¿Cómo evangeliza Jesús y cómo enseña a sus discípulos?

Jesús evangeliza

10.00 p m| 19 nov 13 (VIDA NUEVA/BV).- La nueva evangelización se ha convertido en el gran desafío que tiene ante sí la Iglesia del siglo XXI. Sin embargo, para afrontarlo con garantías, es preciso volver nuestra mirada a Cristo como primer evangelizador, y observar con detalle los atributos de su magisterio.

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El Señor evangeliza no principalmente por lo que dice o hace, sino por lo que es. Más correctamente, sus palabras y sus gestos son la transparencia en el mundo de su identidad perfectamente divina y perfectamente humana, de su amor y compasión por quienes nos hayamos sumergidos en las tinieblas del pecado, de la obediencia suprema que como Hijo otorga al Padre y la docilidad con que se deja conducir por el Espíritu Santo que Él, una vez glorificado, envía sobre su Iglesia. Es fundamental no perder de vista esto por tres razones:

La primera y principal consiste en que evangelizar, en sentido propio, es la acción propia del Mesías. Si cada generación la Iglesia, respondiendo al mandato de su Maestro, se empeña en transmitir a todos la buena noticia de la salvación, no lo hace como una institución cualquiera, deseosa de dar a conocer los principios ideológicos que alientan su tarea. Los cristianos evangelizan porque, en el Bautismo, la eficacia del Espíritu los ha unido al destino de su Señor.

El bautizado es en el mundo “otro Cristo”, llamado a compartir su destino e incluso su muerte redentora, en la esperanza de participar de su resurrección y su gloria. La evangelización solo tiene sentido cuando se comprende a sí misma desde esta raíz sacramental.

Para un católico, creer no significa tanto asumir con la mente una serie de principios teóricos. Creer supone estar con Cristo. Y evangelizar es, en cierto modo, estar con Cristo, que sigue saliendo al paso de los hombres y mujeres de nuestra sociedad para abrirles las puertas de la salvación.

– La segunda razón por la que no podemos perder de vista el misterio del Señor a la hora de reflexionar sobre la evangelización es por aquella verdad que subyace tras una conocida frase atribuida a Nietzsche: “Quien tiene un qué y un porqué, fácilmente encontrará un cómo y un cuándo”. Hay que reavivar el fuego del Espíritu, que recibimos de Cristo y a partir de la contemplación de Cristo. Estamos en una situación eclesial en que no podemos dar por supuesto lo que tendría que ser evidente. Hay que volver a la esencia de la fe, a las preguntas básicas acerca de quién es Jesús, qué es la Iglesia y cuál la esperanza que nos está reservada, para que, realmente, nuestra evangelización no caiga en el proselitismo y no se convierta en una simple propaganda ideológica.

– Y tercero, resulta que, de forma un tanto sorprendente a primera vista, la evangelización más eficaz del Señor, tal y como nos lo presentan los evangelistas, no tuvo lugar tanto en su predicación y milagros cuanto en los lugares en que se ponía de manifiesto con mayor claridad el misterio de su persona, especialmente en la Cruz y en la Resurrección. De hecho, y como veremos a continuación, esta es la clave de cuanto Jesús dice y hace.

Una vez contemplado el misterio del Señor, podemos plantearnos dos preguntas necesarias, a las que vamos a tratar de dar respuesta en los dos apartados siguientes. La primera cuestión es cómo evangeliza Jesús. La segunda, cómo enseña a sus discípulos –de la primera hora y de la nuestra– a evangelizar.


La forma evangelizadora del Señor

En el ministerio público del Señor podemos distinguir cinco grandes tipos de actuación:

1. En primer lugar, tiene grandes discursos en lugares públicos: el monte, la llanura, sinagogas. En los evangelios sinópticos se nos informa de que, en la primera fase de la actuación del Señor, eran muchos los que acudían a estos sermones. Había un interés general por lo que decía y hacía, que constituye lo que los exegetas han llamado “la primavera de Galilea”, por el marco geográfico donde tiene lugar. Juan presenta algunas de estas predicaciones en la ciudad santa de Jerusalén.

