Óscar Romero declarado mártir y beato
11.00 p m| 3 feb 15 (AGENCIAS/BV).- El Papa ha proclamado beato al arzobispo de San Salvador (El Salvador), Óscar Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980, al reconocer que el obispo es mártir, ya que fue asesinado in odium fidei (en odio por su fe) mientras oficiaba una misa en la iglesia de la Divina Providencia en San Salvador. Según ha informado el Vaticano en una nota de prensa, Francisco autorizó a la Congregación de la Causa de los Santos del Vaticano, tras una reunión con el Prefecto cardenal Angelo Amato, la promulgación del decreto de martirio de Romero.
Al final incluimos fragmentos de algunas de sus cartas que denunciaron la injusticia que se vivía, difundidos por el Vatican Insider y extraídas de una publicación editada por el exsecretario del arzobispo con textos inéditos: “el silencio sería cómplice de quienes aquí pisotean los derechos humanos”.
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La disposición del Papa representa la última etapa en la sorprendente aceleración que ha caracterizado la última parte del camino de Romero hacia los altares: los peritos teólogos del dicasterio vaticano para los santos habían expresado, unánimemente, su visto bueno para la beatificación el pasado 8 de enero. Mientras los obispos y los cardenales de la Congregación manifestaron su aprobación hoy. La confirmación del Papa en relación con la promulgación del decreto estaba prevista para el próximo jueves, pero decidió reducir los tiempos y firmar inmediatamente. Una decisión que contrasta con las lentitudes, los sabotajes y los obstáculos que acompañaron la causa de beatificación, a pesar de que desde hace tiempo los católicos latinoamericanos lo llamen “San Romero de América”.
La causa de beatificación de Romero llegó a Roma en 1996, después de que en El Salvador hubiera concluido la fase diocesana. Desde entonces, los tiempos se dilataron a pesar de las cartas con las que el episcopado salvadoreño, superando antiguas divisiones, había comunicado a Roma los votos unánimes para que se reconociera rápidamente el martirio de Romero; y a pesar de las numerosas peticiones de los fieles, que esperaban ver beatificado a Romero en el año del jubileo.
En esos años, en Roma, existía una influyente facción de altos prelados que alimentaban resistencias subterráneas a la canonización de Romero. Un episodio notable sucedió al cardenal Francisco Javier Nguyen Van Thuan: justo en el año 2000, mientras predicaba los ejercicios espirituales para la Curia Romana y el Papa, el ya fallecido purpurado vietnamita había recordado a Romero, como uno de los grandes testimonios de fe de nuestros tiempos. Y justamente por ello, al final de las meditaciones, recibió duras recriminaciones por parte de algunos purpurados latinoamericanos, que lo acusaban de haber exaltado frente al Papa a una figura que, según sus opiniones, era controvertida, cuando no “subversiva”. Pocos meses después llegó la publicación de las meditaciones de Cuaresma y en ellas no figura el nombre de monseñor Romero, ni siquiera en citas o alusiones fugaces.
Durante mucho tiempo, lo que había justificado el retraso en la causa fue el examen que hizo el ex-Santo Oficio sobre las homilías, el diario y los escritos públicos de monseñor Romero. Se pretendía constatar la absoluta conformidad con la doctrina católica. Muchos años y miles y miles de páginas. Y la conclusión fue que en el magisterio episcopal de Romero no había errores doctrinales.
Durante esos años, quien asumió un papel preponderante en la gestión del expediente Romero fue en particular el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, influyente asesor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que falleció en 2008. Y por influencia suya, llegaron a la Congregación para las Causas de los Santos algunas disposiciones en contra de la beatificación. Desde entonces no había llegado al mismo dicasterio ninguna indicación que fuera en sentido opuesto y que fuera capaz de desbloquear el curso del proceso, para que pudiera encausar los procedimientos ordinarios del resto de las causas.
En mayo de 2007, mientras volaba hacia Brasil para su primer viaje a Latinoamérica, Benedicto XVI respondió a una pregunta sobre el proceso de beatificación de Romero. El Papa respondió con una pequeña apología del obispo asesinado: lo describió como “un gran testimonio de fe” y recordó que su muerte había sido “verdaderamente increíble”, frente al altar. No se refirió en esa ocasión a la categoría del martirio, pero dijo que la persona de Romero “es digna de beatificación”. Increíblemente, estas palabras pronunciadas por el Papa Ratzinger ante las cámaras televisivas y ante varias grabadoras fueron olvidadas en las versiones oficiales de las transcripciones de la entrevista publicadas en los medios vaticanos.
Según algunos sectores, llevar a Romero a los altares habría significado beatificar la Teología de la Liberación, o, incluso, algunos movimientos populares de inspiración marxista y las guerrillas revolucionarias de los años setenta. Prejuicios refutados desde hace tiempo, gracias a los estudios del historiador Roberto Morozzo della Rocca. Romero era un religioso devoto y atormentado, que conoció la conversión pastoral frente al sufrimiento dramático del pueblo en los años de la dictadura y de los escuadrones de la muerte.
La aceleración que se ha verificado bajo el Pontificado de Francisco anula todas las cautelas y resistencias alimentadas por prejuicios de orden político. El verdadero Romero no era un agitador o seguidor de nuevas teorías políticas. Incluso sus textos y discursos más “radicales”, cuando desde el púlpito decía los nombres y apellidos de quienes oprimían al pueblo, surgían de esa pasión por la suerte de los pobres, que es elemento ineludible de la Tradición de la Iglesia.
