Religiosas de EE.UU. y El Vaticano: Ajustes sin transformación

7.00 p m| 26 ago 15 (NCR/BV).- La Conferencia de Superioras Religiosas de los Estados Unidos, reunida por primera vez desde que el Vaticano dio fin a la investigación de la organización, tenía mucho que celebrar. Ha sobrevivido intacta, y aparentemente libre por el momento, de interferencias adicionales del Vaticano. Las religiosas expresaron un sentido agradecimiento hacia los que las ayudaron a superar la crisis, sobre todo el arzobispo de Seattle, Peter Sartain, quien recibió un reconocimiento por su integridad y habilidad para mediar en la controversia. Sin embargo, de mensajes y conversaciones ocurridas en el encuentro, se desprende la percepción “que muchas realidades institucionales relativas a las actitudes del Vaticano hacia las mujeres se mantienen sin cambios”. Editorial publicada por el National Catholic Reporter.

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En nuestra comunidad de fe, no hay planificación o contabilidad de la gracia o acción del Espíritu, solo una expectativa de que actúa abundantemente en nuestra vida y acciones. Al mismo tiempo, se mantiene la tensión a la que alude la analogía entre serpientes (astucia) y palomas (mansedumbre).

Por tanto nos atrevemos a señalar, en medio de la celebración y, a pesar del resultado saludable de la evaluación a la LCWR y de la investigación anterior a las religiosas estadounidenses en general, que muchas realidades institucionales relativas a las actitudes del Vaticano hacia las mujeres se mantienen sin cambios.

La presidenta del LCWR, Sharon Holland – raro ejemplo de mujer con  una carrera laboral significativa en la Curia- hizo mención al “choque de culturas” que las hermanas enfrentaron.

“Nos arriesgamos a caer en hablar sobre el otro en lugar de hablar más profundamente entre nosotros”, dijo Holland, hermana del Inmaculado Corazón de María. Algunos de esa cultura curial / jerárquica, “creían honestamente que nosotras estábamos fuera de sintonía en algunos asuntos doctrinales; otros simplemente estaban convencidos de que no queríamos respetar la autoridad eclesiástica”.

Como abogada canónica, Holland ha ayudado a varias hermanas y congregaciones de los Estados Unidos a navegar en las peligrosas -y en algunos casos ocultas- corrientes de la burocracia Vaticana. Y fue, sin duda, invaluable en la traducción de esa cultura extraña a las líderes de distorsionar la fe en Jesucristo y de socavar el magisterio de la Iglesia.

Otro momento lo recordó ingenuamente la hermana de San José, Janet Mock, quien se desempeñó como directora ejecutiva de la LCWR entre abril del 2012 y diciembre de 2014. Reveló que aunque fue capaz de mantener la esperanza durante los años difíciles de la investigación haciendo el esfuerzo de ver lo bueno en la gente, descubrió también la cultura de corrupción de la provenía la acción del Vaticano.

“Realmente no quería creerlo”, dijo Mock. “Y si bien no aparecía en todos los ámbitos, había una cultura de la corrupción trabajando en niveles amplio, y sentimos su impacto”.

Los momentos ingenuos fueron raros en el encuentro. Los debates de la sesión ejecutiva, que más de una hermana hubiera querido que fueran públicos, dieron rienda suelta a la complejidad de la situación que enfrentan a pesar del reciente acuerdo. ¿Las religiosas deben continuar haciendo lo que ellas perciben que es su vocación, aún cuando podrían volver a tener problemas con la cultura del liderazgo masculino? ¿Cuál es la importancia a largo plazo del acuerdo suscrito y la forma apropiada de describirlo?

Del contexto se pueden extraer algunos puntos concretos:

– Aunque el mandato formal llegó desde el Vaticano, se sabe que el contenido de la denuncia se originó en acusaciones de larga data que habían expresado las fuerzas conservadoras en Estados Unidos, algunos obispos incluidos. El escrito que presentó el caso fue absurdo y ligero de argumentos, con una documentación que no habría superado los requisitos de un trabajo final de secundaria. Más allá de la futilidad de los cargos llama la atención el descaro de la cultura clerical masculina para iniciar ambiciosas investigaciones sobre las vidas de las religiosas. Los hombres tienen todavía que profundizar en sus propias vidas para determinar los temas sobre los que su cultura no veía nada malo, hasta que surgió la presión pública, con cientos de obispos protegiendo miles de sacerdotes sobre los que sabían que abusaban sexualmente de decenas de miles de los niños de sus comunidades. Las monjas eran y son el menor de sus problemas.

– Las negociaciones y reuniones entre religiosas y autoridades eclesiásticas fueron conducidas bajo términos masculinos, en su terreno, con representantes a los que se dio plena autoridad y poder sobre la organización delas  religiosas. Todo ello se llevó a cabo a puerta cerrada. Reconocemos que algunos asuntos de familia, si es que se puede aplicar esa analogía, deben conducirse con discreción, que las negociaciones en público rara vez tienen éxito. Pero esto comenzó como un tremendo abuso de poder en una relación desigual. Es esencial entender que todavía los interlocutores siguen sin ser iguales.

