Seis razones para no tenerle miedo a la ecoteología

6:00 p m| 1 oct 19 (RD/VN).- Los documentos previos para el próximo Sínodo Panamazónico han sido acogidos con entusiasmo y esperanza por las comunidades cristianas -más todavía aquellas cercanas a la realidad de la vida en la Amazonía- y también por aquellos interesados en la reflexión teológica a partir de las luces de comprensión del mundo que aporta la ecología actual (ecoteología).

Sin embargo, ese vínculo también ha provocado recelo en algunos espacios más temerosos y reaccionarios de la Iglesia. Un artículo de la revista Vida Nueva ofrece una respuesta (con seis pautas) a esas suspicacias. Como complemento, reunimos más entrevistas y comentarios (Card. Czerny y Mauricio López, autoridades en el Sínodo), que además aportan a la previa de la Asamblea del Sínodo para la región Panamazónica.

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¿Es “herética” la inspiración teológica que impregna Laudato si? ¿Es la ecoteología una “invención de los románticos” que hoy se pretende convertir en una religión? ¿Es solo un “cristianismo biodegradable”, como se ha sugerido sarcásticamente?

Pues ni por asomo, desde luego. Y aquí argumentamos seis buenas razones:

1. No olvidemos que la historia se repite

Tenemos la mala costumbre de ir siempre a contracorriente de cada nuevo paradigma científico. En los siglos XVI y XVII, la Iglesia institucional se opuso ya a la nueva astronomía de Copérnico y Galileo. En el XVIII, vivió como una amenaza el racionalismo ilustrado. En el XIX, interpretó como un agravio a la voluntad divina avances médicos como la vacunación antivariólica o el uso de la anestesia en la sala de partos (y solo porque el Génesis ordenaba: “Parirás a tus hijos con dolor”).

No hace falta mencionar su furibundo posicionamiento desde Darwin contra la evidencia biológica de la evolución. Si ahora las mentes más inerciales de la Iglesia quieren demonizar la ecología de sistemas del siglo XX o poner en duda nuestra responsabilidad global en el cambio climático, no se asusten: la anécdota quedará ahí, para burla de nuestros nietos.

2. La visión ecoteológica nunca ha sido ajena a la tradición cristiana

Ni siquiera hace falta acudir a san Francisco de Asís o a Teilhard de Chardin. Jesús de Nazaret se encarnó en el Mediterráneo oriental y ese contexto ecológico quedó bien reflejado en su predicación nómada. Leer los evangelios desde los ojos de la ecología permite recorrer aquellas amplias estepas subdesérticas en donde el río Jordán era una bendición bautismal, el lago de Genesaret una despensa de pescado y el desierto de Siria un lugar tan inhóspito y solitario como un alma en busca de respuestas.

De todo ello supo sacar Jesús una lección, una parábola y una oportunidad para celebrar la fe con la comunidad original de los doce. Cuando quería rezar, no iba a la sinagoga, cruzaba a la otra orilla del lago, subía la ladera de una colina o se internaba en un olivar.

Hoy se nos pide inculturar ese mismo mensaje de salvación y de esperanza en el ecosistema radicalmente diferente y culturalmente diverso de la selva lluviosa amazónica. Y ese es el gran reto del Sínodo Panamazónico.

¿Seremos capaces de una inculturación similar? ¿O nos empeñaremos en calcar los contornos del mar Mediterráneo en el río Amazonas? No hay duda de que la tradición de los Padres de la Iglesia puede aportar luz, pero las situaciones son tan nuevas que ese respeto por la tradición no debe matar la innovación teológica. De otro modo, seguiremos anclados en el paradigma escolástico.

3. La ecología no es una religión

La ecología es una ciencia, no una creencia. No puede ser sustituto de la religión. Al contrario que la religión, su método es objetivo y su finalidad exclusivamente interpretativa o comprehensiva. No hay duda de que comprender la gravedad de la crisis ecológica y entender sus causas puede llevar a personas responsables, creyentes o no, a ser activos en el compromiso ético. Esta militancia se conoce como “ecologismo”.

El creyente puede también reflexionar sobre la ecología desde la vivencia de su fe, y a eso llamamos “ecoteología”, una dimensión más, entre otras, desde donde se puede pensar, orar, alabar, agradecer o comprometerse. La ecoteología no trata de sustituir a Dios por otras formas de sacralidad. Antes al contrario, es una invitación a reconocer y amar a Dios en todas las cosas, al estilo de san Ignacio.

4. La ecoteología no busca un retorno romántico al adanismo

Tampoco al arco y las flechas y al médico chamán. Todo lo contrario, es aliada de la ciencia, interactúa con ella, se regocija en sus hallazgos, aboga por un progreso sostenible y, de paso, aporta a los creyentes una dimensión simbólica de sentido y unas orientaciones éticas de acción. Es un punto de encuentro providencial donde dialogar con la ciencia, contrastar visiones y aprender en el camino.