2. A medida que crece la oposición de los fariseos y de los saduceos contra el Señor, va apareciendo otro tipo de exposición de la doctrina. Son las llamadas controversias; discusiones contra los representantes de esos grupos, que en el evangelio según san Juan sirven para transmitir algunas de las doctrinas más importantes.

3. Hay también una instrucción particular a los discípulos. A ellos se les explica el sentido de algunas parábolas, que permanece oculto para la mayoría; y en ellos centra el Señor su enseñanza, sobre todo según avanza hacia Jerusalén.

4. Son importantes los milagros en el ministerio de Jesús. En el evangelio según san Juan, son los eventos que dan pie a una enseñanza -gran discurso o controversia– de Jesús. En los sinópticos, también suele haber discusiones o comentarios que permiten profundizar en su sentido. Podemos agrupar los milagros en tres tipos, aunque en el fondo todos responden a las mismas cuestiones: manifiestan la identidad de Jesús como el Mesías Hijo de Dios; se realizan por la compasión del Señor hacia quien se ve sometido por las fuerzas del mal, físico o espiritual; por sí mismos no suelen suscitar la fe, o existe previamente o comienza a haberla tras el diálogo con el Señor después del milagro. Los tipos son: Curaciones, exorcismos y manifestaciones del poder del Señor (multiplica los panes, camina sobre las aguas, calma la tempestad, seca la higuera…).

5. Finalmente, Jesús no solo habla a grupos. Para él tienen gran importancia los diálogos, la conversación personal con personas particulares. Puede tratarse de pecadores, como Zaqueo o la Samaritana; o de fariseos interesados en su persona, como el tal Simón que le invita a cenar o Nicodemo.

Estos cinco ámbitos se han mantenido en la evangelización de la Iglesia. Hay exposiciones de la fe que tienen lugar ante grandes auditorios –clases de Religión, celebraciones especiales, medios de comunicación, etc–. También se constata la existencia de una labor apologética, de defensa del cristianismo y de manifestación de su coherencia contra quienes abiertamente lo atacan. Formamos pequeños grupos, comunidades pastorales con quienes hay un trato más cercano. Tratamos de derrotar el mal de este mundo con el ejercicio de la caridad, milagro legado por el Señor a la Iglesia. Y procuramos conversaciones personales de mayor intensidad con aquellos que aceptan un acompañamiento más particular.

La multiplicidad de compromisos pastorales y las propias sensibilidades de cada agente hacen que, en ocasiones, se descuiden algunos de estos ámbitos. Es un error. Desde un trabajo de comunión, se torna indispensable que en toda estructura evangelizadora se den estos ámbitos, que pueden definirse con cinco palabras: propuesta de la fe cristiana, respuesta ante quienes la atacan, formación de quienes aceptan formar grupos más comprometidos, actuación en el mundo y acompañamiento personal.

El elemento común de todas estas actuaciones ha de ser su carácter cristocéntrico. Jesús fundamentalmente habla de Sí mismo, de su misterio de amor a los hombres que el Padre realiza en Él. A pesar de que, en un primer momento, algunas de las palabras del Señor puedan ser malinterpretadas desde una perspectiva exclusivamente moral, en el fondo todas refieren a su persona, y desde ahí se comprende su coherencia y hasta su condición de posibilidad.

Nuestra evangelización, para ser eficaz, no puede obviar este punto. Esto ha sucedido, por desgracia, en algunas catequesis y predicaciones, más centradas en cuestiones éticas que en el Señor. A la misma tentación ha sucumbido a veces también la acción caritativa.

En los Evangelios sinópticos –y, con mucha menor frecuencia, también en Juan– el Señor suele enseñar a través de parábolas. Las parábolas, ante todo, tienen en cuenta una forma de comunicación y de enseñanza muy común en la antigüedad. Hoy podríamos definirlas como un metalenguaje. Son narraciones cuyo sentido inmediato parece evidente, pero que conllevan otros significados y tienen otras repercusiones que no aparecen a simple vista. Requieren una interpretación.

El uso de metalenguajes se justifica para conseguir tres objetivos:

– En primer lugar, para hablar de realidades que trascienden las limitaciones de la lógica humana.

