Discernimiento en el Nuevo Testamento
4:00 p m| 28 mar 18 (TF/BV).- Los escritos de Ignacio de Loyola no son los únicos textos a los que podemos recurrir cuando buscamos comprender y practicar el discernimiento. Los autores del Nuevo Testamento, mientras buscaban explorar lo que significaba que Dios se revelara en Cristo, tenían mucho que decir sobre cómo podemos descubrir dónde -y donde no- está obrando Dios en nuestras vidas. El P. Nicholas King SJ, profesor de Nuevo Testamento en la Universidad de Oxford, identifica ciertos pasajes que pueden ayudar a nuestro estudio cuaresmal del discernimiento.
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El Papa está pidiendo a la Iglesia que haga algo en lo que él y sus hermanos ignacianos están bien entrenados, “discernir” o escuchar dónde Dios quiere llevarnos; y él es bastante claro que esto ya no es una cuestión de revisar las normas o consultar la lista de enunciados papales previos. El mundo necesita algo más de la Iglesia hoy. Ese “algo más” es el discernimiento ignaciano, descubrir a dónde conduce el Espíritu; y no es una fórmula mágica. No hay que olvidar que el autoengaño es un peligro constante en el área del discernimiento espiritual (por eso siempre debemos tener a mano “Reglas para el Discernimiento de los Espíritus” de Ignacio).
Algunos de los pasajes menos leídos del Nuevo Testamento pueden ofrecer un poco de ayuda aquí, ya que podríamos reconocer en ellos muchas de las ideas que Ignacio reuniría más tarde en esas Reglas. Siempre vale la pena leer la Carta a los Hebreos, pero la gente tiene sus reservas por su teología de gran peso. A veces, también, les desanima su tono de exhortación moral, y eso es justo lo que nos da el siguiente pasaje:
…tenemos mucho que decir, y es difícil explicarlo porque os habéis vuelto perezosos para escuchar. Pues, cuando debían con el tiempo ser maestros, hace falta que os enseñe los rudimentos del mensaje de Dios; estáis necesitados de leche y no de alimentos sólidos. Quien vive de leche es una criatura y no entiende de rectitud. El alimento sólido es para los maduros, que con la práctica y el entrenamiento de los sentidos, saben distinguir el bien del mal. (Hebreos 5:11-14)
El discernimiento no es un asunto fácil, y nuestra tarea es ser conscientes de nuestras limitaciones, y de que podemos equivocarnos, y por ende no proclamar de manera grandilocuente que somos personas con discernimiento. Recordar que nuestro discernimiento siempre está en peligro por culpa de nuestro egoísmo, y sin una cierta disciplina espiritual, caeremos en la trampa.
Otro pasaje del Nuevo Testamento que no está suficientemente estudiado es la Carta de Santiago; podría ser porque Lutero pensó que era “una epístola de paja”, no estoy seguro. Pero este autor está lleno de ideas interesantes, a menudo expresadas con gran humor. Una cosa que tenemos que aprender es que hay maneras de comportarse que son buenos indicativos de qué espíritu estamos escuchando, y así es como Santiago lo expresa (3: 13-18):
¿Hay entre vosotros alguien sensato y prudente? Demuestre con su buena conducta que actúa guiado por la modestia de la sensatez. Pero si dentro lleváis una envidia resentida y rivalidad, no os gloriéis engañándonos contra la verdad. Ésa no es sensatez que baja del cielo, sino terrenal, animal, demoníaca. Donde hay envidia y rivalidad, allí hay desorden y toda clase de maldad. La sensatez que procede del cielo es ante todo limpia; además es pacífica, comprensiva, dócil, llena de piedad y buenos resultados, sin discriminación ni fingimiento. El fruto de la honradez se siembra en la paz para los que trabajan por la paz.
