Reinventar el amor: recuperar el verdadero encuentro con el otro

2:00 p.m. | 27 nov 19 (RM).- En nuestro tiempo de vínculos debilitados y exacerbación del individualismo, el amor aparece, muchas veces, como una mercancía más, que se elige o deshecha con liviandad. Debiéramos recobrar una concepción del amor vinculada al aprecio por la alteridad, por esa aventura que representa el esfuerzo del encuentro con el otro. Que el ser humano salga de su propia mismidad hacia una experiencia de la diferencia, como el amor. Una reflexión de Sebastián Kaufmann, publicada en la revista Mensaje.


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El amor como malestar

Charles Taylor, en su libro Ética de la autenticidad, menciona tres malestares de la modernidad: el individualismo, la pérdida de libertad y la racionalidad instrumental (1). La expresión “malestares de la modernidad” da cuenta de un fenómeno ambiguo: por un lado, tenemos la sensación de que hemos conseguido grandes avances, como la libertad individual, la eficiencia, la tecnología, pero al mismo hay una sensación de pérdida, la percepción de que dichos avances han tenido un precio importante.

Algo parecido podemos decir que nos ocurre con el amor. Nuestro tiempo, como ningún otro, es una época de expansión del amor donde elegimos con libertad a nuestra pareja, nuestra orientación sexual, se valora la sexualidad y se la vive con pocas represiones. En ese sentido, estamos mejor que en otros periodos, cuando muchos tuvieron que vivir amores a hurtadillas, relaciones donde se sentían atrapados, sin mencionar la condena y el rechazo social que significaba asumir orientaciones sexuales distintas a la heterosexualidad. Pero, al mismo tiempo, hay un malestar con el amor, la sensación de que, junto con grandes ganancias, algo se ha perdido.

La socióloga Eva Illouz, en su libro “Por qué duele el amor” describe precisamente este malestar contemporáneo (2). Hoy el amor “complica” a muchas personas que experimentan importantes dificultades y frustraciones en este ámbito.

En este artículo comentaré algunas de las cuestiones que pueden estar relacionadas con las frustraciones que produce este sentimiento, tratando de dar pistas en torno a la necesidad de “reinventar el amor”, siguiendo la expresión de Alain Badiou.

¿Por qué duele el amor?

Illouz muestra cómo el amor contemporáneo se da en medio de grandes expectativas de realización personal. Vivimos en una cultura de la autenticidad, donde tratamos de ser fieles a nuestros sentimientos y emociones. A través de las relaciones afectivas, intentamos cumplir dicho ideal de autenticidad. Por otro lado, al desaparecer muchas formas a través de las cuales las personas encontraban validación y estima social (como las comunidades, la estirpe, el honor, la virtud, las profesiones), hoy se ponen grandes expectativas en las relaciones amorosas como una forma de satisfacción emocional y construcción de autoestima.

En una línea similar argumenta Zygmunt Bauman (3), a quien le debemos la expresión “amor líquido”: la emplea al aludir al debilitamiento de los vínculos humanos como consecuencia del exacerbado individualismo y la mercantilización de la vida contemporánea, donde el compromiso es visto como una amenaza a la individualidad, en tanto el amor aparece como una mercancía más que se elige y deshecha con la misma liviandad con que se procede respecto de otros bienes.

En ese contexto, es difícil pensar en vínculos durables. Además, la posibilidad de elección infinita, en parte facilitada por las múltiples opciones que ofrecen las aplicaciones sobre citas, hace que cueste comprometerse en una relación ante la probabilidad siempre presente de encontrar una oferta mejor en el “mercado”.

Entonces, el amor se vuelve pasajero y efímero. Las relaciones duraderas, en las “duras y en las maduras”, y los compromisos estables, se vuelven escasos. Al mismo tiempo, la saludable revalorización de la sexualidad y la desaparición de los tabúes sociales sobre las relaciones ocasionales, ha traído aparejada la búsqueda frecuente de encuentros casuales sin compromisos, lo que también dificulta la construcción de vínculos estables.

Para algunos autores, este diagnóstico debe ser complementado con una mirada más profunda. Tal es el caso de Byung-Chul Han que, en su libro “La agonía del Eros”, advierte que no “solo el exceso de oferta de otros conduce a la crisis del amor”, sino que esta también es provocada “por la erosión del otro, que tiene lugar en todos los ámbitos de la vida y va unida a un excesivo narcisismo de la propia mismidad” (4).

Entonces el problema tendría que ver con una vivencia que va prescindiendo del otro, lo que de alguna manera va matando la experiencia amorosa, pues en la esencia del amor está la alteridad, como lo muestra Alan Badiou en su libro “Elogio del amor”.

