A la edad que tengo –que pudiera ser cualquier edad para cualquier otra persona- no sé si ser completamente serio y formal o mantener la inmadurez que disfrazo con un poco, casi nada, de simpatía. Por un lado, la manera tan silenciosa como el establishment se ha posicionado en mi vida me ha restado capacidad de respuesta: en los últimos días de diciembre, el cuerpo me daba solo para llegar a casa, servirme un café y ver televisión. Me atrevería a decir que esta imagen la hemos visto todos alguna vez en nuestras casas. Por otro lado, la conciencia de esta enfermedad, por así decirlo, me lanza sobre los últimos espacios de inmadurez: el alcohol, los juegos y la hoja en blanco.