Con Chile nuestra relación nunca ha estado libre de tensiones: desde los abucheos a Sandra Muente (abucheos justificados después de su participación y no antes) pasando por el caso de espionaje de Ariza y llegando a la disputa limítrofe en La Haya, estamos cargados de desconfianza y suspicacia.
Pero tras la noche del sábado Chile ha despertado nuestro interés y solidaridad. No por un afán mediático sino porque sus heridas nos recuerdan las nuestras, las que desde el 2007 no terminan de cerrar.
Recién hace unos días el Congreso aprobó la adquisición del Sistema de Alerta de Tsunamis, algo que el Ing. Ronald Woodman ha venido pidiendo por dos años cuando menos y esta mañana el Dr. Marcial Blondet fue entrevistado en un noticiero para decir algo que hoy 3 de Marzo del 2010 quedará grabado y algún día, por la idiosincracia de nuestros dirigentes, será penosamente recordado: “La mayoría de edificaciones en Lima son informales y vulnerables ante sismos”.
Quizá, la única observación que habría que hacerle al Dr. Blondet es que no solo en Lima hay esta problemática sino en todo el Perú.
Somos insignificantes y eso queda claro cuando vemos que a pesar de contar con un avanzado sistema de alerta de tsunamis como el que contaba Chile, se produjeron cuantiosas muertes en Constitución. O cuando vemos que, a pesar de las edificaciones antisísmicas en Concepción, el Condominio Alto Río se partió en dos por la mitad.
Insignificancia en dos sentidos: frente al poder de la naturaleza y frente a nuestros propios errores.
Sin embargo, Chile tiene una gran excusa. Un terremoto como este no ocurría desde hace 200 años y su magnitud es algo que todavía no se puede concebir (8,8 grados Ritcher). Nosotros tuvimos hace poco uno y; sin embargo, nuestras heridas y nuestra insignificancia parece no habernos dejado más que dolor y muerte.
¿Y, con todo esto, podemos hablar de un crecimiento del país? Permítanme dudarlo.