‘El Hobbit’: una aventura teológica inesperada

El Hobbit: Aventura teológica

6.00 p m| 23 may 13 (THINKING FAITH/BV).- Existen innegables vínculos entre fantasía y religiosidad, ambas desbordan los parámetros y límites -culturales y vivenciales- de la experiencia cotidiana. Aunque a menudo se considera a la primera como puro escapismo, existen casos en que esta última, sin querer, ofrece una raíz simbólica más profunda y brinda respaldo al universo imaginario, no solo porque toda fantasía exige un acto de fe, sino que añade contenido a la trama (el simbolismo de los ritos de pasaje, la redención, la escatología) y profundidad a los valores/antivalores de los personajes. No es entonces casualidad que los tres escritores más populares y reconocidos del género fantástico en la actualidad -Tolkien, C.S. Lewis y J.K. Rowling- sean católicos británicos.

El texto que sigue es un comentario sobre la novela “El Hobbit: una ida y vuelta” de Tolkien, de la que se tiene en proceso la producción de una trilogía cinematográfica dirigida por Peter Jackson, y de la que ya se estrenó la primera parte; “El Hobbit; un viaje inesperado”.

J.R.R. Tolkien fue profesor en la Universidad de Oxford durante la mayor parte de su vida, especialista en historia del idioma Inglés y derivados, tales como el Anglosajón. Era católico devoto, criado por su madre, y cuando ella murió, quedó bajo la tutela de un sacerdote católico, alojado junto a su hermano en un apartamento en Birmingham. Tenía la costumbre de ir a misa diariamente, y también de pasear en bicicleta, muchas veces con sus hijos, temprano en las mañanas.

El origen de “El Hobbit” se remonta aproximadamente al año 1932, cuando Tolkien en sus momentos de aburrimiento escribió las primeras líneas de la novela: “En un agujero en el suelo vivía un hobbit”. Y en los años siguientes desarrolló la historia convertida en una aventura fantástica sobre Bilbo Bolsón, el respetable hobbit, clase media, burgués, que vive en un “agujero hobbit” y que es contratado por unos enanos que desean recuperar sus tesoros, que fueron robados por un dragón codicioso. Y la novela trata del ida y vuelta de esa aventura.

Siempre hay intenciones más profundas con Tolkien. Es una historia acerca de los enanos, lo que significa que es una historia sobre el amor humano hacia los objetos o el dinero, y cómo debemos aprender a tratar los bienes terrenales. Los enanos excavan bajo tierra, extraen joyas por las que luego se obsesionan, al igual que el dragón, y no quieren compartir su oro con nadie. Cuando logran llegar donde está el dragón (Montaña Solitaria) y Bilbo les indica dónde está el tesoro, los enanos desean conservar todo solo para ellos, a pesar de que es un humano, Bard, con el certero disparo de una flecha, quien mata al dragón, y les permitió recuperar su botín.

Pero Bilbo, “el ladrón”, como lo llaman, -porque finalmente quieren que robe el oro- se hace de la Piedra del Arca, la gran y heráldica, piedra ancestral de los enanos, y se lo da a los hombres y a los elfos que eventualmente llegan para hacerse de una parte del botín (que los enanos no pensaban compartir). Es así que pueden pensar primero en negociar antes que enfrentarse, y finalmente repartirse el tesoro. Lo que Bilbo hace es provocar una generosidad recíproca. Aunque al principio los enanos se enojan mucho por la situación, al final comprenden qué es lo que realmente se está haciendo. Voy a citar de la novela lo que Thorin, el líder de los enanos, le dice a Bilbo antes de morir: “Me voy ahora a la sala de espera… Ya que dejo todo el oro y la plata, y voy donde no tiene valor, deseo compartirlo en amistad… Si más de nosotros hubiéramos valorado comer, celebrar y cantar más que el oro, este sería un mundo mejor”. Por fin toma conciencia de su necesidad de acaparar todo, cuando mejor (para todos) pudo resultar compartirlo y distribuirlo. Para Tolkien esto habría tenido una resonancia política, así, influenciado por la enseñanza social católica de las primeras décadas del siglo pasado, que buscaba una tercera vía entre los extremos del individualismo capitalista y la negación de la individualidad del socialismo. Buscaban algo llamado distributismo, que tenía la finalidad de distribuir el dinero y los bienes entre la sociedad de manera tan amplia como fuera posible.

