Lo que significa el martirio
9.00 p m| 15 may 14 (THINKING FAITH/BV).- El 7 de abril del 2014, el sacerdote Frans van der Lugt, jesuita holandés que vivía en Siria durante casi 50 años, fue asesinado en la ciudad de Homs. Se había negado a salir de esa ciudad cuando fue sitiada, eligiendo quedarse y compartir el dolor y sufrimiento de su pueblo. Escribiendo para la revista America, Patrick Gilger, editor fundador de “The Jesuit Post”, reflexiona sobre la vida y la muerte de un hombre que se ganó el corazón de los sirios, apoyado en el testimonio de uno de sus hermanos jesuitas en Siria.
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Frans van der Lugt SJ -que el 7 de abril recibió dos disparos en la cabeza frente a su casa en la ciudad de Homs, Siria- había vivido en estado de sitio durante 20 meses, cuando en enero grabó un mensaje de vídeo, clamando por ayuda al resto del mundo. Y termina este video, que lo hizo conocido fuera de Siria y probablemente contribuyó a su muerte, diciendo: “No queremos morir de dolor y de hambre. Amamos la vida, amamos vivirla y no aceptamos la idea de morir así. Muchas gracias”.
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Cada lunes, los jesuitas de mi comunidad aquí en Omaha, celebramos misa y luego cenamos juntos. Entre una y otra -somos de la Provincia de Wisconsin y así es como se hace por aquí- comemos queso y galletas, tomamos una cerveza y hablamos del día: qué tal nos fue dando las clases o las charlas de otros, lo que leemos en los diarios, cómo van nuestros estudiantes; cosas normales de la vida.
El 7 de abril, durante ese momento unos cinco de nosotros estábamos cerca de la mesa, conversando con un amigo nuestro, Tony Homsy SJ. Es normal que las comunidades jesuitas sean étnicamente diversas en estos días, en la nuestra tenemos alemanes e irlandeses-americanos, junto con un joven sacerdote mexicano-americano, otro asiático-americano de Indonesia, otro de Panamá, etc, y Tony, que es de Aleppo, Siria.
Tony y yo nos hicimos buenos amigos durante los ocho meses que hemos vivido en Omaha juntos, compartiendo muchas cosas, pero debo decir que no existe una norma cultural en Estados Unidos que te diga cómo iniciar una conversación sobre el martirio, incluso con un amigo. Especialmente cuando pasó unas 12 horas antes. Así que le encargamos a nuestro hermano de Indonesia preguntarle cómo estaba, y lo hizo.
“¿Estás triste?”, le preguntó.
-“Sí lo estoy”, dijo Tony. En la charla cotidiana en la sala de recreación, nuestro círculo estaba tranquilo ya que nos sentimos tristes también, y quedamos a la espera que él tuviera la iniciativa de contarnos más.
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La guerra en Siria comenzó en marzo del 2011. Para ese entonces el Padre Frans había vivido y trabajado en Siria durante 48 años, como psicoterapeuta, líder de retiros, pastor y fundador de Al Ard, una organización que se preocupa por las personas con discapacidades mentales, y que proporciona uno de los espacios excepcionales en el que fieles de las tres religiones abrahámicas pueden reunirse y orar. Era considerado por muchos sirios como una mixtura santa: un holandés que aprendió a amar a Siria tal vez más que ellos mismos.
Muchos son los informes que hablan de su cuidado por el pueblo sirio, o de cómo, después de muchos años, había aprendido a pensar en sí mismo como un sirio más, o de su negativa a abandonar el pueblo de Homs para buscar un lugar seguro. Es esa lealtad la que provocó que el New York Times reportara que el ataque “tenía un importante peso simbólico”. Luego continúa:
“Las muertes individuales a menudo se pierden de vista en una guerra que ha cobrado más de 150.000 vidas, y los opositores al gobierno a veces se quejan de que las apremiantes necesidades de los extranjeros o de los miembros de minorías religiosas en el país reciben más atención que las de otros sirios. Bombardeos indiscriminados del gobierno matan personas todos los días en la ciudad norteña de Aleppo y otros lugares en todo el país. Casi cada familia siria parece incluir a alguien que ha sido asesinado, herido, secuestrado o detenido. Sin embargo, la muerte del Padre Frans tocó una fibra sensible, porque eligió voluntariamente compartir la difícil situación de las personas que se quedaron en Homs”.
Cuando murió el Padre Frans era un jesuita de 55 años y con 43 años de sacerdote. Fue asesinado el 7 de abril. El 10 de abril habría sido su cumpleaños.
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Luego Tony dijo: “Frans era conocido por su maseer, -por 40 años lo hizo- su ‘marcha’. Era una especie de caminata de ocho días, un mini retiro / peregrinación, que hacía cada año.
“Era famoso por esto en todo Siria, más que por su terapia, más que por cualquier otra cosa. Esto se debe a que invitaba tanto a musulmanes como a cristianos a ir con él. Muy tabú. Hacía la misa, daba un tiempo para reflexionar, y luego eran momentos de conversación, de silencio y de caminar. Y musulmanes con cristianos lo hacían juntos. Hizo esto todos los años”.
