Adelia Prado: La poesía como salvación

Adelia Prado

11.00 p m| 4 set 14 (CRITERIO/BV).- La poesía de Adelia es católica creyente. Pero de una creencia que no pretende ni “consigue” ser convencionalmente litúrgica, teológica, catequística o religiosa en el sentido más tradicional del término. Al contrario. La fe y la creencia en el discurso poético de Adelia Prado superan todas las corrientes más genuinamente humanas de la vida cotidiana y allí descubren y expresan lo Trascendente, presente en epifanía y diafanía.

En pocos poetas y escritores puede notarse una intimidad y una proximidad explícita con el misterio divino como en Adelia Prado, esposa y madre de cinco hijos, maestra y formada en filosofía, catequista, católica practicante y conectada a la espiritualidad franciscana. Maria Clara Bingemer, exdecana de la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Río de Janeiro, es la autora de esta reflexión publicada en la revista Criterio.

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Adelia concibe su poesía en cuanto derivada y nacida de la fuente misma de todo poema, que es la Palabra de Dios. La poesía adeliana, además, siendo ejercicio espiritual, está permanentemente en estrecho e incesante contacto con la corporeidad humana. El cuerpo es el territorio donde se experimenta el espíritu. Y de eso está hecha la poesía.

En el caso de Adelia es su cuerpo de mujer, con todas las consecuencias y características biológicas que implica, el lugar donde la epifanía divina acontece. En Adelia -poeta y mística- el Eros y la Ágape no son terrenos separados y antagónicos sino, por el contrario, se encuentran en armoniosa síntesis. Como todos los místicos auténticamente cristianos, no tiene pudor en usar expresiones eróticas y sexuales para manifestar su experiencia de Dios y traducirla en poesía.

“… El Verbo se hizo carne”, proclama el poema-prólogo que abre el evangelio de Juan (1). De ese Verbo, Palabra Trascendental y primera, el evangelista dirá igualmente que “habitó entre nosotros” (2). Nada de lo que es humano, por lo tanto, es extraño a lo divino según el cristianismo, y todo lo que es humano no amenaza su identidad, sino que la alimenta, la nutre, la torna más verdadera.

Desde la convicción central cristiana de que el cuerpo humano es condición de posibilidad de la encarnación y, sobre todo, de la experiencia de lo divino, la poesía de Adelia Prado adquiere, a los ojos de la teología, una luminosidad especial.

Poseída por la convicción profunda de que “Dios no la hizo de la cintura para arriba para el demonio hacer lo demás” (3), Adelia no cesa de redimir y alabar el cuerpo humano, en su búsqueda incesante de la comunión con Dios: “Está por demás el bautizo para el cuerpo… / El cuerpo no tiene desvanes, / Sólo inocencia y belleza / Tanta que Dios nos imita / Y quiere casar con su Iglesia” (4).

Adelia proclama sin cesar, de una manera u otra, la identidad humana, que es la suya de ser espíritu encarnado (5). La corporeidad propia (y también la ajena) está en el centro de toda su poesía y prosa, tanto cuando critica acerbamente a aquéllos que por su soberbia o fatuidad quieren fugar de la condición carnal y sus implicaciones (6), como al comentar sin cesar sus propias dificultades corpóreas, como la comida y el ayuno, por ejemplo (7).

Las dificultades de manejar el hambre (o la gula) que la incitan sin cesar le permiten experimentar al mismo tiempo la bendición que es tener un cuerpo, ser un cuerpo y poder alimentarlo, deleitarse en el goce que él mismo le proporciona o inclinarlo en la oración (8).

También percibe la importancia que le dieron incluso los más ascéticos santos, como San Francisco (9), y regodearse con la imagen del Reino de Dios en la Biblia, descrito con la metáfora de un gran banquete (10), y con la manera de comunicarse de Jesús, que da su cuerpo en alimento (11).

Al buscar el camino para estar en el mundo, encontrar y construir “su estar con y en Dios”, Adelia ubica su cuerpo en altos y bajos, con su deseo ardiente y su crucifixión particular, que ayuda a limitar el orgullo (12). Y en su cuerpo humano y mortal encuentra el cuerpo del Señor encarnado, vivo, muerto y resucitado, dado eucarísticamente en alimento al pueblo.

La poesía adeliana se nutre del corazón de la mística cristiana, inseparable de la corporeidad vulnerable y mortal que el mismo Jesucristo tomó en su encarnación. La poeta dice el nombre amado y transliterado en el de Jonathan. ¿Quién es ese extraño que la seduce y enloquece con un amor impar y sin parámetro? El libro El Pelícano, de 1987, será todo él habitado por esa presencia amorosa y apasionada que atraviesa de fuego y deseo la corporeidad hecha poesía.

La epifanía da Trascendencia se da -en deseo doloroso y gozoso al mismo tiempo- al palpar los límites de la carne mortal y caduca. En esta debilidad brilla su fuerza y belleza. En este límite se da la presencia del Santo. En esta condición humana finita y mortal acontece la kénosis del Verbo que era de condición divina pero a ella no se aferró (13).