El pensamiento biológico cobra su dinamismo más admirable gracias a la ecología y a la evolución, que nos aportan una visión sin orillas del tiempo y del espacio, nos brindan reflexiones útiles también para tratar de entender el sufrimiento y la muerte a escala planetaria, valorar el papel del altruismo asociativo en la evolución o limar el dualismo vida-muerte.

Nos enseñan que el proceso de la vida incluye a la muerte en sus parámetros y que la muerte se reconvierte en vida en el ciclo eterno de los elementos. No está lejos esta idea de nuestra visión cristiana de una muerte capaz de abrirse a la vida.

5. Hay una sabiduría en las culturas indígenas tradicionales de la que también se puede aprender

Para ello es preciso escucharla, antes de condenarla al fuego de nuestros prejuicios, dejarse interpelar por ella, descifrar sus metáforas de lo inefable y descubrir qué elementos nos invitan también a nosotros a una conversión más sincera. Afirmar esto no es herejía ni apostasía, sino cita literal de los documentos del Concilio Vaticano II (Ad Gentes, 3 y 9; Nostra Aetate, 11). Despreciar estas “semillas de la Palabra” o “destellos de la verdad”, como el Concilio las llama, es hacer oídos sordos a la sinfonía universal de la revelación.

6. Superar la teología escolástica

Como toda ciencia, la ecología nos ayudará a purificar la idea de Dios de elementos míticos adheridos, a entender la historia y el mundo de modo más dinámico y relacional y a discernir mejor nuestro papel de co-creadores y co-criaturas de la biosfera. Nos ofrecerá mayores perspectivas de reflexión que las que forjó la teología escolástica.

Jesús de Nazaret hablaba en arameo a sus discípulos en las orillas del mar de Galilea. El mundo ha crecido desde entonces: Pedro y Pablo extendieron el mensaje en griego por las orillas del Mediterráneo, el imperio romano lo difundió en latín hasta las orillas del Atlántico y con el Renacimiento la voz profética del hijo del carpintero de Nazaret alcanzó el Pacífico y el Índico.

El Dios de los escolásticos se quedó pequeño porque muchas veces era un Dios que estuvo construido a imagen del hombre, en lugar de ser el hombre imagen de Dios.

Hoy, más que nunca, necesitamos a la Iglesia de la búsqueda antes que a la Iglesia de las certezas. Como nos proponía proféticamente Teilhard, necesitamos una Iglesia que no tenga miedo de la ciencia, que sea capaz de vitalizar un mundo en evolución y saberse perdida y encontrada en un universo infinito, a imagen de ese Dios infinito en el que vivimos, nos movemos y existimos.

 

Cardenal Czerny para el Sínodo: “Haber optado por la escucha como primer paso es indispensable”

El jesuita Michael Czerny ha trabajado en los últimos años como Subsecretario de la Sección Migrantes y Refugiados del Vaticano, junto al scalabriniano Fabio Baggio. Actualmente el neo-cardenal es uno de los secretarios especiales del Sínodo para la Amazonía. De allí que su nombramiento le sorprendiera en las periferias de São Paulo.

Czerny ha pasado un mes conociendo la realidad de la Iglesia de la Amazonía, participando en reuniones de obispos preparándose para el Sínodo. En Bolivia, Brasil, Colombia y Perú, ha descubierto muchos elementos comunes, lo que “me anima y me da esperanza para el Sínodo”, en el que ve que “el verdadero punto de partida es el Pueblo de Dios en la Amazonía, los pueblos amazónicos”.

Una actitud fundamental durante el Sínodo es la escucha: “Hemos de pasar el Sínodo escuchando”, insiste el P. Czerny. La escucha atenta es la que permitirá asumir el cambio radical que hace falta. Se trata de un paso fundamental en el proceso de discernimiento: descubrir en el otro y junto al otro lo que Dios está queriendo decirnos, entendiendo que hay otro punto de vista del mío, y que “Dios nos habla a través de su Gracia operando en nosotros”, a la cual debemos estar atentos.

Una de las grandes atenciones del Papa Francisco es la realidad de los migrantes y refugiados. Usted, como Subsecretario de la Sección Migrantes y Refugiados, se ha convertido en una de las grandes voces en su defensa a nivel mundial. ¿Piensa que su nombramiento como cardenal significa un reconocimiento a todos los que, no solamente en el Vaticano, sino en todo el mundo, trabajan en esa dimensión de prevención de la trata, de acompañamiento y ayuda a los migrantes y refugiados?

Para responder cito algo que me ha tocado mucho. Desde el Mar Jónico, la nave de rescate Mar Jonic, de la organización “Mediterranea Saving Humans”, bloqueada a sólo trece millas de Lampedusa: “Su nombramiento -y aquella de Mons Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia- fue acogida hoy con un grito de alegría por toda la tripulación y los migrantes a bordo. Todos lo celebramos, porque lo sentimos como si fuera una caricia del papa Francisco hacia nosotros y a todos los migrantes, refugiados y descartados del mundo”.

