El derecho de los cristianos a escribir al Papa
Los cardenales suelen abordar con el Papa asuntos de interés y los presidentes de las conferencias episcopales y algunos obispos despachan con él con no poca frecuencia, aunque se lleven la sorpresa del obispo emérito de Ávila, Felipe Fernández, quien, preguntado por Juan Pablo II cómo le iba en Ávila, le dijo que ya lo había cambiado a Tenerife hacía tiempo. Y el Papa sin saberlo.
Dicen también que Benedicto XVI, aunque no invite al almuerzo o a la cena, como solía hacer su predecesor, pone tal atención, fija de tal manera la mirada, que parece que, en ese momento, solamente existe para él su interlocutor. Tiene su grado de conocimiento desde sus años de prefecto curial.
Una misiva interna del cardenal secretario de Estado, Tarsicio Bertone, ha pedido mayor control, más coordinación en los mensajes que llegan al Papa, y ha pedido convertirse, de alguna manera, en el canal a través del cual le lleguen al pontífice las cosas.
Han saltado las alarmas por varios motivos, y suele ser esto cosa común en los declives de un pontificado. Todos quieren acercarse y hacer valer su voz, pero debe saber el cardenal salesiano que, de ser así, se le exige un ejercicio de equilibrio y objetividad mayor.
Bien está que se coordine, pero mal que se tape la voz de muchos obispos que quieren decirle al Papa las cosas que pasan. De lo contrario, estaremos metiendo al Papa en una urna de cristal, dedicado a sus paseos, sus libros y su música, alejándolo de la Iglesia real.
La carta enviada por el Nuncio en los Estados Unidos, Carlo Maria Viganò, pidiendo al Papa que arreglara la suciedad en las finanzas vaticanas, ha querido ser acallada de forma poco elegante. Todo cristiano tiene derecho a escribir al Papa, a expresarle lo que considere, de forma personal o abierta. Lo mismo que el Papa escribe de forma abierta a todos.
Entendemos a lo que puede referirse el cardenal salesiano. No lo tiene fácil en la Curia, pese a haberse rodeado de gente de su confianza. El Papa puede y debe escuchar al Pueblo de Dios. Los filtros han de ser honrados y fieles, y nunca se le puede sustraer la voz de la Iglesia.
Se aprecia aquí una estrategia curial, montada desde instancias muy alejadas de la verdad evangélica. Cuentan y dicen que los últimos papas han querido renovar la Curia y que poco han podido hacer más allá de recortar la cola en la capa de los cardenales. Desde Pío XII ha sido un objetivo que los pontífices han tratado de llevar a cabo sin éxito, confiando, como contrapunto, a otros destacados eclesiásticos labores de gobierno.
Benedicto XVI, poco curial, pero conocedor como pocos de sus entresijos, quiso dar un giro, eligió al cardenal Bertone y ahora este hombre que ha rebasado ya la edad canónica, está siendo crucificado por la influyente Curia vaticana y por las más feroces garras de quienes se creen dueños y señores de la silla de Pedro.
Y es que se avecina un cónclave y, mirando la geografía cardenalicia, no se desea perder la fuerza italiana. Dos pontificados sin papas italianos les parece ya demasiado.
La roca de Pedro es hoy la fuerte Curia romana.