Frozen: Un corazón limpio para conocernos mejor
11.00 p m| 09 jul 15 (THINKING FAITH/BV).- “Bienaventuranzas en películas” es como ha denominado Thinking Faith a su última serie de reflexiones que cruzan lo religioso con lo cultural, y aunque las producciones elegidas tienen como público a niños y adolescentes, el enfoque en el argumento está dirido a cualquier edad.
Según Frances Murphy, Frozen -la animación más taquillera de todos los tiempos- resulta ideal para ilustrar la bienaventuranza de los limpios de corazón (porque ellos verán a Dios). Una historia de dos hermanas muy unidas de niñas y separadas luego hasta su adolescencia, descubrirán que es el amor fraterno el verdadero deseo que las llevará a estar reunidas nuevamente. La clave para ese descubrimiento es el aprender a conocerse uno mismo.
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Esta no es la única bienaventuranza que tiene su sabiduría un poco nublada por la incertidumbre en cuanto a su público objetivo: quiénes, exactamente, son los “limpios de corazón”? Es relativamente fácil identificar a los que sufren o a los que son perseguidos, incluso si no los encontramos con regularidad; pero no podríamos reconocer tan rápidamente a los que son pobres de espíritu, por ejemplo, o los que tienen un corazón puro. Estas últimas descripciones parecen apuntar hacia algo en lo profundo de una persona, en lugar de un rasgo que se traduce en palabras o hechos.
La pureza de corazón podría sugerir una persona que no está manchada por el pecado, alguien “santo” -por lo menos de acuerdo a esa comprensión infantil de santidad, que coloca a los santos como modelos de perfección. Para los niños, poner santos en un pedestal les puede dar algo a lo que aspirar; si lo hiciéramos con los adultos, sería desalentador ver cuán lejos estamos del pedestal. A medida que nuestra fe madura, llegamos a entender que la santidad depende de nuestra capacidad de reconocernos como pecadores, y no en estar libre de pecado. Así que la pureza de corazón debe estar en otra cosa. También se podría estar tentado a tomar la palabra “corazón” y hacer que todo gire sobre un romance o incluso sobre sexualidad. Pero los evangelios no son conocidos por sus proscripciones sobre ética sexual, por lo que esa bienaventuranza tampoco parece ir por ahí.
¿Quiénes son esas personas que son tan bendecidos que han de “ver a Dios”? Me dirijo al P. Gerry O’Mahony, quien escribió en un artículo: “Esta bienaventuranza no se trata de la virtud de la castidad, sino más bien de la unidad de propósito y deseo”. Esa es una buena propuesta para iniciar una conversación sobre esta bienaventuranza con los niños, que suelen disfrutar hablar de lo que quieren. Animar a los niños a participar profundamente en el vínculo que existe entre sus deseos y cómo estos le hacen comportarse, podría ayudar a que vean, en formas que aún no han reconocido, la forma en que están en relación con Dios. Frozen puede ser un trampolín para tal discusión -no solo porque será difícil encontrar un niño que no la haya visto (y que no tenga el DVD, los vestidos o el muñeco de nieve), sino porque les da una demostración física de la importancia de descubrir y ser guiados por un verdadero deseo del corazón.
Si ha logrado evitar el fenómeno Frozen, aquí una síntesis de lo que necesita saber. La princesa Elsa se ve afligida desde la infancia con el poder de congelar las cosas a su alrededor, un poder que no logra mantener bajo control. Mientras juegan, Elsa accidentalmente dirige un impacto de hielo a la cabeza de su hermana pequeña Ana, quien debe ser curada por un sabio y bondadoso troll. A partir de entonces, los padres mantienen a las hermanas separadas a fin de evitar un incidente parecido. Esto confunde y entristece mucho a Ana, ya que parte de la curación del troll implicó que pierda la memoria, y no comprende por qué debe estar separada de Elsa.
Pasan muchos años y Elsa sale por fin de su reclusión para ser coronada reina de Arendelle; pero cuando se altera por el anuncio de su hermana, que decide casarse con el Príncipe Hans (a quien recién acaba de conocer), Elsa pierde el control de sus poderes y provoca un invierno eterno sobre el reino, del que luego huye. Ana la persigue y en una disputa se repite el accidente de la niñez, sólo que esta vez impacta en el corazón de la hermana menor. “Sólo un acto de verdadero amor puede descongelar un corazón”, es lo sentencia en esta ocasión el troll. A qué se refiere con eso, ¿A un beso del intrigante príncipe Hans? ¿O de su nuevo compañero, Kristoff? Pues a ninguno. Es la decisión de Ana de interponerse en el intento de Hans de matar a su hermana Elsa lo que descongela su corazón. El verdadero amor por su hermana.
Cuando el troll curó a Ana de niña, la primera vez, le dice a sus padres que felizmente se pudo salvar porque “la cabeza puede ser persuadida, pero cuidado, que el corazón no es tan fácil de cambiar”. Esas palabras que se dan casi al inicio de la película nos da un camino para poder hablar de la bienaventuranza. El palabras del troll hablan de la diferencia entre la actividad fluctuante de nuestras mentes y la convicción de nuestro corazón, aunque eso no quiere decir que lo que pasa en nuestras cabezas no importa. De hecho, puede ser muy útil, incluso esencial, para ayudarnos a descubrir y dar sentido a nuestros sinceros deseos. De acuerdo con San Ignacio, nuestro deseo más profundo, bien entendido, es la unión con Dios, y por eso debemos prestar mucha atención a cómo nuestros pensamientos y sentimientos nos ayudan a cumplir este deseo (o no). Esto se conoce, en términos ignacianos, como discernimiento.
