Me dijo que lo espere 5 minutos. Pero sus 5 minutos no fueron 5 minutos.
En la cocina ocurre que pequeños lapsos de tiempo pueden hacer la diferencia entre un plato perfecto y un desastre monumental. Así que ahí el tiempo es realmente el tiempo y no hay tolerancia que valga.
Pero el tiempo por sí solo no genera una tiranía. Hay que considerar la temperatura. Porque una cosa es un horno a 180 grados por 45 minutos y otra totalmente distinta es ponerlo a 100. En todo caso, estar atento a la cocción parece ser la mejor salida.
Mientras esperaba fui colocando en una fuente un fondo de salsa a la boloñesa con mucho cuidado de cubrir todo los espacios posibles. Eso me tomó unos 10 minutos o quizá más. A poco de terminar se acercó Ignacio a ayudarme.
Cocinar con un niño de 4 años es una cosa maravillosa. Se toman todo tan en serio como el más exigente de los chefs. Al ver la fuente, Ignacio descubrió que había puesto la salsa dispareja. Tomó la cuchara y empezó a equilibrarla.
Luego me ayudó a poner unos enrollados de pollo deshilachado, champiñones –que cociné previamente con mantequilla y ajos en polvo- y una salsa de mayonesa con kétchup en la masa de enchiladas y tacos. Hay que poner los rollos con la unión hacia abajo para que no se vayan a abrir. Algunos podrían tomarse la libertad de no poner pollo y cambiarlo por carne, o de picar tomates para añadirles al relleno. Sean libres y cuéntenme que se les ocurre.
Al terminar hay que ponerle una capa más de salsa boloñesa. Sugiero añadir queso parmesano y mozarela al gusto.
Hasta aquí es donde Ignacio pudo ayudarme.
Luego vino la tiranía del tiempo y el fuego.
El horno debe estar a 180 grados y hay que tener la paciencia suficiente para esperar 40 minutos. Leí un truco para que la cubierta superior quede dorada. Los últimos 5 minutos hay que cocinarlos a 190 grados. Hay un riesgo: que la capa empiece a quemarse. Aquí sugiero llevarse por el instinto y un buen olfato.
¡Bon appetit!