Francisco en Asís: “El mundo necesita perdón”
11:00 a m| 12 ago 16 (AGENCIAS/BV).- “Demasiadas personas viven encerradas en el rencor y nutren odio, porque son incapaces de perdón, arruinando la propia vida y la ajena en lugar de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz”. Lo dijo el Papa durante la meditación que pronunció en su visita a la basílica de Santa María de los Ángeles, en la Porciúncula, lugar clave de la experiencia espiritual de San Francisco. En el ámbito del Jubileo de la Misericordia, y en el octavo centenario del “Perdón de Asís”, el Pontífice argentino, que después de la meditación se puso a confesar a los fieles, subrayó que “la vía del perdón” puede “renovar a la Iglesia y al mundo”.
El mismo día, antes de ir a visitar a los franciscanos, el Papa recibió en audiencia a los que participaron en el capítulo general de los dominicos, quienes también celebraban un octavo centenario, en este caso del reconocimiento otorgado por Papa Honorio III a la orden de los frailes predicadores. Les dió una sugerencia para la predicación: debe llegar a los corazones, siempre acompañada por el testimonio de vida cristiana y, especialmente, de la caridad hacia “la carne viva de Cristo”, representada en el pueblo de Dios.
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Luego de ofrecer su mensaje el Papa rezó en silencio durante 13 minutos en la Porciúncula, la pequeña capilla que San Francisco restauró hace 800 años -que hoy se encuentra adentro de la Basílica de Santa María de los Ángeles de la ciudad de la región de Umbria, en el centro de Italia-. Como había hecho la semana pasada en el campo de concentración de Auschwitz, en este lugar el Papa, sentado en una silla, oró concentrado, en silencio, más allá de las cámaras y las personas presentes.
La historia cuenta que San Francisco de Asís restauró la Porciúncula después de haber tenido una visión mística en la cercana iglesia de San Damián, donde había escuchado una voz que desde el crucifijo le decía: “Francisco, Francisco, ve y repara mi casa”. El santo de los pobres entendió entonces que se trataba de la Porciúncula y la arregló.
El lugar se convirtió luego en la cuna del orden franciscano y el Papa argentino quiso visitarlo -por segunda vez en su pontificado- para recordar el 800 aniversario del “perdón de Asís”, es decir, cuando el Papa Honorio III concedió, en 1216, la indulgencia a los fieles que visitaban el templo, a instancias de San Francisco. Aún hoy, todos los años, desde el mediodía del 1° de agosto hasta la medianoche del 2 de agosto, los fieles pueden obtener allí la indulgencia plenaria.
Francisco, primer Papa que se atreve a llamar como el Santo de Asís -hijo de un rico mercader que se despojó de todo para estar del lado del pobres-, se trasladó desde el Vaticano hasta Asís en helicóptero a primera hora de la tarde. La visita, de tres horas, estuvo marcada por medidas de seguridad imponentes -debido al alerta por posibles atentados de raigambre extremista- y temperaturas de más de 30 grados.
Después de rezar largo rato en la Porciúncula, el ex arzobispo de Buenos Aires pronunció una meditación sobre un pasaje del Evangelio de Mateo. Esta comenzó con una citación de una frase dicha por san Francisco: “Quiero enviarlos a todos al paraíso”. El Papa explicó luego que la vía maestra para el paraíso “es ciertamente la del perdón, que se debe recorrer para lograr ese puesto en el paraíso”. Pero “¡es difícil perdonar! ¡Cuánto nos cuesta a nosotros perdonar a los demás!”, reconoció, saliéndose del texto preparado.
“Y aquí, en la Porciúncula, todo habla de perdón. ¿Por qué debemos perdonar a una persona que nos ha hecho mal? Porque nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados, e infinitamente más. Como Dios nos perdona, así también nosotros debemos perdonar a quien nos hace mal. Exactamente como en la oración que Jesús nos enseñó, el Padre Nuestro”, remarcó Bergoglio.