Usted es uno de los secretarios especiales del Sínodo para la Amazonía y durante un mes ha recorrido América Latina y ha participado de diferentes encuentros de algunas conferencias episcopales y del CELAM. ¿Qué es lo que ha percibido en estos encuentros, en este conocimiento de la realidad más cercana de América Latina y, en concreto, de las Iglesias de la Amazonía?

La primera cosa que me llama la atención es la base común de todas las reuniones. He atendido reuniones oficiales en cuatro países diferentes (Brasil, Colombia, Perú y Bolivia), y una reunión organizada por el CELAM, el consejo regional por toda América Latina y el Caribe. O sea cinco reuniones sobre el mismo tema, y cada reunión diferente. Diferente en su organización, en su desarrollo, en el tono.

Sin embargo, todas las reuniones fueron sobre el mismo sujeto: el territorio Amazónico y sus pueblos, y sobre la misma problemática de la ecología integral, y sobre los nuevos caminos que necesitamos. Eso me anima y me da esperanza para el Sínodo: podemos aportar cada uno desde la propia situación, involucración, inserción, territorio. Lo que cada uno está viviendo y sobre todo sufriendo con su propio pueblo.

Cuando conversan juntos, están hablando desde esta variedad de perspectivas sobre lo mismo, y eso me da esperanza que el Sínodo va a poder abrazar las muchas problemáticas de una manera constructiva.

Hablando de problemáticas, por lo que usted ha percibido en estas reuniones, y de la información que ha recibido fruto del proceso de escucha, ¿cuáles serían las principales problemáticas en el campo de la ecología integral y de los nuevos caminos para la Iglesia?

La primera respuesta que puede parecer abstracta, pero no lo es, es que se trata de la unidad y la complementariedad entre los dos temas del sínodo, entre esos nuevos caminos de “la Iglesia” y de “una ecología integral”.

Si bien parecen temas muy separados, en realidad no lo son. Estamos descubriendo cuán integrados están, cuán complementarios son, y cómo se desarrollan juntos. Cuando son abordados conjuntamente, entonces podemos captar mejor los desafíos, y tenemos más posibilidades de descubrir nuevos caminos reales de cambio, no sólo ideas sobre el tema.

La segunda respuesta es la importancia de partir y de volver en cada discusión a la realidad que viven, y sufren, los pueblos amazónicos y su territorio, a no dejar de escuchar esos clamores de los pobres y de la tierra que claman por nuestra ayuda. Uno podría pensar que el Sínodo se convoca debido a la crisis ecológica y los terribles incendios en la Amazonía. No exactamente.

El verdadero punto de partida son los pueblos amazónicos, el Pueblo de Dios en la Amazonía y también su territorio. Para dichos pueblos, ellos no poseen el territorio, sino que son parte de él. La Iglesia, entonces, quiere descubrir cada vez más cómo acompañar a esos pueblos, a lo que ha sido enviada como misionera, como profeta, desde hace ya varios siglos.

Uno de los aspectos más destacados del Sínodo y de la sinodalidad que quiere impulsar el Papa Francisco es la escucha como punto básico para el diálogo. ¿Cuál es la importancia del gran proceso de escucha que se ha llevado a cabo en la Amazonía de cara al Sínodo?

Lo que es difícil de la “escucha” no es tanto el escuchar, sino el callarse. Uno puede decir, “hemos escuchado, ahora vamos a hablar”. Para personas con un “background” y una educación moderna, callarse es muy difícil.

Entonces, el hecho de haber radicalmente optado por la escucha como primer paso es indispensable, a mí me impresiona mucho. Hemos de pasar el Sínodo escuchando, no sólo a obispos, sino también a los auditores que van a representar a todo el pueblo amazónico.

Usted insiste mucho en el tema del discernimiento, algo muy propio de la espiritualidad ignaciana. ¿Cuál es el discernimiento que debería llevarse a cabo dentro de los procesos sinodales?

Volvemos en cierto sentido a la palabra escucha, pero ahora es escuchando a mi propia experiencia espiritual. En el aula sinodal con todos, en mi pequeño grupo de discusión, andando y volviendo al lado de un compañero, veo qué me ha tocado, qué me ha movido, y presto atención a la experiencia espiritual, emotiva, profundamente humana, que me lleva a agradecer a Dios.

Reconozco que algo que yo no sabía, cómo ahora esta persona me ha ayudado a captarlo. Antes pensaba así y ahora veo que hay otro punto de vista. Estando atentos a los movimientos de gracia dentro de nosotros, reconocemos un cambio espiritual, interno, y eso es la materia del discernimiento, porque es ahí que Dios logra comunicar con cada uno y con todos nosotros en la asamblea.

 

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Fuentes:

Vida Nueva / Religión Digital

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