– En segundo lugar, para suscitar el interés en desentrañar el misterio que encierran. Las parábolas son, en este sentido, como el arte. Uno puede pasar ante un cuadro fantástico, comprender a primera vista la escena que se describe y pasar de largo. O puede pararse delante de él, tratando de descubrir significados que trascienden las apariencias y mensajes que van más allá de la impresión inicial.

– En el contexto del lenguaje, esta dimensión da paso a una tercera: es una invitación a entrar en contacto personal con aquel que ha pronunciado la parábola, pues solo Él puede revelar lo que se me oculta.


Las instrucciones del Señor a los evangelizadores

Jesús, ya en su ministerio prepascual, envía a sus discípulos a anunciar el Evangelio. San Lucas conoce dos de estos envíos: el que hace primero a los doce apóstoles (cf. Lc 9, 1-6) y el que tiene lugar, un poco más adelante, a otros setenta y dos (cf. Lc 10, 1-24). Vamos a centrarnos en este, que es más amplio que el anterior.

Es el propio Señor quien designa a los enviados (v. 1). Evangelizar no es una decisión de quien quiere hacerlo, sino la respuesta a una llamada de Jesús, que nos envía al mundo entero. En efecto, si el número doce de los apóstoles recuerda a las tribus de Israel y remite a la primera misión, que se cumplió entre los judíos, el número setenta y dos alude a las naciones paganas (cf. Gn 10, 1-31). Todos los hombres, sin exclusión, son destinatarios de la Buena Noticia de Jesucristo.

Jesús los envía “de dos en dos” (v. 1). La misión no es una empresa individualista, sino algo compartido. Es una acción de la Iglesia que se realiza en comunión. El hecho de que el Señor envíe en parejas hace que, por un lado, se recuerde que el verdadero Maestro es Él, que acompaña a los enviados –los manda “a los pueblos y lugares donde pensaba ir Él”–. Solo Jesús es el verdadero evangelizador. La presencia de dos discípulos hace que se trascienda todo personalismo, para que los hombres le descubran a Él. Por otro, se pone de manifiesto que el único testimonio digno de fe es el amor. Precisamente, dice san Jerónimo: “de dos en dos son llamados y de dos en dos son enviados los discípulos de Cristo; porque no existe el amor de uno solo. Por eso se dice: ‘¡Ay del solitario!'”.

El Señor también menciona la desproporción entre la tarea encomendada y nuestras fuerzas, sin embargo, esto no suscita el desánimo en los discípulos. También nosotros experimentamos con frecuencia cómo la misión excede nuestras posibilidades. No por ello debemos echarnos atrás. Pero sí contar con la ayuda de la oración. La clave de toda la misión consiste en que los envidados transparenten la presencia del Señor y nuestra acción evangelizadora es eficaz solo cuando reproducimos en el mundo el ser de Cristo. Él mismo subraya esta identidad: “Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha”.

Los discípulos son “corderos en medio de lobos” (v. 3). No se evangeliza por buscar el aplauso del mundo. El rechazo forma parte del ser misionero. Por eso no hay que temer el conflicto con el mundo. El desprendimiento de los discípulos les ayuda a vivir como los pobres de espíritu, que han puesto su confianza no en las seguridades humanas -el dinero y la fuerza-, sino en Dios. El misionero no se apoya en sus recursos, pues el único válido es el espíritu que lo acompaña.

Hay que practicar una cierta indiferencia si no somos escuchados. No podemos ser prisioneros de nuestros fracasos misioneros.Tampoco siguieron al Señor la mayoría de quienes lo escucharon. La evangelización necesita crear lugares de referencia cristiana para que, más allá de lo que se recibe fuera, se tenga un foco donde se experimente y profundice en la fe.

La misión suscita alegría en el enviado y en el propio Señor. Jesús tiene que recordar que el gozo no puede venir de los “poderes” que les cede –traducido a nuestros días, de los dones que nos ha concedido y que en un momento puedan resultar eficaces para la evangelización–. Nuestra dicha es que nuestros “nombres están inscritos en el cielo” (v. 20); que somos importantes para Dios y que Él nos acoge a su lado por haber sido sus compañeros de fatigas.

Nuestra alegría procede de que, con nuestra humilde tarea, más allá de nuestros éxitos o fracasos, alegramos a Aquel que nos ha amado, nos ha elegido y nos ha enviado.


Fuente: Revista Vida Nueva

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