Newman: Un nuevo beato, mitad anglicano, mitad católico
A continuación un extracto del artículo escrito por Juan Ochagavía, S.J. Doctor en Teología
EL NEWMAN HUMANO
Impresiona en Newman su viva sensibilidad para meterse dentro de sí y de las cosas, captar los detalles y describirlos con claridad diáfana.
Hijo de padre banquero y de madre de familia empresaria, a los siete años entró a una escuela de buen nivel. En el colegio era del “tipo estudioso”, poco dado a participaren los juegos, ávido de aprender. Actuó en obras de teatro en latín, aprendió a tocar el violín —cosa que hará a lo largo de su vida— A los dieciséis obtiene una beca para entrar al Trinity College, Oxford, normalmente para la nobleza, pero que hacía excepciones en favor de plebeyos calificados. Newman se sentía diferente de sus otros compañeros, consciente de que lo miraban y se reían de su vestimenta. Evitaba la vida social, consistente principalmente en borracheras. La natación era su ejercicio preferido.
En el Oxford de esos años, el espíritu del romanticismo se hacía presente en todo: en la historia, el arte, la filosofía, el paisaje, el modo personal de sentir, la amistad y las relaciones de familia. El Newman maduro, religioso y pionero está marcado por el romanticismo, con su énfasis en el sentimiento y la imaginación
LA INCREENCIA DE LA ERA MODERNA
Newman sufría por el escepticismo y la pérdida de fe de la Europa de su tiempo. Era como una gran epidemia, “maravillosamente cautivante” En sus años de anglicano, viendo una religión tan aguada, no se extrañaba de las conversiones a la Iglesia católica romana. Y a los setenta y tres pronuncia un sermón profético titulado “La infidelidad del futuro”, en que desarrolla el tema de una increencia distinta: “Siempre hubo personas no creyentes, pero hasta ahora el cristianismo nunca había vivido en un mundo simplemente no religioso”. Otra vez dirá: “Lo que el mundo político y social entienden por la palabra ‘Dios’demasiado a menudo no es el Dios cristiano”.
SOBRIEDAD ESPIRITUAL
Para Newman, lo normal es que el Espíritu Santo trabaje en nosotros usando los medios humanos —“la conciencia, la razón y los sentimientos”— y “no que venga inmediatamente a cambiarnos”. Tenemos que vivir y actuar movidos por el Espíritu,
pero este nos hace trabajar con nuestros propios recursos.
EL LIBERALISMO DEL SIGLO XIX
Newman tenía en su mira al liberalismo de su siglo ¿Cuál era, pues, el liberalismo que él combatía? Lo dice muy claro al final de su vida (Roma, 1879), en su discurso al recibir el capelo cardenalicio: “Por treinta, cuarenta, cincuenta años, he resistido con todas mis fuerzas el espíritu del liberalismo en religión”. Lo que le contraría es su pretensión seudo-científica de probar que Dios no existe; o que, si existe, no se revela a los hombres. Le enerva el intento del liberalismo de relegar la religión a la esfera privada, quitándole el derecho de salir a los espacios públicos. Combate su estrechez científica, sus prejuicios religiosos y sus interpretaciones racionalistas del credo cristiano, despojándolo de toda sustancia. La ciencia solo puede entregarnos “hechos”; nosotros tenemos que “darles un sentido, y sacar de ellos nuestras conclusiones”. Aborrecía que se tratase la Biblia en primer lugar como literatura o como ocasión para rigurosos estudios filológicos de textos, desvirtuando su intención primordialmente religiosa.
Newman tiene una vívida esperanza de que en el futuro se encuentre una manera “de juntar la libertad que se da en la nueva sociedad con el principio de autoridad de la antigua, sin caer en bajos compromisos con el ‘Progreso’ y el ‘Liberalismo’”.
Al beatificar a Newman, la Iglesia nos lo propone como ícono viviente del cristiano que no se cansa de buscar la verdad, que “no peca contra la luz”, y —a la vez, como desafío— nos lo propone para que continuemos actualizando las grandes líneas del último Concilio.
El liberalismo religioso del siglo XIX tiene hoy en día otros nombres, pero la increencia sigue y está mucho más extendida. También los extremismos ultramontanos han cambiado de denominación, pero en la sustancia los vemos aflorar por todas partes. Newman era benevolente con la superstición de la gente sencilla, pero no lo sería tanto con la de las personas educadas. Será importante recordar su enfoque pastoral: no
argüir, sino mostrar a Jesucristo; no quedarse con una “fe nocional”, sino pasar a una “fe real”.
Necesitamos a Newman como conciencia crítica para el siglo XXI.
Imagen: Retrato en óleo de John Henry Newman