Los mártires de la UCA: su legado 25 años después
11.00 p m| 18 nov 14 (WEB CJ/BV).- El 16 de noviembre de 1989 el ejército salvadoreño asesinó brutalmente a cinco jesuitas -Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Martín Baró, Amando López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López- la mayoría profesores de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas de San Salvador (UCA) y a dos mujeres, Elba Ramos, empleada del hogar y su hija Celina de 16 años. Después de 25 años podemos preguntarnos por las causas y consecuencias de este histórico martirio salvadoreño. Texto de Víctor Codina, jesuita español y doctor en Teología.
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En Medellín (1968) y Puebla (1979), los obispos latinoamericanos al releer el concilio Vaticano II desde América Latina, decidieron optar por los pobres. En 1974, hace 40 años, la Compañía de Jesús, en su Congregación General 32 redefinió el carisma ignaciano como el servicio a la promoción de la fe y la lucha por la justicia, y lúcidamente advirtió que esta opción tendría su costo, tendrían que pagar un precio. La Universidad Centroamericana (UCA) desde sus orígenes se orientó no solo a formar profesionales sino a orientarlos al servicio de los pobres del país y a la construcción de una sociedad justa, fraterna y solidaria.
En 1980 fue asesinado Mons. Romero, obispo de San Salvador, mientras celebraba la eucaristía, un pastor profeta al servicio de los pobres. Este contexto histórico y sobre todo el contacto con los pobres, convirtió a estos jesuitas de intelectuales de la academia en profetas de los pobres, en discípulos de Romero, en genuinos hijos de Ignacio de Loyola, verdaderos seguidores y compañeros de Jesús.
Han pasado 25 años, cayó el muro de Berlín y cayeron las Torres gemelas de Nueva York, se ha pasado de la modernidad ilustrada a la postmodernidad, de Prometeo a Narciso, hay nuevos desafíos y nuevos paradigmas: TICs, feminismo, diálogo intercultural e interreligioso, teología india y afroamericana, ecología, etc. Sin embargo todavía resuena la voz de Ellacuría: hacerse cargo de la realidad, encargarse de la realidad, cargar con la realidad, bajar de la cruz a los crucificados de la historia, construir una civilización no de la riqueza sino de la austeridad y pobreza compartida, revertir el curso de la historia…
También ha cambiado el clima eclesial, hemos pasado del invierno de la contrarreforma del Vaticano II a la primavera eclesial del Papa Francisco que desea una Iglesia pobre y de los pobres, critica el sistema económico actual que idolatra el dinero y mata a los pobres, y que en Lampedusa lanza un mensaje profético contra la sociedad envuelta en la cultura del bienestar que ha perdido el sentido de la solidaridad, tiene el corazón anestesiado y se ha vuelto incapaz de llorar por los muertos y de custodiar la naturaleza. El Papa pide para los sectores populares tierra, techo y trabajo.
En este contexto el asesinato de la UCA ya no se puede considerar como consecuencia de su ideología marxista, sino como martirio del seguimiento histórico de Jesús de Nazaret. Gracias a su muerte se aceleró la paz política en El Salvador.
Pero este martirio nos cuestiona. Interroga a los centros educativos de la Iglesia, colegios y universidades, si forman simplemente profesionales competentes para que se inserten en el statu quo del sistema social y eclesial, o si educan para un mundo diferente y para una Iglesia nazarena. ¿Ayudamos a que los cristianos puedan dar razón de su esperanza con razones sólidas, o los mantenemos en la rutina de la tradición religiosa de siempre? ¿Nos limitamos a enseñar doctrinas y normas o iniciamos a la experiencia y al encuentro personal con Jesús?
Han pasado 25 años, en la capilla de la universidad reposan los cuerpos de los mártires salvadoreños y en el jardín donde fueron asesinados, el jardinero Don Obdulio, marido de Elba y papá de Celina, plantó ocho rosales rojos. Estas 8 rosas son memorial de su martirio y símbolo de la esperanza pascual. No nos dejemos robar esta esperanza.
Los mártires
La muerte de los jesuitas confirmó lo que la misma orden había previsto lúcidamente: “No trabajaremos en la promoción de la justicia sin que paguemos un precio” (C.G. 32). Los mártires de la UCA lo hicieron cada uno según sus talentos, y es bueno recordarlo para que todos nos podamos sentir cuestionados y animados. Aquí un muy breve perfil de cada uno.
Ellacuría, 59 años, filósofo y teólogo, rector. Repensó la universidad desde y para los pueblos crucificados. Puso todo su peso para combatir la opresión y represión, y para conseguir una paz negociada.
Segundo Montes, 56 años, sociólogo, fundador del Instituto de Derechos Humanos. Se concentró en el drama de los refugiados dentro del país y sobre todo de los que tenían que abandonarlo, los emigrantes, que entonces huían de la represión violenta y ahora del hambre y la falta de trabajo. Los visitaba en los campos de refugiados en Honduras.
Ignacio Martín-Baró, 44 años, psicólogo social, pionero de la psicología de la liberación, fundador del Instituto de Opinión Pública de la UCA para facilitar que se conociese la verdad y dificultar que ésta quedara oprimida por la injusticia. Cada fin de semana visitaba comunidades suburbanas y campesinas con las que celebraba la eucaristía.
