Santo Tomás de Aquino sobre la Eucaristía: una teología de inclusión
11.00 p m| 03 jun 14 (THE TABLET/BV).- La exclusión de la Comunión a los católicos divorciados vueltos a casar, aflige a muchos de ellos y en este momento está en el centro del debate sobre su acompañamiento pastoral. Resulta interesante entonces conocer la reflexión de un especialista en la teología de Santo Tomás de Aquino sobre la comprensión del perdón de Dios que siempre impulsa las personas hacia la Comunión.
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Hay pruebas para afirmar que el pináculo de la teología de Tomás de Aquino se alcanzó en su discusión en la misa dominical. Lo que no es lo mismo que decir que la Misa dominical -o la Liturgia, como dice el Concilio Vaticano II- es el culmen de la vida de la Iglesia.
Pero esta afirmación de la teología de Tomás de Aquino podría ayudar a sacar a la luz la verdad profunda sobre lo que el Concilio nos dice, salvándonos de la mediación de las ataduras devocionales que impiden sentir el aguijón de las reglas eclesiales que privan a las personas de la plena participación sacramental en la misa dominical.
Una cumbre se alcanza al final de esta jornada ascendente. La discusión sobre la Eucaristía viene al final de la Summa de Tomás de Aquino. Hay otras cosas que podría haber añadido, pero se detuvo poco después de terminar su tratamiento de la Eucaristía. Pareció perder interés en escribir más sobre teología y más bien inició una preparación mística para su propia muerte. ¿Podría ser que se dio cuenta de que una vez que había dicho lo que tenía que decir acerca de la Eucaristía, no había nada más que decir? Había saludado la Eucaristía como viaticum (IIIa, P.73, R.4). Tomás ofreció a sus alumnos esas reflexiones (quaestio) sobre la Eucaristía como viaticum teológico.
Tampoco es fantasioso describir las reflexiones de Tomás sobre la Eucaristía, al final de la Summa, como una discusión acerca de la misa dominical. Tomás es más recordado por sus reflexiones acerca de cómo el misterio de la Eucaristía resulta de la transubstanciación. Pero estas son sólo algunas de los temas que plantea sobre ese sacramento.
De hecho comienza preguntando acerca de los símbolos principales y palabras en las que reside el sacramento y cómo sirven al sacramento transformándose en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Luego pregunta sobre lo que hace el sacramento por los que lo reciben, sobre cómo se va a recibirlo, acerca de los ministros de la Iglesia que hacen la consagración y la distribución del pan y el vino sacramental, sobre cómo este sacramento produce sus efectos como sacramento que es sacrificio. Finalmente, después de haber identificado lo que se está haciendo y quién lo está haciendo, las quaestio terminan con un examen cuidadoso del rito litúrgico completo en el que todo sucede. El rito en el que Tomás ve celebrarse el Sacramento/sacrificio de la Eucaristía, es nada menos que la Misa como Tomás la concebía. Esta reflexión es la culminación de su teología de la Eucaristía. Yo sugeriría que es la culminación de toda su teología.
Lo hago en base a una comprensión del discurrir del pensamiento teológico de Tomás a través de la Summa. El suyo es un pensamiento que comienza y termina en Dios. Procede a través de un examen progresivo de verdades generales sobre Dios y el mundo que ha creado, y a la luz de la mirada en los eventos particulares en que estas verdades se realizan históricamente – creación, orígenes del hombre, pecado original, la entrega de los mandamientos en el Antiguo Testamento, entrega de la gracia del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento, y, finalmente, la venida de Cristo como el punto culminante de lo que Dios da, que finalmente regresa todo a Dios.