Todos estamos demasiado inclinados a pensar en nosotros mismos como “sabios y conocedores”, como capaces de discernir lo que Dios quiere, pero existen criterios claros para verificar si nuestro enfoque es correcto: ¿estamos actuando con “sabiduría amable”? O, por otro lado, ¿hay un “fanatismo amargo y una ambición egoísta en nosotros”? ¿Nuestra forma de proceder conduce al “desorden y actos de maldad”? Los espíritus que estamos llamados a discernir pueden ser inmensamente poderosos, y tenemos que comprobar si realmente somos “puros, pacíficos, corteses” y el resto. Lo que Ignacio de Loyola llama “el enemigo de nuestro provecho y salud eterna” opera “perturbando el alma, privándola de la paz, tranquilidad y quietud que tenía antes” (Ejercicios espirituales §333). Es, como tantas veces con Ignacio, inspiración del sentido común; pero tenemos que seguir volviendo a eso.
Luego hay algunos consejos interesantes en la primera carta de Juan, que probablemente se tome mejor como un intento de abordar varios errores de discernimiento como resultado del Cuarto Evangelio. Contra estos errores, el autor de la carta parece insistir en que “Jesús está en lo cierto” (lo que podríamos llamar “discernimiento”), principalmente al insistir en su humanidad y al obedecer su mandato de amarse unos a otros.
Los textos son los siguientes:
Quiénes son hijos de Dios y quiénes del Diablo se demuestra así: quien no practica la justicia ni ama a su hermano no procede de Dios. (1 John 3:10)
La idea subyacente aquí es similar al pensamiento de Ignacio sobre discernir qué espíritu es operacional en un caso particular (“Reglas para en alguna manera sentir y conocer las varias mociones que en el alma se causan” – Ejercicios espirituales §313); en nuestro pasaje, el autor cree que se puede poner a prueba la calidad de vida, especialmente si hay amor por otros seres humanos.
Y éste es su mandato: que creamos en la persona de su Hijo Jesucristo y nos amemos unos a otros como él nos mandó. Quien cumple sus mandatos permanece con Dios y Dios con él. Y sabemos que permanece con nosotros por el Espíritu que nos ha dado. Queridos, no os fiéis de cualquier espíritu, antes comprobad si los espíritus proceden de Dios; pues muchos falsos profetas han venido al mundo. Al Espíritu de Dios lo reconoceréis en lo siguiente: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo vino en carne mortal procede de Dios; todo espíritu que no confiesa a Jesús no procede de Dios. (1 John 3:23-4:3a)
Aquí el punto es que es esencial saber qué espíritu nos está animando en una cuestión particular (“poner a prueba los espíritus”); y el ‘mandamiento del amor’ es una buena forma de discernir la respuesta. La idea de “permanecer”, o “quedarse”, es de inmensa importancia en el Evangelio, y podemos ver que aquí se le da un gran peso también. Está relacionado con la idea de “morar mutuamente” en el Evangelio; y una vez que lo ves de esa manera, queda claro lo que los diferentes espíritus están haciendo, en su actitud hacia Jesús.
A Dios nunca lo ha visto nadie; si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros. Reconocemos que está con nosotros y nosotros con él porque nos ha hecho participar de su Espíritu. (1 John 4:12-13)
Una vez más, el criterio clave, en esta exigente situación en la que no podemos ver a Dios, es lo que podríamos llamar la “prueba del amor”, que revela la presencia (o no) del Espíritu. En el mundo del Nuevo Testamento, está claro que los cristianos no necesitaban que les cuenten sobre el Espíritu; lo experimentaron con fuerza. En nuestra situación, ese ya no parece ser el caso para la mayoría de las personas, por lo que necesitamos la ayuda de las reglas de discernimiento de Ignacio.