– Es seguro concluir que la resolución no habría ocurrido de esta manera durante los pontificados de Juan Pablo II o Benedicto XVI. La investigación fue producto de la clase de pensamiento y juego de poder episcopal que se desarrolló durante esas dos administraciones. No es ningún secreto que los cambios en el tono y de personal en cargos curiales -especialmente después de la elección de Francisco- ha tenido mucho que ver con la forma en que resultaron las cosas. Tampoco hay que subestimar la influencia representada por las 100.000 cartas de apoyo recibidas por la LCWR. Lo que el Vaticano descubrió poco después de que comenzó la investigación de las órdenes religiosas fue que millones de católicos conocían y amaban a sus monjas.

– Por último, y quizás más importante, es el lenguaje utilizado para caracterizar el acercamiento producido mientras se cerraban estas intrusiones en la vida de las religiosas en los Estados Unidos. Mucho se ha hablado de las “relaciones”, “confianza” y diálogo que se desarrolló a lo largo de cinco años. Las relaciones toman muchas formas pero la manera en que éste se desarrolló apareció, bajo cualquier estándar razonable, más bien cargado hacia lo abusivo.

En el caso de la LCWR, las líderes demostraron inteligencia y decisión, y, ayudadas por el respaldo de la gente y el cambio en el papado, hicieron lo que tenían que hacer para llevar la crisis a un final adecuado.

La realidad última, sin embargo, es que la Iglesia sigue siendo una monarquía, un universo y una cultura ideada por hombres, exclusivamente para hombres. A menos que haya una conversión de las dimensiones de Pentecostés, eso no cambia. Lo que se logró es propiamente un ajuste. Se gestionó la crisis. No hubo una transformación. Es poco probable que cambie pronto el hecho de que la mitad de la población de la Iglesia es mantenida lejos de los lugares donde se toman las decisiones significativas.

Las religiosas de Estados Unidos, sin duda han marcado una impresión distinta en algunos hombres de esa cultura jerárquica / curial y estrecharon un poco la brecha entre algunos líderes, hombres y mujeres, de la Iglesia. La cuestión para adelante reside en qué nivel de sabiduría y tolerancia debe acompañar a la mansedumbre de la paloma.

Las mujeres se beneficiaron de las muestras de apoyo laico porque representaban una expresión muy diferente de la Iglesia de lo que normalmente encontramos en la cultura clerical masculina. Esperamos que el espíritu de aventura esencial de ese modelo no se pierda.

Por el momento, la monarquía favoreció a las hermanas. Francisco, sin embargo, no va a estar ahí para siempre. Y hay muchos que se sienten amenazados por los cambios que está tratando de implementar y que recordarán por mucho tiempo que las religiosas salieron triunfantes esta vez; y estarán en ese lugar por un buen tiempo.


El Papa Francisco las reconoce como aliadas

Con frecuencia las religiosas de los Estados Unidos han hecho llamados e intentos por una conversación más abierta respecto a cuestiones controvertidas, y lo han hecho no por un desconocimiento de la gran tradición, sino en base a su amplia experiencia pastoral. El movimiento de religiosas en las periferias de la sociedad llegó mucho antes de que Francisco hiciera de esta opción pastoral una característica central de su pontificado. Durante las últimas cinco décadas han sido las hermanas, a menudo mucho más que nuestros obispos, quienes han tenido “el olor a oveja”. Han personificado una Iglesia como “hospital de campaña” que sale al encuentro del herido y de los olvidados de este mundo. Las voces distintivas de muchas religiosas teólogas surgieron, al menos en parte, del crisol de los compromisos pastorales con sus comunidades. La autoridad que se han ganado, a los ojos de muchos, se debe a que “recorren el camino” del discipulado cristiano.

En su decidido traslado a las periferias, las religiosas acogieron con entusiasmo, siempre que pudieron, el auténtico liderazgo episcopal. Se unieron con los obispos sin dudar para oponerse a la pena de muerte y para abogar por una significativa reforma de salud. También lo hicieron para insistir en los derechos de los inmigrantes y refugiados y para pedir por el cuidado de la creación. Han prestado su voz para llamadas episcopales por la paz y la reconciliación en las muchas regiones devastadas por las guerra de nuestro mundo. La gran mayoría de las religiosas han estado con los obispos en la oposición al aborto (incluso cuando muy pocos obispos se unieron a ellas para llegar a las mujeres que, trágicamente, sentían que acabar con la vida que llevaban era su única opción).

Los conflictos entre algunas religiosas y las autoridades de la Iglesia no surgieron de un desprecio por la autoridad episcopal, sino porque fueron las hermanas y no los obispos (con excepciones significativas) quienes fueron a las periferias a escuchar las preocupaciones de los divorciados vueltos a casar, a la asediada comunidad LGBT, y a las mujeres fieles que no desean ser definidas exclusivamente por su capacidad para la maternidad o que sienten el llamado a las formas de liderazgo de la Iglesia y ministerio, negado en la actualidad.

Las religiosas han escuchado pacientemente las voces que se sienten en las periferias de un modo que los obispos con frecuencia no hacen. La abrupta decisión de poner fin a la supervisión episcopal de la LCWR sugiere que Francisco, si bien puede estar en desacuerdo con el LCWR y otras religiosas norteamericanas en temas controvertidos, es muy consciente de su notable historial pastoral. Francisco reconoce una real autoridad pastoral cuando la ve, y es lo suficientemente inteligente como para darse cuenta que si quiere tener éxito en conseguir que los cristianos “salgan a las calles” para difundir un Evangelio de misericordia y compasión, las religiosas continúan siendo sus más entusiastas aliadas.


Fuente:

National Catholic Reporter

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