Las cartas de Romero frente a la injusticia: “La Iglesia no puede quedarse callada”
“El Salvador es un país pequeño, que sufre y trabaja. Aquí vivimos grandes diferencias en el aspecto social: la marginación económica, política, cultural, etc. En una palabra: injusticia. La Iglesia no puede quedarse callada frente a tanta miseria porque traicionaría el Evangelio, sería cómplice de quienes aquí pisotean los derechos humanos. Ha sido esta la causa de la persecución de la Iglesia: su fidelidad al Evangelio”. Son palabras de Óscar Arnulfo Romero, el arzobispo de San Salvador asesinado en 1980 por los Escuadrones de la muerte mientras celebraba misa y que dentro de poco será beatificado; precisamente hoy Papa Francisco reconoció su martirio. Se trata de una carta que escribió Romero a S. Wagner el 9 de febrero de 1978. Un fragmento contenido en el libro “Si me matan, resucitaré en el pueblo. Inéditos 1977-1980”, el volumen de cartas inéditas de la Editrice Missionaria Italiana que estará disponible en las librerías a partir del 24 de marzo, a 35 años de su muerte. Se trata de una antología que deja ver una vez más la estatura humana, cristiana y sacerdotal de Romero.
“Durante muchos años en la Iglesia –escribía el arzobispo mártir a Alfredo T. el 28 de octubre de 1977– hemos sido responsables de que muchas personas cieran en la Iglesia a un aliado de los potentes en campo económico y político, contibuyendo de esta manera a formar esta sociedad de injusticias en la que vivimos… Dios está hablándonos mediante los sucesos, las personas. Nos ha hablado mediante padre Rutilio, padre Navarro (sacerdotes asesinados, ndr.), los campesinos, etc. Nos habla mediante la paz, la esperanza que sentimos incluso en medio de tantos sufrimientos”.
En otra carta privada, de noviembre de 1977, monseñor Romero hablaba del “pecado social”: “La situación social de El Salvador es terriblemente injusta. Vivimos en el pecado social. La Iglesia está tratando de hacer llegar su voz a todos los ambientes para que, como cristianos, asumamos nuestra responsabilidad para vencer al pecado y construir la fraternidad con base en la justicia”.
En el libro surge también, y claramente, que el arzobispo asesinado no era ningún tipo de agitador político: su decisión de caminar junto a los pobres era evangélica y Romero pedía a los sacerdotes y religiosos que se abstuvieran de participar en manifestaciones políticas. Mientras se aproximaban algunas manifestaciones de grupos estudiantiles y sindicatos, escribió en junio de 1977 al padre José C.R., Romero le pidió “vvivamente que se abstenga de participar. Usted no ignora todos los problemas que nuestra Iglesia debe afrontar en este momento histórico. No sería ni justo ni oportuno añadir otros problemas con la participación de sacerdotes en manifestaciones políticas. Tenemos demasiadas y amargas experiencias”.
Pero este particular, obviamente, no significaba indiferencia: “Es despreciable que los trabajadores que de la viña, que deberían estar en primera línea en la pastoral de Medellín y Puebla –escribió Romero en agosto de 1979– elijan una cómoda posición que los deja indiferentes ante los necesitados de los que habla el Evangelio. Recemos por nuestra perseverancia y para que muchos vuelvan a la fidelidad”.
Es notable, para concluir, el pasaje de una carta a José Heriberto S.R., escrita el 16 de noviembre de 1977: “Como me preguntas qué pienso de la formación en un cuartel, trataré de darte mi opinión mediante la realidad que vemos todos los días en nuestro país. Seguramente, en un cuartel no te educan a vivir según el Tú conoces las acciones de muchas personas que se forman en los cuarteles y puedes ver con claridad que no son comportamientos cristianos. Ser hombre significa tener el valor de construir un mundo de fraternidad, de afrontar los problemas que se presentan día a día tanto a nivel personal como a nivel social; en fin, significa desempeñar la tarea por la que Dios nos ha puesto en este mundo, ser hombre es construir y no destruir. Si te enrolas o acabas en ese lugar, ten siempre presente tus principios cristianos, y defiéndelos con valor”.
Como se sabe, la causa de Romero sufrió años de retrasos. Después de que comenzara la fase romana del proceso, en 1998 la Congregación para la Doctrina de la Fe examinó el caso. Este fue el resultado, según lo que afirmó el postulador de la causa, el obispo Vincenzo Paglia en una entrevista con Stefania Falasca en el periódico italiano “Avvenire”: “El resultado final del estudio de los testimonios procesuales, de los documentos y de las más de 50 mil cartas del archivo de Romero es que su pensamiento teológico era “igual al de Pablo VI, definido en la exhortación Evangelii nuntiandi”, como respondió él mismo en 1978 a quienes le preguntaban si apoyaba la Teología de la liberación. Y que, sustancialmente, en un contexto histórico caracterizado por exprema polarización y por una cruel lucha política, se interpretó, por conveniencia, con la ideología marxista la defensa concreta de los pobres, que Romero sostenía no por cercanía a las ideas socialistas, sino por fidelidad a la Tradición, que siempre reconoce la predilección de los pobres como elección de Dios”.
Romero, explicó Paglia, frente a la represión del gobierno militar y al nacimiento de grupos guerrilleros revolucionarios, frente a los sacerdotes asesinados y torturados, frente a un clima de violencia y de persecución, reaccionó “como obispo” y pidió “con fuerza justicia a las autoridades”, además de protección “para los oprimidos, el clero y los fieles perseguidos”. Todo esto siguiendo las enseñanzas de los “Padres de la Iglesia y mediante el magisterio conciliar y pontificio. Pocos meses antes de morir, cuando un periodista venezolano le preguntó, por enésima vez, sobre su conversión de sacerdote en sotana a pastor militante, respondió: “Mi única conversión es a Cristo, y a lo largo de toda mi vida”.
Fuente:
Vatican Insider