“The Acolyte” y el lado oscuro de los jedi: Una reflexión para los católicos
11:00 a.m. | 21 set 24 (AM).- La serie The Acolyte, del universo Star Wars, refleja la corrupción potencial en instituciones que deberían ser faros de esperanza. En el tiempo de la historia, se revelan maniobras de la Orden Jedi por retener su poder político, que evocan situaciones parecidas en la Iglesia, donde el miedo a perder influencia ha llevado a ocultar verdades dolorosas. En la serie también resulta sugerente la tendencia en los Jedis a privilegiar una visión estrecha sobre el origen de la Fuerza, que minimiza -o criminaliza- otras tradiciones. Contiene espóileres.
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“Quiero aprender los caminos de la Fuerza y convertirme en un Jedi como mi padre”. Ese es el deseo de un joven Luke Skywalker, el niño que conocimos en 1977 en la película original de La guerra de las galaxias, bautizada años después con el subtítulo Una nueva esperanza. Pronuncia estas palabras al anciano Ben Kenobi, cuando acaba de descubrir una verdad devastadora: sus tíos han sido masacrados por el Imperio. Su vida en el desértico planeta Tatooine se encuentra ahora en una encrucijada. Luke debe elegir cómo responder.
Así que se une al viejo maestro y se embarca en una aventura. A lo largo de la trilogía original, toma el liderazgo de la olvidada Orden Jedi y blande su sable láser como símbolo de esperanza en una era de oscuridad y tiranía. Para Luke, aprender los caminos de la Fuerza y convertirse en Jedi son una misma cosa.
The Acolyte, la última entrega de la franquicia Star Wars y ya disponible en Disney Plus, no sabe nada de Skywalkers ni de Estrellas de la Muerte. La serie tiene lugar en la época de la Alta República, exactamente 100 años antes de los acontecimientos de la primera película de Star Wars en términos cronológicos, La amenaza fantasma. Es un periodo de supuesta paz y prosperidad en la galaxia, una época en la que los Jedi están en la cima de su poder e influencia. Y hay muchos, muchos Jedi.
Luke Skywalker se convirtió en un solitario caballero Jedi que recorre la galaxia en busca de información sobre los misterios de la Fuerza. Durante décadas, así fue como entendimos que actuaban los Jedi: el último bastión de la luz contra una oscuridad avasalladora. Este tipo de Jedi no tenía ejército al que recurrir, ni influencia política que ejercer. Pero confiar en la Fuerza, intentar comprender sus misterios para servir al bien galáctico, solía ser suficiente para vencer.
Vemos muy poco de esa humildad en The Acolyte y de su extenso elenco de caballeros, maestros y aprendices Jedi. En su lugar, vemos una Orden mucho más preocupada por su posición en la República Galáctica que por su misión como guardianes de la paz y de la justicia en la galaxia. Vemos una institución que se está deteriorando desde dentro.
A lo largo de ocho episodios, The Acolyte desentraña una trama desgarradora pero sencilla: Un escuadrón Jedi encargado de investigar el planeta Brendok terminó aniquilando a un aquelarre de brujas portadoras de la Fuerza. Dieciséis años después, los miembros de ese escuadrón están siendo asesinados sistemáticamente. Y los Jedi, liderados por la Maestra Vernestra Rwoh (Rebecca Henderson), intentan neutralizar al asesino antes de que se filtre la noticia al Senado. “Un escándalo como éste inspiraría miedo y desconfianza”, dice Vernestra. Y así, busca resolver el misterio sin alertar ni siquiera al Alto Consejo Jedi. No actúa para proteger el bien común galáctico, sino la reputación de los Jedi y, con ella, su posición de poder.
VIDEO. The Acolyte | Tráiler Oficial 1 – Doblado | Disney+
El escuadrón Jedi en Brendok creía que estaba actuando bien. Los Maestros Sol (Lee Jung-jae), Indara (Carrie-Ann Moss) y Kelnacca (Joonas Suotamo), junto con el padawan Torbin (Dean-Charles Chapman), creyeron que las brujas eran una amenaza para dos niñas que estaban al cuidado del aquelarre. Se movilizaron para rescatar a las gemelas, Mae y Osha (Amandla Stenberg), y actuaron contra lo que consideraban una secta de la Fuerza. Las tensiones aumentaron. Los acontecimientos se les fueron de las manos. Todo el aquelarre acaba muerto a manos de los Jedi. Y como una verdad tan oscura sería devastadora para la reputación de los Jedi, se oculta.
Los Jedi no confiesan nada y en su lugar culpan del desastre a una de las gemelas, Mae, a quien creen que pereció en el desastre. Pero Mae sobrevivió y se encuentra con un portador de la Fuerza del lado oscuro que la encaminará en una cruzada de venganza contra los Jedi. Hace falta un desfile de Jedi muertos -incluida la mayor parte del escuadrón original- para que el maestro Sol se vea obligado a desentrañar la verdad. Para entonces, sus buenas intenciones del pasado no significan nada para su antigua alumna, la afectada Osha. Ella es quien completa la mortal misión de Mae; utiliza la Fuerza para asfixiar a Sol.