Creo que la fantasía ha retomado protagonismo en estos tiempos, no tanto porque la gente quiera escapar -aunque estoy seguro de que a veces lo hacen y la fantasía te ofrece una forma imaginativa de hacerlo- más bien te da una distancia crítica con el mundo tal como es. Y en este momento, en nuestra política cotidiana todo es muy, muy similar, parece que no podemos hacer nada por los graves problemas que nos acosan, o como si no hubiera otra forma de pensar en ellos. Y la fantasía y la ciencia ficción que va con ella, imagina las diferencias: mundos diferentes, diferentes pueblos. Así es que nos llevan lejos de pensar que todo tiene que ser como es y podemos fantasear con una manera diferente de hacer las cosas. El Hobbit se subtitula: “Ida y vuelta”, por lo que nos vamos a otro mundo y luego regresamos y vemos nuestro mundo como si fuéramos marcianos o como si fuéramos hobbits, y nos puede parecer extraño. Y nos debería dar las ganas de querer cambiarlo.

En el caso de las novelas como Harry Potter, ofrecen a los niños una noción de liberación: les da la posibilidad de imaginar que realmente pueden hacer magia, que pueden ser factor para un cambio, así que tiene sus propias cualidades, pero Tolkien no se queda atrás, nos ofrece una relación diferente con el mundo natural, que es más o menos como la que se puede establecer en una sala capitular de “Southwell Minster”, donde están algunos de los primeros ejemplares de hojas talladas en toda Gran Bretaña. Pintadas con amor, parecen tener vida propia, y es precisamente así la naturaleza en Tolkien. No es una naturaleza muerta, -más bien a veces puede ser muy atemorizante, como las arañas que tratan de atrapar al hobbit y a sus amigos enanos- muy a menudo se trata de un mundo que ha de ser tratado con respeto y reverencia, con el cual se puede trabajar en conjunto. Es así que el hobbit y los enanos son rescatados por las águilas, advertido por un tordo.

Pienso que es cierto que la fantasía llena un vacío espiritual, precisamente porque la religión es cada vez menos parte del imaginario cultural, pero la gente lo necesita y recurre a estas novelas para ello. Y es irónico que lean a C.S. Lewis y Tolkien, e incluso a J.K. Rowling, porque son escritores católicos británicos, que están ofreciendo concepciones imaginativas de un mundo completo, no sólo un estrecho mundo de doctrinas religiosas, sino un mundo que está impregnado de significado, porque si eres ateo y empleas la lógica el mundo no puede sostener ese tipo de significado, sería ilógico pensar que sí.

Tolkien estaría muy sorprendido al ver lo popular que se mantienen sus obras, y sí alentó a otras personas a seguir su trabajo: él dijo que estaba escribiendo una mitología para Inglaterra y que otras personas deberían continuarlo y ampliarlo. La producción de la reciente trilogía cinematográfica basada en su novela es una prueba de ello. Creo que él hubiera pensado que eran demasiado épicas en escala y no lo suficientemente fieles a la calidad artesanal de su creación. De hecho han reproducido con demasiado cuidado los objetos de Edoras (la casa de los Rohirrim), La Comarca y mucho más, pero sin el tipo de estética de cine que iba con él. No es una película donde solo es necesario una cámara sencilla y la mediación humana que surge del argumento, sino que son presupuestos y caracterizaciones tipo Hollywood, y creo que para él eso habría sido un problema.


Extracto de entrevista a la Dra. Alison Milbank publicado en Thinking Faith.

Dra. Alison Milbank. Profesora asociada de Teología y Estudios Religiosos en la Universidad de Nottingham. Autora de “Chesterton y Tolkien como teólogos” (T & T Clark, 2009).

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2 pensamientos en “‘El Hobbit’: una aventura teológica inesperada

  • 23 mayo, 2013 al 9:58 pm
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    No es casualidad que estas películas tengan éxito. Es prueba de que el ser humano necesita de la fantasía…¡y de Dios!

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  • 24 mayo, 2013 al 4:21 pm
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    Me parece que se eqivoca en dos premisas: primero en tomar la ficcion como "escapismo", olvidando que toda representacion es aquello, representacion, no realidad. Luego las metaforas si fueron muy pronto entendidas por los griegos y luego por Freud como representaciones relevantes de diferentes aspectos de la psychis humana. Es saliendo de la palabra primera que la razon explora el sentido, no con la percepcion religiosa.

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