El amor como experiencia del “dos”

Para Badiou, el amor es una experiencia de la diferencia, de lo distinto a mí. Probablemente, el amor no es la única experiencia de la diferencia, pero es una de sus expresiones privilegiadas. Experimentar la diferencia supone dejar el confort de lo conocido. Por ello, si queremos redescubrir el amor tenemos que “reinventar el riesgo y la aventura, en contra de la seguridad y la comodidad” (5).

El encuentro con el otro es un verdadero milagro que permite el nacimiento de algo nuevo: “El amor es siempre la posibilidad de presenciar el nacimiento de un mundo” (6). Algo genuinamente nuevo emerge, la experiencia de un mundo vivido desde dos y no desde uno solo. La experiencia de la diferencia, del encuentro, abre la posibilidad de una experiencia común del mundo: “…cualquier amor aporta una prueba de que el mundo puede ser encontrado y experimentado por fuera de una conciencia solitaria” (7).

Aquí nos encontramos con lo que podríamos llamar la dimensión epistemológica del amor, en la medida en que nos aporta con otro punto de vista del mundo, el punto de vista del dos. Por ello Badiou afirma que el amor es “una experiencia en la que se construye cierto tipo de verdad. Esta verdad es sencillamente la verdad del Dos. La verdad de la diferencia como tal” (8).

Este surgimiento de un mundo nuevo es un verdadero acontecimiento, en el sentido filosófico del término, es decir, la emergencia de algo que escapa a las leyes causales y que imprime una novedad. Por eso, decimos que el amor nos sorprende: “El encuentro entre dos diferencias es un acontecimiento, algo contingente, sorprendente” (9). En la experiencia amorosa se construye una novedad, que es el habitar el mundo desde dos. Es un habitar complejo, pues la vivencia de la alteridad no es fácil y siempre estamos tentados a volver a recluirnos en la experiencia solitaria.

Dado que el amor es un acontecimiento generalmente inesperado, requiere una manifestación de algún tipo que inaugure esta novedad. A través de la declaración, algo tan azaroso como el encuentro entre dos personas, se transforma en un destino: “La declaración de amor es el pasaje del azar al destino, y por eso es tan peligrosa y está tan cargada de una especie de nerviosismo angustioso” (10).

Por ello, los amantes tienen que expresarse su amor de alguna manera para que esa construcción de a dos se inaugure. La declaración que inaugura un nosotros, un lugar desde donde se mira y se construye el mundo de a dos, supone una voluntad de continuidad. Esa continuidad requiere un trabajo y una permanente opción por perdurar en la construcción de esa forma de habitar: “Se da, por supuesto, un éxtasis al comienzo, pero un amor es ante todo una construcción duradera. Digamos entonces que el amor es una aventura obstinada” (11).

El amor, por tanto, supone superar el interés personal que nos lleva a mirar y experimentar el mundo desde la propia perspectiva e individualidad. Por eso el egoísmo es el gran enemigo del amor: “Podríamos decir: el principal enemigo de mi amor, el que yo debo vencer, no es el otro, sino el yo, el “yo” que quiere la identidad en detrimento de la diferencia, que quiere imponer su mundo contra el mundo filtrado y reconstruido en el prisma de la diferencia” (12).

Revalorización de la fidelidad

Es una manera de volver a declarar el amor y de querer seguir habitando el mundo desde la perspectiva de a dos: “Hay puntos, pruebas, tentaciones, nuevas apariciones y, cada vez, es necesario volver a interpretar la “escena del Dos”, encontrar los términos de una nueva declaración” (13). La fidelidad, entonces, no es algo meramente negativo como una prohibición, sino más bien es afirmativa, es la voluntad firme de seguir adelante construyendo esa perspectiva de a dos.

Si el amor es el vencimiento del azar por una voluntad de transformarlo en un destino a través de la elección y el encuentro, la fidelidad, por su parte, es “el azar del encuentro vencido día tras día en la invención de una duración, en el nacimiento de un mundo” (14). Así, si el amor es ese espacio improbable de poder mirar y vivir la vida de a dos, la fidelidad sería lo que permite que ese espacio se preserve y se cuide.

Salir de la propia mismidad

Si el amor es una experiencia de la diferencia y la sociedad actual tiende a recluirse en el sí mismo, en la búsqueda de una excesiva seguridad y vivencias sin ningún riesgo emocional, sin duda es necesario, como dice Badiou haciendo uso de una expresión de Mallarmé, “reinventar el amor”. Reinventar el amor supone rescatar la posibilidad de que el ser humano salga de su propia mismidad en un verdadero encuentro con el otro. En esta reinvención del amor, hay algunas cosas que pueden ayudar.

