Dimisiones del Papa. La teoría y la práctica
Han suscitado cierto escozor dos recientes artículos aparecidos en Italia, en los que se prefigura la hipótesis que Benedicto XVI renuncie, también en orden a influir en la elección del propio sucesor.
Ferrara no es creyente, Socci es católico militante. Ambos son conocidos por su sincera admiración respecto al papa Joseph Ratzinger.
Más allá de las buenas intenciones de los dos, la hipótesis esbozada por ellos no parece tener fundamento.
Entre tanto, quien ha tenido forma de encontrar a Benedicto XVI, también luego de la salida de los dos artículos, no ha tenido en absoluto la impresión de tener frente a sí a un Papa que esté pensando en renunciar. El Papa está lejos de ello, tanto por su capacidad de captar los enlaces necesarios para cada acto de gobierno, como por el horizonte no temporalmente restringido con el que, siempre “si Dios quiere”, él continúa guiando a la Iglesia universal.
Y también porque nada es más ajeno a la historia y a la personalidad de Ratzinger que el solo pensamiento de poder maniobrar, aun cuando con nobles intentos, por su propia sucesión. Esta es una hipótesis canónicamente “subversiva”. El único modo legítimo para un pontífice de influir en la elección del futuro Papa está en la creación de los cardenales. Al recorrer los nombres de los elegidos por Benedicto XVI desde el 2006 hasta hoy, no se ve que haya un claro designio de hipotecar el futuro cónclave, que en la “mente” de Ratzinger, como en la de todo buen creyente, debe ser confiado ante todo al Espíritu Santo.
Dicho esto, queda en pie el hecho que en el libro-entrevista “Luz del mundo”, publicado en noviembre de 2010, Benedicto XVI afirma (poniendo de manifiesto un pensamiento ya expresado por él antes de ser elevado al trono de Pedro): ”Si un Papa se da cuenta con claridad que ya no es capaz, física, psicológica y espiritualmente, de asumir las obligaciones de su cargo, entonces tiene el derecho y, en algunas circunstancias, también la obligación de dimitir”.
Es el mismo Código de Derecho Canónico que prevé este caso en el canon 332, § 2: “Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie”.
Más complicado es el caso en el que el Papa sea golpeado por una enfermedad que lo torne inválido y que le impida comunicarse de alguna manera o lo incapacite para entender y querer. No hay normas públicas (pero podría haber protocolos reservados) que regulen este caso y en consecuencia establezcan, entre otras cosas, cuál es la autoridad que tendría la facultad de declarar impedido al Papa.
Para llenar este “vacío legislativo” parece que se ha pensado que se podría proveer una especie de carta de renuncia “en blanco”, firmada en forma anticipada por el Papa, que se oficializaría en el caso de una grave enfermedad que lo torne inválido. Documentos de este tenor han sido publicados en el 2010, en el libro “Perché è santo. Il vero Giovanni Paolo II raccontato dal postulatore della causa di beatificazione” [Por qué es santo. El verdadero Juan Pablo II contado por el postulador de la causa de beatificación], escrito por monseñor Slawomir Oder con Saverio Gaeta, para la editorial Rizzoli.
Antecedente
Pero también las dimisiones de un Papa, previstas por el Derecho Canónico, son simples solamente en teoría, no en la práctica.
Juan Pablo II dijo en una oportunidad que en la Iglesia “no hay lugar para un Papa emérito”. Y el cardenal Franz Koenig declaró a la agencia de prensa alemana DPA, en noviembre de 1996: “El Papa sabe, y lo ha dicho, que la elección de un nuevo pontífice, mientras el viejo está vivo todavía, representaría un problema. Un Papa jubilado, otro en el Vaticano: la gente se preguntaría cuál de los dos cuenta”.
En efecto, bastaría solamente imaginar qué sucedería si el “Papa” emérito continuara escribiendo artículos y concediera entrevistas, como el cardenal Carlo Maria Martini, o bien escribiera libros y memorias como el cardenal Giacomo Biffi.
Es por eso que también un Papa como Pablo VI, que había abrazado seriamente la hipótesis de renunciar, al final no lo hizo. En setiembre de 1997 el cardenal Paolo Dezza, quien fue confesor del papa Montini, recordó a propósito de la posible renuncia: “Él habría renunciado, pero me decía: ‘Sería un trauma para la Iglesia’, y entonces no tuvo el valor de hacerlo”.
Con Juan Pablo II se comenzó a hablar de su dimisión luego del atentado de 1981. Después llegó una fuerte oleada de voces en 1995, cuando cumplió 75 años. En ambas ocasiones las reacciones oficiales de los órganos de comunicación vaticana fueron de desmentida, muchas veces en forma irónica.
Fue a partir del 2000 que la hipótesis de su dimisión se relanzó, ya no a partir de personalidades periodísticas, sino por parte de eclesiásticos de primer nivel.
En enero de ese año fue el obispo Karl Lehmann, creado cardenal al año siguiente, quien dijo: “Creo que el Papa en persona, si tuviese la sensación de no estar ya en condiciones de guiar en forma responsable a la Iglesia, tendría entonces la fuerza y el valor de decir: No puedo cumplir la tarea como es necesario hacerlo”.
En octubre de ese mismo año, el cardenal belga Godfried Danneels agregó: “No me sorprendería que el Papa se retirara luego del 2000”.
El 16 de mayo del 2002 fue el mismo Ratzinger, en ese entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, quien no excluyó, en caso de empeoramiento de su salud, un retiro anticipado de Juan Pablo II, en una declaración al “Muenchner Kirchenzeitung”, el semanario de la arquidiócesis de Freising-Munich: “Si el Papa viese que no puede hacerlo más, entonces seguramente renunciaría”.
Ese mismo día fue expresado un concepto similar, en otra entrevista, por el cardenal hondureño Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga.
El 7 de febrero del 2005, el cardenal secretario de Estado, Angelo Sodano, a la pregunta de los periodistas si el papa Karol Wojtyla había pensado en renunciar, respondió: “Esto dejémoslo a la conciencia del Papa”.
En el actual pontificado las voces de renuncias papales no han llegado a ser discutidas públicamente por eclesiásticos de rango. Pero a nivel periodístico sí. Antes de los dos últimos artículos de Ferrara y de Socci, de hecho ya habían escrito el mismo Socci (en el “Libero” del 25 de setiembre de 2011) y el vaticanista Marco Politi, en un reciente libro muy crítico del actual pontificado.
Imagen: El Papa Benedicto XVI en su Papamovil durante su audiencia general del miércoles 11 de abril de 2012 en la plaza de San Pedro en el Vaticano .