Juan Ramón Moreno, 56 años, profesor de teología, maestro de novicios y maestro del espíritu, acompañante de comunidades religiosas. En Nicaragua participó en la campaña de alfabetización. Amando López, 53 años, profesor de teología, antiguo rector del seminario de San Salvador y de la UCA de Managua. En ambos países defendió a perseguidos por regímenes criminales, a veces escondiéndolos en su propia habitación.
Por último Joaquín López y López, 71 años, el único salvadoreño de nacimiento, hombre sencillo y de talante popular. Trabajó en el colegio y fue el primer secretario de la UCA en 1965. Después fundó Fe y Alegría, institución de escuelas populares para los más pobres.
Declaración Institucional en el 25° aniversario del martirio de los jesuitas de la UCA: Universidades al servicio de la transformación social
Las Universidades y Centros de Educación Superior de la Compañía de Jesús de España (UNIJES) queremos conmemorar el 25° aniversario del martirio de los jesuitas de la UCA (Universidad Centroamericana) de El Salvador como una interpelación a reflexionar sobre la función social de nuestros centros. El 16 de noviembre de 2014 se cumplen veinticinco años de aquella fatídica madrugada de 1989, en la que soldados del ejército salvadoreño irrumpieron en la residencia de nuestros compañeros jesuitas de la UCA, y mataron cruelmente a todos los que encontraron allí: Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Martín Baró, Amando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López y López.
Tampoco queremos olvidar a las dos mujeres, madre e hija, que trabajaban en aquella casa, y que se refugiaron esa noche en ella, ante el toque de queda y la violencia de la guerra civil: Elba Ramos y Celina. Los soldados acabaron también con ellas porque no querían testigos, convirtiéndolas en símbolo del pueblo sufriente salvadoreño, de los más de 75.000 muertos que hubo en aquel país durante los diez años de guerra civil.
Estos seis jesuitas mártires, liderados por Ignacio Ellacuría, desde su profunda experiencia del Dios de Jesús y su compromiso con el pueblo, entendieron la universidad de un modo nuevo. La función de la universidad consiste en analizar la realidad histórica ―que incluye todos los niveles de lo real― y en contribuir a su transformación, de tal manera que la realidad constituya cada vez más un espacio de libertad y justicia para todos los seres humanos.
Como solía decir Ellacuría, esta aportación debe hacerse universitariamente, o sea, no cayendo en fáciles eslóganes, en planteamientos simplistas, o en derivas ideológicas; ni tampoco encerrándose en una torre de marfil supuestamente de alto nivel intelectual, sino poniendo el complejo aparato científico al servicio de verdaderos procesos de transformación histórica, una transformación que no podrá ser cosmética ni puntual, sino, por encima de todo, estructural, y que permita la construcción de sociedades más inclusivas y de mayor dignidad humana para todos.
El ejemplo de los mártires de la UCA nos interpela a nosotros, inmersos en un sistema universitario español y europeo sumamente complejo y competitivo, en el que son muchas las universidades que tratan de hacerse sitio. La abundancia de titulaciones, de facultades, de acreditaciones de la calidad ―nacionales e internacionales―, la necesidad de obtener financiación para realizar la investigación científica y para ofrecer una docencia cuyo coste sea asumible por la sociedad; todo ello representa un exigente reto de mejora, y hace que las diferentes comunidades universitarias estén trabajando cada día con intensidad y creatividad.
Sin duda, nosotros, en UNIJES, nos sentimos orgullosos de la cantidad de jóvenes que cada año escogen estudiar en nuestros centros porque reconocen en ellos una indiscutible calidad en la formación académica y en la preparación para su futuro profesional. Nuestros graduados con éxito profesional son numerosos, y nos congratulamos porque hemos logrado prepararlos para ser excelentes profesionales en nuestro mundo actual, que es tan complejo.
Pero esto no nos basta. Queremos más.
Queremos que nuestros graduados sean capaces de analizar las raíces profundas de las injusticias estructurales que nos rodean, que tengan valor para comprometer su vida en la transformación de este mundo, que se sientan responsables del estado actual de la humanidad, que quieran ser agentes de cambio social, que contribuyan con su conocimiento a crear un sistema que sea respetuoso de la dignidad de la persona humana, de todas las personas, sin excepción, y respetuoso también de su hogar, que es la Tierra. Desde la perspectiva cristiana que nos anima institucionalmente, todo esto responde al designio de Dios, que quiere que todos sus hijos contribuyan a hacer realidad su reino de justicia y de paz.
Hoy, los profesores, investigadores, trabajadores de administración y servicios, estudiantes y jesuitas de UNIJES, precisamente porque constatamos que nuestros resultados están muchas veces lejos de estos ideales, queremos reconocernos deudores de Ignacio Ellacuría y de sus cinco compañeros, y solidarios con aquel pueblo salvadoreño maltratado por la injusticia y por la guerra.
Y así como la UCA hizo un trabajo extraordinario en favor de la transformación de la sociedad salvadoreña, sin duda todavía inconcluso, nosotros queremos hoy poner nuestra docencia y nuestra investigación al servicio de la sociedad, y al servicio de una humanidad que sufre de modos distintos en todos los continentes.
Queremos hacerlo, y lo haremos, como decía Ellacuría, universitariamente.
Fuentes:
El bloc de Cristianisme i Justícia / Religión Digital