Adelia desea y desea. Y experimenta la belleza de la presencia. Y canta muy alto el re-conocimiento que nombra: Jesús transliterado en Jonathan. Jesús, el verdadero amor frente al cual los otros amores son pálidos reflejos. Jesús que, sin embargo, se deja experimentar en estos otros amores y no fuera de ellos. La belleza de la Encarnación del Verbo que habitó entre nosotros es sentida en el cuerpo. Belleza y cuerpo que tienen género. Género femenino (14).

Al mismo tiempo que se da cuenta de las vicisitudes de ser humana, de ser corpórea, de ser mujer, Adelia se revela alguien plenamente reconciliada con su cuerpo femenino, incluidas sus particularidades. Al percibir el ciclo menstrual que llega, siente el alivio de la mujer que sabe que estará en calma por un tiempo, hasta que el cuerpo dé nuevamente sus señales (15). Esas cosas, ese destino menudo, trocito de vidrio en el polvo (16), al contrario de abatirla y asquearla, la acerca más aún a Dios. Según ella, es el único que “con su paciencia y su amor extraño, permanece alto, fiel, incorruptible y tentador como un diamante” (17).

Denunciando la mentira que ubicó a la mujer como sede del pecado sexual, Adelia hace poesía contemplando el cuerpo del Crucificado: “Más que Yahvé en la montaña / esta revelación me postra. / Oh misterio, misterio / suspenso en el madero / el cuerpo humano de Dios / Es propio del sexo el aire / que en los faunos viejos sorprendo, / en niños supuestamente pervertidos / y a lo que llaman disoluto. / En esto consiste el crimen / en fotografiar una mujer gozando / y decir: he ahí la faz del pecado. / Por siglos y siglos / los demonios porfiaron / en cegarnos con este embuste”.

Denunciando la falacia de tantas generaciones de cristianos que pensaban que debían ignorar el propio cuerpo para acercarse a Dios, Adelia canta al Crucificado en la Fiesta del Cuerpo de Dios: “Y tu cuerpo en la cruz suspendido / y tu cuerpo en la cruz, sin paños: / Mírame. / Yo te adoro, oh salvador mío / que apasionadamente me revelas / la inocencia de la carne / exponiéndote como un fruto / en este árbol de execración. / Lo que dices es amor, / amor del cuerpo / amor” (18).

Para esa mineira de Divinópolis, la poesía es un destino, un “hado”, no una elección arbitraria o personal. Y ella lo proclama con temor y temblor: “Aquello que me hada es la poesía. ¿Alguien ya llamó a Dios por este nombre? Pues llamo yo que no soy hierática ni profética y temo descubrir la vía alucinante: el modo poético de salvación” (19).

La cocina poética es de Dios y sus ingredientes son palabras. Amasadas en el cuerpo de la poeta, amasan el pan que alimenta y da vida. Palabras nacidas del empuje del Eros y suavizadas en el regazo blando del Ágape que a todos acoge y acaricia. Amor-Eros y Ágape que es otro nombre de la poesía con que la poeta nombra a Dios, que carga en sí la salvación del mundo.


Referencias:

(1) Jn 1,1 ss.
(2) Jn 1,18.
(3) Os componentes da banda, in Prosa reunida, SP, Siciliano, 2001 p 199.
(4) O pelicano, in Poesia reunida, op. cit., p. 320.
(5) Solte os cachorros in Prosa reunida, op. cit. p. 22 e ss.
(6) Solte os cachorros p. 19.
(7) Op cit. pp 21-22.
(8) Ibid p. 23.
(9) op. cit. p. 23.
(10) op. cit. p 22 citando Mt 22, 4 ss.
(11) op. cit. p 21.
(12) En este punto, la autora se identifica con san Pablo, que al sentirse bañado de grandes y elevadas revelaciones místicas, comenta: “Ya que esas revelaciones eran extraordinarias, para no llenarme yo de soberbia, me fue dado un aguijón en la carne —un ángel de Satanás para apalearme— a fin de que yo no me llene de soberbia. A este respecto tres veces pedí al Señor que lo alejase de mí. Me contestó, sin embargo: “Te basta mi gracia, pues es en la debilidad que la fuerza manifiesta todo su poder”. Por consiguiente, con todo el ánimo prefiero gloriarme de mis debilidades, para que pose sobre mí la fuerza de Cristo. Por esto, yo me complazco en las debilidades, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias a causa de Cristo. Pues cuando soy débil, entonces es que soy fuerte” (2 Cor 12, 7-10).
(13) Fil 2,5-11.
(14) Cf. o poema “Com licença poética”, in Bagagem, in Poesia Reunida, op. cit., p. 11.
(15) Solte os cachorros in Prosa Reunida, op. Cit. p. 33.
(16) Ibid, op. cit. p. 32.
(17) Ibid, op. cit. p. 33.
(18) Festa do corpo de Deus, in Terra de Santa Cruz, 1981, in Poesia Reunida, op. cit. p 281.
(19) Solte os cachorros, op. cit., p 20.

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