“Sabemos bien que estamos llenos de defectos y recaemos frecuentemente en los mismos pecados. Sin embargo, Dios no se cansa de ofrecer siempre su perdón cada vez que se lo pedimos. Es un perdón pleno, total, con el que nos da la certeza de que, aun cuando podemos recaer en los mismos pecados, él tiene piedad de nosotros y no deja de amarnos. Dios se apiada, prueba un sentimiento de piedad junto con el de la ternura: es una expresión para indicar su misericordia para con nosotros”, dijo. “El perdón de Dios no conoce límites; va más allá de nuestra imaginación y alcanza a quien reconoce, en el íntimo del corazón, haberse equivocado y quiere volver a él. Dios mira el corazón que pide ser perdonado”, insistió.
Según el Papa, “el problema, desgraciadamente, nace cuando nosotros nos confrontamos con un hermano que nos ha hecho un pequeño entuerto”: “Cuando estamos nosotros en deuda con los demás, pretendemos la misericordia; en cambio cuando estamos en crédito, invocamos la justicia. Todos nosotros. Esta no es la reacción del discípulo de Cristo ni puede ser el estilo de vida de los cristianos”. Esta, explicó el Papa, “no es la reacción del discípulo de Cristo y no puede ser el estilo de vida de los cristianos”. Es decir, “limitarnos a lo justo, no nos mostraría como discípulos de Cristo, que han obtenido misericordia a los pies de la cruz sólo en virtud del amor del Hijo de Dios. No”.
El Papa aseguró asimismo que el perdón del que hablaba san Francisco de Asís se ha hecho “cauce” en la Porciúncula, “y continúa a ‘generar paraíso’ todavía después de ocho siglos”. “En este Año Santo de la Misericordia, es todavía más evidente cómo la vía del perdón puede renovar verdaderamente la Iglesia y el mundo”, agregó. “Ofrecer el testimonio de la misericordia en el mundo de hoy es una tarea que ninguno de nosotros puede rehuir. El mundo necesita el perdón; demasiadas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio, porque, incapaces de perdonar, arruinan su propia vida y la de los demás, en lugar de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz”, afirmó. “Pedimos a san Francisco que interceda por nosotros, para que jamás renunciemos a ser signos humildes de perdón e instrumentos de misericordia”, pidió.
Acto seguido, fuera de programa, exhortó a los obispos y sacerdotes presentes en la basílica a ir a los confesionarios para ponerse a disposición del sacramento de la reconciliación, del perdón. Dando el ejemplo, él mismo se quedó en un confesionario durante una hora, confesando a 19 personas: un fraile franciscano, dos sacerdotes, 4 scouts, una señora en silla de ruedas y 11 voluntarios del servicio de la basílica.
Después de saludar a algunos religiosos enfermos, antes de regresar en helicóptero al Vaticano, ante la multitud congregada frente a la Basílica, que lo vivaba, el Papa volvió a reiterar el mismo mensaje: “No se olviden, hay que perdonar siempre… Perdonar desde el corazón… Si nosotros sabemos perdonar, el Señor nos perdona. Todos necesitamos ser perdonados”. “¿Hay alguien entre ustedes que no necesita ser perdonado? Que levante la mano”, bromeó. “Todos los necesitamos”, dijo una vez más, despidiéndose, finalmente, con su clásico “por favor, no se olviden de rezar por mí”.
Antes de Asís, el Papa se reúne con los dominicos
Antes de ir a visitar a los franciscanos y la basílica papal de Santa María de los Ángeles, en ocasión del octavo centenario del “Perdón de Asís”, el Papa recibió en audiencia a los que participaron en el capítulo general de los dominicos, que festejan el octavo centenario del reconocimiento otorgado por Papa Honorio III a la orden de los frailes predicadores. “Hoy -dijo Francisco- podríamos describir este día como ‘un jesuita entre frailes’: porque por la mañana estoy con ustedes y por la tarde en Asís con los franciscanos; ¡entre frailes!”.
En el discurso que pronunció en español a los dominicos, guiados por el maestro general Bruno Cadoré, el Papa elogió la tradición de la orden e indicó tres conceptos clave para la predicación, que debe llegar a los corazones, acompañada por el testimonio de vida cristiana y, especialmente, de la caridad hacia “la carne viva de Cristo”, representada en el pueblo de Dios, que tiene “sed” de una palabra de salvación.