A través de la exploración del ser y la acción de Dios, Tomás saca a la luz los componentes de la respuesta humana a la misma, sobre todo en forma de opciones morales y actividad virtuosa. Dios se entrega en última instancia, y provoca la respuesta humana definitiva en Cristo. La cristología de Tomás se completa en sus reflexiones acerca de los sacramentos porque es en ellos que Cristo une a la humanidad a sí mismo y la humanidad se junta a Él en la unidad de su cuerpo glorioso. Esto ocurre, por excelencia, en la Eucaristía, en la que los sacramentos llegan a su cumbre.
La Eucaristía, por tanto, no es solo una devoción, una entre las demás disponibles para la santificación humana. Tomás quedaría desconcertado con los “ramilletes espirituales” que la gente acostumbra regalar, en el que las misas y comuniones se listan y cuantifican lado a lado de rosarios, Via Crucis, horas de adoración eucarística e incluso comuniones espirituales.
Por supuesto, Tomás le da a la devoción un lugar en su teología de la Eucaristía. Una de las maravillas de su experiencia teológica con la Summa es la forma en que la efusión progresiva de lo divino, que él traza, suscita opciones de respuestas por parte de la persona humana. Estas toman la forma de virtudes, fe, esperanza y caridad, y virtudes morales que tienen en su corazón la práctica de la virtud de la religión, y se producen en el ejercicio de los diversos dones y ministerios en la Iglesia. Tomás se ocupa de todo esto en la Secunda Secundae de la Summa. Luego en la Tertia Pars muestra cómo las virtudes llegan a su plenitud en la humanidad de Cristo. En los sacramentos, a través de los cuales Cristo une a la humanidad a sí mismo, se convierten en la respuesta humana a la gracia de Cristo. Tomás a veces agrupa todo como cultus, adoración. Se trata de una participación en la propia adoración de Cristo. Su sacrificio es sacramentalizado en la Eucaristía y en ella se hace la respuesta de adoración de los cristianos a la gracia de Dios, pasa a ser la propia adoración de Cristo. Así, el patrón de las cosas que descienden de Dios, en un movimiento que la teología acaba llamando gracia o santificación, y de las cosas que van de regreso a Dios, en un movimiento llamado adoración o devoción, alcanza su plenitud sacramental en la Eucaristía.
La Eucaristía, en este punto de vista, es la cumbre de la que surgen todas las cosas desde Dios y de su regreso a Dios en Cristo.
Hay razones históricas para que el término “Misa” venga a expresar el movimiento ascendente de la Eucaristía y el descendente se exprese con el término Comunión. Esto ha llevado a considerarlos en el pensamiento católico, a veces, ejercicios espirituales separados. Tomás no hace tal separación. Incluso a pesar de que en sus días, cada vez más fieles asistían a misa sin recibir la Comunión. Dadas esas circunstancias, era teológicamente atrevido por parte de Tomás argumentar, como lo hace finalmente, que es bueno para las personas recibir la Comunión todos los días -y eso significaba ir a misa todos los días. El sacramento que se celebra en la Misa es el sacramento de la Comunión.
Es en la recepción del Cuerpo y la Sangre de Cristo que la devoción del pueblo de Dios queda asumida en la entrega de Cristo a Dios por la que toda la Creación finalmente vuelve a Dios. La participación sacramental en la Eucaristía no es un acto de devoción que se puede intercalar o sustituir por otros. Es el culmen de la forma en que el misterio de Dios se expresa en el Universo.
El misterio ocurre siempre que se celebra la Eucaristía. El hecho de que algunos individuos pueden acceder al sacramento en un estado de pecado, separándose por lo tanto de la santificación y adoración, no quita la realidad de la Eucaristía. Tomás señala que, a diferencia de los otros sacramentos que se celebran para un individuo en particular, la Eucaristía sacramentaliza el sacrificio salvífico de Cristo, que trae la salvación para todos los redimidos. Se construye Iglesia, no sólo tal o cual cristiano individual.