Luego, en las palabras finales de la carta, como si estuviese resumiendo la enseñanza de todo el documento sobre el discernimiento de los espíritus, leemos:
Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para conocer al Verdadero. Estamos con el Verdadero y con su Hijo Jesucristo. Él es el Dios verdadero y vida eterna. Hijitos, guardaos de los dioses falsos. (1 John 5:20-21)
Al igual que Ignacio, el autor regresa al corazón de lo que se ha revelado -la venida de Jesús como el hijo de Dios-, y reconoce que el “discernimiento” no es fácil. Pero los criterios básicos son: primero, que participamos en la historia de Dios; segundo, estar unidos a Jesús; tercero, dar un lugar apropiado a la centralidad del amor; y cuarto, que afirmamos la realidad de la humanidad y muerte de Jesús. ¿Y cuáles son los “dioses falsos”? Son todos esos objetos creados que nos tientan, una y otra vez, para ponerlos en el lugar del verdadero Dios; siempre nos defraudarán, nos conducirán en la dirección de la esclavitud en lugar de la libertad. Y el discernimiento que se nos pide es la capacidad crucial para notar la diferencia.
Luego está el pasaje más conocido de Gálatas (5: 19-26):
Las obras de la carne son manifiestas: fornicación, indecencia, desenfreno, idolatría, hechicería, enemistades, reyertas, envidia, cólera, ambición, discordias, facciones, celos, borracheras, comilonas y cosas semejantes. Os prevengo, como os previne, que quienes practican eso no heredarán el reino de Dios.
Por el contrario, el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio propio. Contra eso no hay ley que valga, los que son del Mesías [Jesús] han crucificado el instinto con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, sigamos al Espíritu; no seamos vanidosos, provocadores, envidiosos.
Ahora hay dos cosas que recordar aquí. Primero, Pablo, en su batalla con los cristianos de Galacia, hace su distinción entre ‘carne’ (humanidad cerrada a Dios) y ‘espíritu’ (humanidad abierta a Dios). En segundo lugar, es significativo que la carne tenga ‘obras’, lo que tiene un sentido bastante negativo en Pablo, y especialmente en Gálatas, donde es un sustituto para responder al don individual incondicional de Dios. El espíritu, por otro lado, tiene ‘fruto’, que es una metáfora muy diferente, que captura el hecho de que la bondad se multiplica (‘bonum est diffusivum sui’, como Tomás de Aquino fue propenso a comentar). Y que se note también, que las ‘obras’ son plurales, enfatizando la naturaleza fisípara del mal, en oposición al sustantivo singular ‘fruta’, que enfatiza la unidad subyacente del bien. Simplemente contempla ese “fruto”, y ve la belleza fundamental del mismo, y contrasta eso con tu estado de ánimo cuando escribiste la última publicación de tu blog que te dio tanto placer, que “destruyó” (como pensabas) a tus irritantes oponentes.
Entonces, ¿qué nos dice el Nuevo Testamento sobre el discernimiento, mientras vivimos la Cuaresma, un tiempo en el que se espera que participemos de un discernimiento serio? Bueno, mira el mundo en el que vives; observa varias veces cómo te comportas y verifica lo que ya hemos visto en nuestros pasajes del Nuevo Testamento.
Hemos encontrado ciertos signos positivos, lo que puedes esperar encontrar en la presencia del espíritu de Dios: dulzura, sabiduría, pureza, paz, cortesía, obediencia, estar lleno de misericordia y buenos frutos, que llevan a una paz inquebrantable.
También hemos visto algunos signos negativos, que deberían detenernos cuando los encontramos en otros o (más importante) en nosotros mismos: fanatismo, amargura, ambición, peleas, jactancia, mentira, cosas terrenales, lo sensual, lo demoníaco, la confusión, malas acciones, guerras, batallas. Estos síntomas ofrecen una indicación clara de que Dios no está obrando.
Se puede pensar fácilmente en los lugares donde se encontrarán esos signos hoy. Si, mientras lees la lista, te encuentras murmurando: “Eso los identifica, a esos blogueros / políticos / simpatizantes de un equipo de fútbol contrario”, entonces es posible que tengas que volver a mirar. En lugar de leerla como una lista de aquellos a quienes desapruebo, lo que tengo que hacer es utilizarla como una forma de verificar los espíritus, y especialmente a los espíritus negativos, que me están animando sobre este o aquel tema
Fuente:
Traducción libre del artículo “Discernment in the New Testament” publicado en Thinking Faith.