Ignacio formuló sus reglas de discernimiento a fin de ayudarnos a reconocer el funcionamiento en nuestras vidas del “buen espíritu”, que nos acerca a Dios, y el “mal espíritu”, que nos aleja. Eso no siempre es fácil de hacer: No tan simple como, “el buen espíritu me hará sentir bien y el mal espíritu me hará sentir mal”; a veces puede darse lo contrario. Si el buen espíritu está tratando de alertar de que algún sentimiento o curso de acción me está alejando de Dios, la obra del espíritu no podría sentirse del todo “buena”; igualmente, el mal espíritu podría tratar de llevarme lejos de Dios tentándome con todo tipo de ideas maravillosas que, por muy atractivas que parezcan, son “malas”.
Puede ser difícil para nosotros reconocer los movimientos de los espíritus en medio del ajetreo y el bullicio de la vida cotidiana. Regresamos a los trolls (¡sorprendentemente ignacianos!), que nos dicen: “La gente toma malas decisiones cuando están enojados, asustados o estresados”. Tales aflicciones nos pueden distraer, nublan nuestro juicio de lo que está pasando en nuestra mente y corazón, y hacen que sea aún más difícil darse cuenta si es el buen o el mal espíritu el que está en control; cuando no tenemos claridad acerca de nuestros propios pensamientos y sentimientos, es más difícil distinguir el camino hacia Dios. Puede tomar toda una vida cultivar los hábitos que nos permitan identificar los movimientos de los buenos o malos espíritus, pero lo importante es que siempre intentemos orientarnos a Dios, al amor, y que seguimos nuestro deseo más profundo.
La película demuestra tanto el peligro de una falta de discernimiento como la recompensa de seguir un deseo puro y cuidadosamente considerado. Ana demostró lo segundo, pero las desacertadas acciones de Elsa exponen los peligros de no prestar mucha atención a los anhelos del corazón. “No puedo ser libre… no hay escape de la tormenta en mí” dice cuando se da cuenta de la inutilidad de su escape. Pensaba que abandonando el reino mejoraría la vida de todos, pero no fue así. Escapar precipitadamente se basó en una mala decisión y un instinto de huir, en lugar de una cuidadosa consideración de su profundo deseo de hacer lo que es mejor para el reino. La “tormenta” en su interior es una señal de que ese deseo persiste y tiene que prestarle atención. Tal vez eso pueda ilustrar un movimiento del espíritu bueno que no se siente “bien”. De acuerdo con lo que Elsa canta, cree que la solución a sus problemas es “disimular, no sentir”, cuando en realidad debería estar más atenta a sus sentimientos.
Ana, por el contrario, es un ejemplo de alguien que se acerca cada vez más a su verdadero deseo -el reencuentro con su hermana- gracias a una cuidadosa consideración de lo que sucede en su vida. Cuando su corazón está limpio y en contacto con su deseo, reconoce que la popularidad, el romance y una vida fácil son falsos placeres en comparación con la verdadera dicha del amor por su hermana: es capaz de discernir las trampas del mal espíritu y así se embarca en su búsqueda para salvar a Elsa. Sólo cuando el corazón de Ana, símbolo físico de su amor, se congela literalmente, es que comete errores. Se vuelve vulnerable a las sugerencias superficiales de “amor”, porque ha perdido el contacto con su singular deseo de relación con su hermana. Pero cuando llega el momento, el verdadero amor de Ana por su hermana les salva la vida, y también la de todo el reino. En respuesta a las acciones de Ana, Elsa es capaz de reconocer que es el amor lo que descongela y puede salvar el reino, porque es el amor, y no apartarse de él, lo que le ayuda a controlar sus poderes.
La pureza de corazón, entonces, podría ser algo como la claridad del deseo por amor en su forma más elevada, que por supuesto es Dios. Tal propósito de deseo proviene de la capacidad de identificar las fuerzas, dentro y fuera de nosotros mismos, que nos impulsan hacia su cumplimiento y también de las que nos jalan hacia atrás. Cuanto más puro el corazón, más claro será el camino hacia Dios. Si lo vemos así, la recompensa prometida por esta Bienaventuranza se vuelve casi obvia: por supuesto que los limpios de corazón verán a Dios, ellos verán a Dios en todas partes, en todas las cosas, porque siempre se acercan más a Él. Ser capaz de identificar y resistir las muchas formas en que el mal espíritu intenta alejarnos de Dios, o nos lleva en otras direcciones, es la mejor manera de asegurarse de que siempre nos quedamos en el camino correcto, el camino del amor, que nos conducirá a Dios.
Esto puede ser difícil de practicar para cualquiera, así que ¿cómo podemos nutrir esta orientación a Dios en los niños? Tal vez podemos animarles a hacer un balance de los pensamientos y sentimientos que tienen cuando saben que han tratado mal a alguien, así en el futuro puedan interpretar estas mismas agitaciones como señales de advertencia que se han desviado del camino a Dios. Y de la misma manera, cuando hacen algo por la sola razón de que será bueno para alguien más, ayudarles a disfrutar de su propia reacción a su buena acción; ese mismo sentimiento puede servir como un indicador de que van en la dirección correcta.
El deseo por Dios es un don, un regalo todo lo que hemos recibido de Dios mismo quien quiere que amamos y lo alabamos con nuestras vidas. Él ha señalado la brújula de nuestro corazón hacia Él; nuestra tarea es aprender cómo descifrarla.
Fuente:
Thinking Faith