Es en esta perspectiva que Tomás emplea una distinción Agustiniana entre recibir la Eucaristía sacramental y recibirla espiritualmente. Agustín no estaba pensando en lo que más tarde se llamaría comunión espiritual. Quería decir -y Tomás le sigue en esto- que la realidad sacramental de la Eucaristía puede estar allí, pero si un participante no está haciendo del sacramento un movimiento ascendente personal de la fe, el amor y la adoración, él o ella no recibe la realidad espiritual de la Eucaristía. La Eucaristía es recibida sacramentalmente pero no espiritualmente. No se contempla aquí la Comunión espiritual como una alternativa a la Comunión sacramental. La Comunión espiritual es la Comunión sacramental recibida plenamente.
Donde Tomás proporciona una línea de pensamiento que podría ser usada para justificar la práctica devocional llamada Comunión espiritual, es en su discurso sobre el deseo, votum, de la Eucaristía. Observa situaciones en las que las personas no pueden recibir físicamente el sacramento, y es el deseo por recibirlo lo que les dará la realidad interna sacramental. Pero resalta prudentemente que no se puede tener ese deseo de la Eucaristía si uno no está preparado para recibir el sacramento cuando la ocasión se presente. La Comunión Espiritual como excusa para no hacer la comunión sacramental, no tendría sentido para Santo Tomás de Aquino.
Hay otros obstáculos a la plena participación sacramental en la Eucaristía, además de la imposibilidad física. En un extremo se encuentra el obstáculo del pecado grave. En el otro hay regulaciones eclesiásticas tales como el ayuno eucarístico. Tomás deja claro que la gente en estado de pecado no debe recibir el sacramento; hacerlo sería profanar la Eucaristía y así añadir pecado al pecado. Pero aún así, sostiene que el deseo del sacramento quita el pecado, y que incluso permitirá que, en determinadas circunstancias, se perdone el pecado grave por la participación real en el sacramento. La gracia del perdón de Dios siempre está impulsando a la gente a participar de la Eucaristía. Esa es también la razón por la que la normativa de la Iglesia, como el ayuno eucarístico, puede ser fácilmente dispensada.
Luego Tomás se ocupa de un caso que se encuentra entre estos dos extremos. Es la cuestión de cómo actúa un sacerdote celebrante hacia “pecadores públicos” que se presenten a la Comunión. Tomás ofrece una solución bastante matizada. Pero incluye esta notable declaración: “Si los pecadores no son notorios, sino ocultos, no se les puede negar la sagrada comunión cuando la piden. Puesto que a todo cristiano, por el mero hecho de estar bautizado, se le admite a la mesa del Señor, no se le puede privar de su derecho si no es por una causa manifiesta. Por lo que, comentando aquello de 1 Corintios 05:11, ‘Si uno entre vosotros, llamándose hermano…’, dice la Glosa agustiniana: ‘No podemos prohibir la comunión a nadie a no ser que espontáneamente haya confesado su culpa o haya sido procesado o condenado por un tribunal eclesiástico o civil’. (IIIa, P.80, R.6). Por último hay que señalar que, para Tomás, todos los obstáculos a la comunión, aparte de la negativa a arrepentirse de pecado grave, se quitan cuando la persona que solicita la comunión está en peligro de muerte.
Las personas que participan en los debates contemporáneos el acceso a la Eucaristía para los católicos divorciados vueltos a casar, pueden revisar y argumentar cómo trata Tomás las cuestiones prácticas relativas a la plena participación sacramental en la Eucaristía. Lo que se sugiere aquí, sin embargo, es que su contribución a estos debates debe estar en un nivel mucho más profundo que el de sutilezas casuísticas. Lo que ofrece es una comprensión de la Eucaristía, que la establece no sólo en el corazón de la espiritualidad y la devoción humanas, sino en la cumbre del misterio divino que viene de Dios y vuelve a Dios.
Fuente:
“Food for the journey” de Liam G. Walsh, OP. fue profesor de teología en Roma y en la Universidad de Friburgo en Suiza. En la actualidad enseña en la Universidad St. Saviour en Dublin. Publicado en The Tablet.