozmente atacados por los cardenales de la curia por hacer las anulaciones “demasiado fáciles”.
Francisco ha ido mucho más allá que los procedimientos estadounidenses, al permitir que obispos puedan declarar un matrimonio anulado mediante un proceso administrativo, en lugar de un proceso judicial. Incluso los canonistas se están rascando la cabeza preguntándose cómo va a funcionar eso.
Pero el problema fundamental que enfrenta esta Asamblea es el mismo que enfrentó el Concilio Vaticano II: ¿Qué se puede y qué no se puede cambiar en la Iglesia? El Papa y los obispos están diciendo constantemente que no se va a cambiar la doctrina de la Iglesia, solo la práctica pastoral. Y los obispos incluso parecen tener miedo de hablar sobre el desarrollo de la doctrina, para que no se les perciba irresolutos al respecto.
Los conservadores ven la readmisión a la comunión de los católicos divorciados vueltos a casar como una violación de la doctrina de la Iglesia -la indisolubilidad del matrimonio. Para ellos, sería como admitir que la Iglesia estaba equivocada en su enseñanza anterior.
Cualquier estudioso del Concilio Vaticano II reconoce que en aquellos días el cardenal Alfredo Ottaviani y sus colegas conservadores tenían la misma postura que se oponía a las propuestas de cambios en la enseñanza de la Iglesia sobre el ecumenismo, la libertad religiosa y otros asuntos.
Por ende, para que los obispos puedan permitir que católicos divorciados vueltos a casar -que no tienen una anulación, pero sí una unión civil- puedan recibir la Comunión, deben explicarlo de alguna manera como un cambio solo en la práctica pastoral y no un cambio en la doctrina.
La quinta y última razón es la ausencia de teólogos en la Asamblea. Un cardenal conservador de la curia se quejó del nivel casi “colegial” en la teología que se expone en los discursos episcopales. Hay algo de verdad en ese reclamo. Hay poca evidencia en los debates de que los obispos hayan consultado a teólogos, a fin de comprender el pensamiento contemporáneo en la Escritura, la ética o la doctrina.
Hubiera sido mejor para los obispos que pasaran la primera semana escuchando a los teólogos hacer una exégesis de pasajes de las Escrituras sobre el matrimonio, que expliquen el concepto del desarrollo de la doctrina, que relaten cómo ha manejado históricamente la Iglesia la cuestión del matrimonio, y que propongan soluciones a cuestiones controvertidas.
La razón del éxito del Concilio Vaticano II fue la alianza que se forjó entre los teológicos peritos y los padres conciliares, que fue capaz de derrotar a la intransigencia de la Curia Romana. Trágicamente, esta alianza se rompió después de la Humanae Vitae, cuando los teólogos fueron “exiliados”, como disidentes a quienes los obispos iban a evitar a toda costa.
El resultado ha sido desastroso para la Iglesia. Es como si la gestión de una gran empresa no está en sintonía con su división de investigación y desarrollo. ¿Usted invertiría en una empresa de este tipo?
¿Hay esperanza para la Asamblea sinodal? Sí. Francisco ha iniciado un proceso que ha abierto las ventanas que se cerraron después del Concilio Vaticano II. Tomará más de tres semanas mover la iglesia hacia adelante, pero se va en la dirección correcta.
Fuente:
National Catholic Reporter