Sol es un representante de una Orden Jedi que se ha acomodado demasiado a su poder y a su lugar privilegiado en la política galáctica. Es un buen hombre, aprendemos, que está ciego a sus propios prejuicios. Se niega a contemplar la idea de que las brujas de Brendok puedan no ser, de hecho, malvadas y puedan realmente cuidar y educar a los niños que tienen a su cargo. Ni él ni sus compañeros Jedi pueden concebir que un grupo de seguidores de la Fuerza actúe fuera de los límites de los Jedi y sus enseñanzas.
A medida que se desarrolla The Acolyte, vemos los frutos mortales de la violencia estructural, un conjunto de suposiciones que privilegian una forma de acceder a la Fuerza por encima de cualquier otra. La Orden Jedi, reforzada por el apoyo de que goza en el Senado, insiste en que sus enseñanzas son el único camino hacia la Fuerza. Cualquier otra cosa es una forma de herejía, y los herejes en connivencia deben ser tratados con dureza. Esa insistencia jedi justifica la infiltración de Sol en el santuario de las brujas, la destrucción del modo de vida de esta cultura local -sus rituales, sus costumbres, sus familias- y la destrucción de su pueblo. Esa insistencia justifica el silencio y la mentira. Y lo más trágico de todo es que esa insistencia significa que Sol nunca es capaz de procesar sus propios errores, de asumir responsabilidades, de curarse y de seguir adelante.
Al final, Sol -incapaz de comprender cómo la filosofía Jedi imperante le ha condenado a una lucha interna- se convierte en víctima del mismo sistema violento que destruyó el aquelarre de brujas. La maestra Vernestra, que no está dispuesta a permitir que los Jedi pierdan su control del poder, insiste en encubrir la verdad. Incluso el legado de Sol se convierte en una mentira.
En el final de la serie, asistimos a un enfrentamiento entre la maestra Vernestra y el senador Rayencourt (David Harewood), que exige una revisión externa de la Orden Jedi. “Creo que los Jedi son un sistema masivo de poder descontrolado que se hace pasar por una religión. Un culto delirante que pretende controlar lo incontrolable”, afirma el senador. “Proyectan una imagen de bondad y moderación. Pero es sólo cuestión de tiempo que alguno de ustedes se quiebre”.
Las palabras del senador son clarividentes. Descubrimos que Qimir (Manny Jacinto), un antiguo alumno de Vernestra, ha estado manipulando tanto a Mae como a Osha, entrenándolas en el lado oscuro. Y vislumbramos -aunque sólo sea por un momento en el final- a otro villano, un Lord Sith aún oculto en las sombras, manejando los hilos.
Esta oscuridad no habría podido surgir, no se habría cobrado tantas vidas, si se hubiera sabido la verdad, si se hubiera buscado el perdón y la justicia. En lugar de eso, Qimir se aprovechó del miedo, la ira y la incertidumbre tan palpables en muchos de los personajes. No necesitamos viajar a una galaxia muy, muy lejana para ver los frutos podridos de las mentiras y encubrimientos institucionales, del miedo, la ira y la incertidumbre de los que se alimenta.
Ignacio de Loyola nos recuerda que la búsqueda del poder nos lleva al lado oscuro, lo que él llamaba la “bandera del enemigo”. Ese camino conduce al aislamiento, a un miedo constante por lo que podemos perder y por quién nos lo puede quitar. Por el contrario, Ignacio nos dice que elijamos un camino diferente, que renunciemos al poder y abracemos un espíritu de pobreza, rechazo y humildad. Nos recuerda en los Ejercicios Espirituales que el enemigo de nuestra naturaleza humana “busca permanecer oculto y no quiere ser descubierto” y “se disgusta mucho si sus malas sugerencias… son reveladas”. Ya sea en una galaxia muy, muy lejana o en una íntima y cercana, el mal prefiere operar en las sombras. Debemos elegir la verdad y la transparencia.
The Acolyte nos muestra lo que ocurre cuando incluso el mejor de nosotros se arrima al poder: Empezamos a temer perderlo. Nuestra toma de decisiones se nubla. Buscamos proteger las cosas equivocadas. Actuamos con precipitación. Luke Skywalker trató de aprender los caminos de la Fuerza. Se convirtió en un Jedi. Pero su entrenamiento no fue dictado por las mismas estructuras del pasado. Y nunca supo lo que significaba tener el tipo de poder político e influencia de los Jedi de la Alta República.
Quizá haríamos bien en mirar a nuestro propio mundo, para buscar esos sistemas de “poder sin control que se hace pasar por religión”. Quizá la lección que saquemos de The Acolyte sea que no debemos perder el tiempo protegiendo nuestro propio poder. En su lugar, utilicemos la influencia que tenemos para servir y permitir que nuestro Dios trabaje con y a través de nosotros como el Espíritu considere mejor, conociendo nuestras propias necesidades y contextos. Quizá podamos aprender de los errores de Sol: a comprometernos con los demás con curiosidad y no con miedo, y a admitir el fracaso incluso cuando las consecuencias nos priven de nuestro poder e influencia.
Al fin y al cabo, el futuro Jedi que conocimos en 1977 no tenía ningún poder que proteger. Sólo tenía a sus amigos, la creencia en un mundo mejor y la determinación de contribuir a hacerlo realidad.
VIDEO. The Acolyte | Tráiler oficial 2 – Doblado | Disney+
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Fuentes
America Magazine / Videos: Star Wars Latinoamérica / Foto: Disney