Hay un planteamiento interesante y novedoso en De noche andamos en círculos. Daniel Alarcón opta por reportar una historia antes que por narrarla. Pero no nos equivoquemos. La teoría literaria sigue funcionando para analizar esta novela. De hecho funciona bastante bien: la historia gira alrededor de los actores de Diciembre, esencialmente en torno a Nelson, quienes se enmarcan en una gira teatral. Sin embargo, tiene sus matices. Pasemos a revisarla.
Aquí una primera observación. En este punto la novela se parece a una road movie, ese género (o subgénero) del cine norteamericano donde el personaje o personajes emprenden un viaje que sirve de metáfora para un proceso de descubrimiento o crecimiento personal. El primer referente nos remonta a La Odisea mientras que un clásico film es Thelma y Louise. En ambos casos, las aventuras y contratiempos son pruebas al valor y el tesón del personaje. Éste deberá sortearlos y conseguir llegar al final, sea cual sea.
Nelson y sus compañeros han emprendido un viaje por diversos pueblitos de la serranía. La juventud de Nelson lo acerca a la candidez de Thelma y lo lleva a mirar con inocencia los nuevos paisajes y episodios que atraviesa. Esto como contrapunto de la mirada de Henry y Patalarga, acaso una suerte de Louise para completar el paralelo.
Precisamente este aspecto es lo que permite hablar de lo que –felizmente- diferencia a esta novela del género road movie. Porque De noche andamos en círculos es algo más que un ejercicio actualizado de un género clásico. El “reportar” la historia nos lleva a acompañar al narrador quien va documentando la travesía de este grupo de actores y para ello recoge la voz de otros personajes. Así, el autor se permite construir otras historias paralelas: la de Henry Nuñez marcada por las nefastas consecuencias de su primera puesta de “El presidente idiota” y su reclusión en Recolectores, la de Ixta atrapada en un triángulo amoroso que involucra a Nelson y la del entorno familiar de Nelson (su relación con su hermano, la pérdida del padre y la soledad de la madre).
La historia se detiene en T. Creo que usar la expresión “detenerse” es buena para describir esta parte de la historia porque Nelson literalmente queda atrapado en un juego de actuaciones que bordean el absurdo al tratar de hacerse pasar por un antiguo amante de Henry. La historia se aleja del primer canon, la del road movie, para adquirir matices propios. Meritorio pero de buenas intenciones está empedrado el infierno ya que el autor deja escapar personajes que son más interesantes que el principal: la complejidad de Rogelio e incluso del hermano mismo son a todas luces más intensas que la endeble actitud de Nelson.
(Tengo la impresión que el propio Alarcón, en el proceso de creación literaria, se percata de esto. El final de la novela presenta a un Nelson totalmente distinto al inicial, al más puro estilo de Las dos caras de la verdad)
Mención aparte quisiera plantear aquellos aspectos que Alarcón sugiere, maquilla y ficciona de una realidad cercana a los peruanos de su generación. En De noche andamos en círculos hay claras referencias a nuestra realidad: una referencia a una guerra sangrienta, referencias gobiernos políticos endebles y amenazados, una ciudad vieja y gris (sobre todo la referencia al cielo gris y sus lloviznas). Hay que aplaudir este punto ya que Alarcón logra abstraer Lima y universalizarla en una ciudad que pudiera ser cualquiera de esta parte del continente.
Por todo ello, decir que De noche andamos en círculos es una obra imprescindible es exagerado pero recomendaría su lectura para quienes quieran leer literatura peruana contemporánea distinta a la clásica novela exclusivamente ambientada en Lima y con los personajes que deambulan entre Miraflores y San Isidro. Igual no deja de ser una novela bastante inocente y cándida. Quizá un poco más de tiempo para la reflexión pudo haber dado una novela más madura y sólida.
PD.: Debo confesar que escribir estas líneas me ha tomado más tiempo y ha estado atravesado por diversas circunstancias personales que me han arrastrado a otros lares antes que a centrarme a escribir con calma.