“Este octavo centenario -explicó Francisco- nos lleva a hacer memoria de hombres y mujeres de fe y letras, de contemplativos y misioneros, mártires y apóstoles de la caridad, que han llevado la caricia y la ternura de Dios por doquier, enriqueciendo a la Iglesia y mostrando nuevas posibilidades para encarnar el Evangelio a través de la predicación, el testimonio y la caridad: tres pilares que afianzan el futuro de la Orden, manteniendo la frescura del carisma fundacional”.
Dios, dijo el Papa, “impulsó a santo Domingo a fundar una ‘Orden de Predicadores’, siendo la predicación la misión que Jesús encomendó a los Apóstoles. Es la Palabra de Dios la que quema por dentro e impulsa a salir para anunciar a Jesucristo a todos los pueblos”. Domingo dijo: “Primero contemplar y después enseñar”, es decir, añadió el Papa jesuita: “evangelizados por Dios, para evangelizar. Sin una fuerte unión personal con él, la predicación podrá ser muy perfecta, muy razonada, incluso admirable, pero no toca el corazón, que es lo que debe cambiar. Es tan imprescindible el estudio serio y asiduo de las materias teológicas, como todo lo que permite aproximarnos a la realidad y poner el oído en el pueblo de Dios. El predicador es un contemplativo de la Palabra y también lo es del pueblo, que espera ser comprendido”.
Transmitir con mayor eficacia la Palabra de Dios, prosiguió el Papa, “requiere el testimonio: maestros fieles a la verdad y testigos valientes del Evangelio. El testigo encarna la enseñanza, la hace tangible, convocadora, y no deja a nadie indiferente; añade a la verdad la alegría del Evangelio, la de saberse amados por Dios y objeto de su infinita misericordia”. En este sentido, citando a Domingo (“Con los pies descalzos, salgamos a predicar”) y a Moisés (“Quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado”), el Papa subrayó que “el buen predicador es consciente de que se mueve en terreno sagrado, porque la Palabra que lleva consigo es sagrada, y sus destinatarios también lo son. Los fieles no sólo necesitan recibir la Palabra en su integridad, sino también experimentar el testimonio de vida de quien predica. Los santos han logrado abundantes frutos porque, con su vida y su misión, hablan con el lenguaje del corazón, que no conoce barreras y es comprensible por todos”.
Es por ello que “el predicador y el testigo deben serlo en la caridad. Sin esta, serán discutidos y sospechosos. Santo Domingo tuvo un dilema al inicio de su vida, que marcó toda su existencia: ‘¿Cómo puedo estudiar con pieles muertas (pergaminos, ndr.), cuando la carne de Cristo sufre?’. Es el cuerpo de Cristo vivo y sufriente, que grita al predicador y no lo deja tranquilo. El grito de los pobres y los descartados despierta, y hace comprender la compasión que Jesús tenía por las gentes”.
Viendo a nuestro alrededor, concluyó Francisco, “comprobamos que el hombre y la mujer de hoy, están sedientos de Dios. Ellos son la carne viva de Cristo, que grita “tengo sed” de una palabra auténtica y liberadora, de un gesto fraterno y de ternura. Este grito nos interpela y debe ser el que vertebre la misión y dé vida a las estructuras y programas pastorales. Piensen en esto cuando reflexionen sobre la necesidad de ajustar el organigrama de la Orden, para discernir sobre la respuesta que se da a este grito de Dios. Cuanto más se salga a saciar la sed del prójimo, tanto más seremos predicadores de verdad, de esa verdad anunciada por amor y misericordia, de la que habla santa Catalina de Siena. En el encuentro con la carne viva de Cristo somos evangelizados y recobramos la pasión para ser predicadores y testigos de su amor; y nos libramos de la peligrosa tentación, tan actual hoy día, del gnosticismo”. El ejemplo de Santo Domingo, continuó, “es impulso para afrontar el futuro con esperanza, sabiendo que Dios siempre renueva todo… y no defrauda”.
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Fuentes:
La Nación / Vatican Insider / Vatican.va