Tony es un orador con carisma, con las manos en movimiento, los ojos brillantes, fuertes gestos. Tony cumplió 29 años el 18 de marzo, tres años desde que se inició la guerra en Siria. “Al final de esos días íbamos a una heladería, todos juntos, cristianos y musulmanes”. Luego continuó, “mis hermanos novicios y yo lo queríamos mucho, y le hacíamos muchas bromas, diciéndole que hacía retiros Zen en lugar de retiros Ignaciandos, para que así las personas conozcan al Padre Frans y recién luego a Jesús”
“Pero él por sobre todo era un hombre de fe, ahora lo veo. Era un apasionado de la vida, del amor y sin temor a la muerte. Lleno de alegría. Veo a Cristo claramente en él ahora. En los hechos más que en las palabras. Y lo hizo de manera muy simple, solamente viviendo en la sencillez con la gente, -haciendo a un lado sus años de estudio- no siendo solamente un terapista, sino un hermano, su pastor; sólo otro sirio entre nosotros, los sirios”.
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El 8 de abril, en Roma, el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi SJ, elogió al Padre Frans, lo describió como “un hombre de paz que demostró una gran valentía al permanecer leal al pueblo sirio, a pesar de una situación extremadamente arriesgada y difícil”.
“En este momento de gran dolor” dijo, “también expresamos nuestro gran orgullo y gratitud por haber tenido un hermano que vivió tan cerca de los que sufren”.
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La mañana después de la muerte del Padre Frans, en Omaha, hablé con Tony de nuevo:
“En Homs hay dos edificios jesuitas” dice, “la residencia, que es el lugar donde vivimos, y un edificio que es como un centro parroquial, donde se dan las clases y también hay una capilla. En bicicleta están a solo 5 minutos. Frans decidió quedarse en el centro parroquial, aislado por el sitio. Es casi imposible pasar de un lado al otro en estos días. A pesar de estar tan cerca, durante los dos últimos años solo se han visto en fotografías”.
“El próximo año, si el asedio termina” dice Tony, con los hombros y los ojos apuntando al suelo, “me tocará vivir en Homs. Vamos a volver a nuestra casa. Es probable que viva en su cuarto el año que viene. ¿Quién es digno de vivir en la habitación de un mártir?”.
Sólo hay nueve jesuitas en Siria ahora. El mismo número de jesuitas que viven con Tony y conmigo en este piso de la casa en Omaha.
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Al parecer Frans cruzó demasiadas líneas y fue demasiado querido al mismo tiempo. Una cosa rara en Siria hoy, donde parece que todo lo que uno dice te encasilla. ¿Estás de acuerdo con esto y lo otro? Entonces apoyas a los rebeldes ¿Haces esto o aquello? Entonces apoyas al régimen. Pero no el Padre Frans. Al parecer él pudo darle a los sirios al menos un lugar en donde se sentían unidos.
Tony comentó al día siguiente que todos nos hacemos tantas preguntas porque queremos justicia, queremos que los culpables paguen por lo que hicieron, vengar la muerte de un ser querido… “Pero eso lo único que va ha conseguir es matar a Frans nuevamente. Pudo haber muerto en cualquier momento estos últimos meses, por una bomba, asesinado, de hambre. Pero él se quedó. Estaba viviendo su misión de estar con la gente, con todos ellos. A favor o en contra del régimen, cristianos o musulmanes.
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No sé lo que significa el martirio o la muerte. Me quedo hablando con Tony, orando por la muerte de este hombre entre los 150.000 que han muerto desde 2011 o sentado solo pensando… Y seguro que esta sensación que tengo me perseguiría sin cuartel, un aullido, el fantasma cáustico de una cosa, no sabría cómo manejarlo si no fuera cristiano .
Eso podría ser lo que más me gusta de creer en Jesús: la posibilidad de no tener que saber. No tener que ser el que da sentido al hecho de que un hombre viejo, uno al que le gustaba el helado, el Zen y los retiros con caminatas, Misas y reflexiones, recibió disparos en la cabeza tres días antes de cumplir 76. No es el trabajo de un cristiano.
Nosotros, los seres humanos no somos los que hacen de ésta una muerte significativa. Es Dios el que da vida, El que nos llama desde la tumba, El que hace que cualquier muerte -incluso un martirio, incluso éste, incluso si se convierte en el catalizador para la paz en Siria- sea significativa.
Lo que no quiere decir que nuestro recuerdo, o nuestros actos en memoria no signifiquen nada. En lo más mínimo. Más bien, nos pone, como San Pedro, en nuestro lugar. En las aguas profundas, echando nuestras redes en el ancho mar, sabiendo que no somos nosotros los que ponemos ahí los peces.
Fuente:
“What Martyrdom Means” de Patrick Gilger SJ. Publicado en Thinking Faith.