Papa Francisco: “La violencia no es la cura para nuestro mundo roto”
11:00 p m| 21 abr 17 (VI/BV).- “Creo que hoy el pecado se manifiesta con toda su fuerza de destrucción en las guerras, en las diferentes formas de violencia y maltrato, en el abandono de los más frágiles. Y los que pagan la factura siempre son los últimos, los inermes”. Lo dijo el Papa Francisco al responder a las preguntas del vaticanista del periódico italiano La Repubblica, Paolo Rodari, en una entrevista publicada en Semana Santa. Según el líder de la Iglesia católica, no es fácil determinar si el mundo actual es más violento que antes o si los medios de comunicación modernos y la movilidad crean una mayor consciencia sobre la violencia o hacen que nos acostumbremos a ella.
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Frente a las guerras y a toda esta violencia, el Papa afirmó: “Solo pediría con más fuerza la paz para este mundo sometido a los traficantes de armas que ganan con la sangre de los hombres y de las mujeres”. Y respondió de esta manera a la pregunta ¿cuál es el fin de estas constantes guerras?: “También yo me lo pregunto siempre. ¿Para qué? ¿La violencia permite alcanzar objetivos de valor duradero? Todo lo que obtiene ¿no es acaso provocar represalias y espirales de conflictos letales que solo dan beneficios a pocos “señores de la guerra”? Lo he dicho varias veces y lo vuelvo a decir: la violencia no es la cura para nuestro mundo destrozado”.
“Responder a la violencia con la violencia conduce, en la mejor de las hipótesis, a migraciones forzadas y a enormes sufrimientos, porque grandes cantidades de recursos son destinados a objetivos militares y sustraídos a las exigencias cotidianas de los jóvenes, de las familias en dificultades, de los ancianos, de los enfermos, de la gran mayoría de los habitantes del mundo. En el peor de los casos puede llevar a la muerte, física y espiritual, de muchos, cuando no de todos”.
El Papa explicó también por qué decidió que este año el Jueves Santo, como Santo Padre, visitará nuevamente la cárcel. “El pasaje evangélico del juicio universal dice: ‘Estuve en la cárcel y vinieron a verme’. Entonces, el mandamiento de Jesús vale para cada uno de nosotros, pero, sobre todo, para el obispo, que es el padre de todos”.
Francisco repitió que se sentía pecador como los que están en la cárcel: “Algunos dicen: ‘Soy culpable’. Yo respondo con la palabra de Jesús: ‘Quien esté libre de culpa, que arroje la primera piedra’. Veámonos dentro y tratemos de ver nuestras culpas. Entonces, el corazón se hará más humano. Como curas y como obispos siempre debemos estar al servicio. Como dije en la visita a una cárcel que hice el primer Jueves Santo después de la elección: es un deber que me nace del corazón”.
“A veces, cierta hipocresía impulsa a ver en los detenidos —añadió el Pontífice— solamente personas que se han equivocado, para las cuales la única vía es la de la prisión. Pero, repito una vez más, todos tenemos la posibilidad de equivocarnos. Todos, de una u otra manera, nos hemos equivocado. Y la hipocresía hace que no se piense en la posibilidad de cambiar de vida: hay poca confianza en la rehabilitación, en la reinserción a la sociedad. Pero de esta manera se olvida que todos somos pecadores y, a menudo, también estamos presos sin darnos cuenta”.
“Cuando nos quedamos cerrados en nuestros prejuicios, o somos esclavos de los ídolos de un falso bienestar, cuando nos movemos dentro de esquemas ideológicos o absolutizamos leyes de mercado que aplastan a las personas, en realidad solo estamos contra las paredes del individualismo y de la autosuficiencia, sin la verdad que genera la libertad. Y señalar con el dedo a alguien que se ha equivocado no se puede convertir en una coartada para ocultar las propias contradicciones”.
El Papa después recordó que le sorprendió el ejemplo del cardenal Agostino Casaroli, que siguió desempeñando su apostolado en la cárcel para menores de Casal Marmo. Y explicó que la Iglesia, antes que nada, debe salir al encuentro de los descartados, de los últimos. “Ir, hacerse prójimo de los últimos, de los marginados, de los descartados. Cuando estoy frente a un detenido, por ejemplo, me pregunto: ‘¿Por qué él y no yo? ¿Merezco más que él que está allá adentro? ¿Por qué él cayó y yo no?’. Es un misterio que me acerca a ellos”.
Bergoglio recordó que el Evangelio está lleno de episodios en los cuales Jesús se hace prójimo a personas que la sociedad descartaba. “Si logro solo tocar su manto, seré salvada, dice con gran fe la hemorroísa, que siente en su interior que Jesús puede salvarla. Según los Evangelios era una mujer descartada por la sociedad, a la que Jesús da la salud y la libertad de las discriminaciones sociales y religiosas. Esta caso hace reflexionar sobre el hecho que el corazón de Jesús siempre es para ellos, para los excluidos, tal y como era concebida y representada la mujer en ese entonces”.
“Todos hemos sido advertidos, también las comunidades cristianas —observó Francisco—, sobre visiones de la feminidad llenas de prejuicios y sospechas que dañan su intangible dignidad. En este sentido, justamente los Evangelios son los que vuelven a dar la verdad y conducen a un punto de vista liberador. Jesús admiró la fe de esta mujer que todos evitaban y transformó su esperanza en salvación”.
La mujer hemorroísa, observó el entrevistador, se sentía excluida también debido a su pecado. “Todos somos pecadores —respondió el Papa—, pero Jesús nos perdona con su misericordia. La hemorroísa temía, no quería que la vieran, pero cuando Jesús se cruza con su mirada no la regaña, sino que la acoge con misericordia y ternura, y busca el encuentro personal con ella dándole dignidad. Esto vale para todos nosotros cuando nos sentimos descartados por nuestros pecados: hoy, a todos nosotros, el Señor dice: ‘¡Ánimo, ven! Ya no estás descartado, ya no estás descartada: yo te perdono, yo te abrazo’. Así es la misericordia de Dios. Debemos tener valor e ir hacia Él, pedir perdón por nuestros pecados y seguir adelante. Con valor, como hizo esta mujer”.
“Quien se siente descartado, como los leprosos o los ‘sin techo’ —concluyó Francisco—, se avergüenza y, como la hemorroísa, hace cosas a escondidas. Jesús, en cambio, nos levanta y nos vuelve a dar la dignidad. La que Jesús nos da es una salvación total, que reintegra la vida de la mujer en la esfera del amor de Dios y, al mismo tiempo, le restablece su dignidad. Jesús indica de esta manera el recorrido que hay que hacer para salir al encuentro con todas las personas, para que cada uno pueda ser curado en cuerpo y en el espíritu, y recobrar la dignidad de Hijo de Dios”.
Fuentes:
Vatican Insider / La Nación