En primer lugar, revalorizar la experiencia del amor como encuentro y perspectiva de a dos. Las enormes dificultades que muchas veces se experimentan en la construcción del vínculo amoroso no debiera hacernos desvalorizar la posibilidad y la riqueza de la construcción de un vínculo amoroso. Trabajos como el de Badiou nos recuerdan que bien podríamos vivir en relaciones pasajeras o en la soledad, pero que nos estaríamos perdiendo una posibilidad existencial de gran valor. El amor, por supuesto, no es garantía de felicidad, pero sin duda que es una de las experiencias humanas más vitalizadoras y plenificadoras cuando logramos encontrarnos con la diferencia, con la alteridad, para construir algo que va más allá de uno mismo.

En segundo lugar, es importante evitar el facilismo. La cultura actual tiende a promover lo fácil y suele ser denostado todo tipo de sacrificio que no tenga un resultado inmediato. En parte, es una comprensible reacción frente a un excesivo énfasis en el sacrificio y el dolor. La saludable revalorización del placer y de la felicidad no puede llevarnos a negar la importancia de trabajar las relaciones, si queremos obtener algo duradero y que valga la pena.

El amor requiere trabajo y una importante tolerancia a la frustración. Si escapamos ante la primera dificultad, probablemente nos privaremos de la posibilidad de construir un vínculo estable y fecundo. Muchas personas huyen de las relaciones de pareja porque supone enfrentarse con los propios miedos y dificultades. Los vínculos son espejos que nos obligan al trabajo emocional. Solo si nos atrevemos a mirar nuestras emociones negativas, a asumir el dolor mental que eso supone, podemos construir vínculos durables.

Finalmente, las tradiciones espirituales tienen mucho que enseñarnos respecto al amor, como lo hace, por ejemplo, el cristianismo. El amor cristiano en una cultura hedonista e individualista experimenta grandes cuestionamientos. Pero es interesante notar cómo pensadores no cristianos (como Badiou y Byung-Chul Han) se acercan a una concepción cristiana del amor a través de la revalorización del encuentro con la alteridad. Es posible que algunas interpretaciones del cristianismo se hayan quedado excesivamente en aspectos morales, en la prohibición, pero la tradición cristiana recoge íntegramente la idea de que el amor es solo posible saliendo de la propia perspectiva al encuentro de la alteridad.

Quizás, como lo nota Badiou en su contrapunto con Levinas, la tradición judeo-cristiana por momentos ha enfatizado demasiado el amor como a amor a Dios, y el amor humano como una mera instanciación de ese amor absoluto, sin valorar ni profundizar suficientemente en la importancia del vínculo y de la reciprocidad. Con todo, la tradición cristiana tiene elementos muy potentes para ayudar a reinventar el amor al abrirnos plenamente el valor y a la experiencia de la alteridad.

Reinventar los vínculos

¿Qué podemos decir de los vínculos distintos al amor de pareja? Me parece que la amistad, el amor a los padres, a los hijos, bien pueden entenderse en el marco conceptual que nos ofrece Badiou con algunos matices. Lo propio del amor de pareja es la totalidad, por lo que naturalmente incluye la intimidad sexual. Es la experiencia más fundamental de construcción de un dos. Sin embargo, sabemos, que el amor a los hijos, por ejemplo, siendo de una naturaleza distinta que no tiende a la totalidad, puede ser una experiencia muy poderosa de trascendencia de la individualidad en la alteridad.

También la paternidad, los vínculos familiares y la amistad, son experiencias de la alteridad y una ampliación de las perspectivas individuales. Estos vínculos requieren también ser mirados y en parte reinventados. Muchos de estos vínculos están en crisis. Lo vemos en los crecientes grados de soledad que se vive en las ciudades, lo observamos en el importante descuido en el que se encuentran muchos adultos mayores y, sobre todo, se ve en la opción de muchas personas por no engendrar hijos, en parte, movidos por un deseo de evitar la responsabilidad y el compromiso que ello significa.

¿Cómo reinventar estos otros vínculos? Nuevamente, la perspectiva de la alteridad es fundamental. Si alguna vez la alteridad fue percibida como un posible infierno (basta recordar la frase de Sartre: “el infierno son los otros”), hoy el infierno bien puede ser una vida libre de vínculos concentrada en la seguridad y el confort de la propia individualidad. Entonces, se hace muy necesario “reinventar el amor”.

Referencias:

1) Charles Taylor, La ética de la autenticidad, Ediciones Paidós, 1994.
2) Eva Illouz, ¿Por qué duele el amor?, Katz Editores, 2012.
3) Bauman, Zygmunt, Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2006.
4) Byung-Chul Han, La agonía del Eros, Herder. p. 9-10.
5) Alain Badiou y Nicolás Truong, Elogio del amor, Paidós, 2016, p. 20.
6) Ibid., pp. 31-32.
7) Ibid., p. 44.
8) Ibid., p. 43
9) Ibid., p. 35.
10) Ibid., p. 47.
11) Ibid., p. 37.
12) Ibid., p. 60.
13) Ibid., p. 53.
14) Ibid., p. 49.

Fuente:

Revista Mensaje

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