¿Basta una buena historia para tener una buena novela? Quien leyera La semana tiene siete mujeres diría que no. Al menos yo diría eso.
Y es que en esta novela, que posee el galardón de haber sido finalista del Premio Planeta – Casamérica (¿?), posee una historia bastante interesante aun cuando cae en un lugar común de la literatura nacional: el juego del rico y el pobre, del de arriba con el de abajo, del provinciano con el limeño. Esa simplicidad que llevó a Freud a hablar del narcisismo de las pequeñas diferencias.
Sin embargo, hay que reconocer que el autor logra presentar la historia con mayor destreza e inteligencia porque evita el facilismo de impregnarla de este cliché y la circunscribe al narrador. Con esta maniobra, Gustavo Rodríguez presenta una historia que por momentos resulta simpática, pícara y divertida a través de un narrador amargado, vetusto y resentido. Cuando somos testigos de las maniobras del piurano para conquistar a cada una de las chicas podemos divertirnos y quizá hasta aprender alguna. Cuando escuchas al narrador es como ver una novela de Televisa.
Con el inicio y el final pasa algo parecido.
El inicio plantea una inquietud, algo que ha de ser descubierto. En ese sentido se configura un escenario de un policial rosado. Atrapar a la amante es como atrapar al asesino. El final, por otro lado, es un final facilista. Quien jamás se sospechó que podía ser la amante, resulta serlo. De hecho se insinúa que ni siquiera lo es (o no queda del todo claro) y aquel personaje gris tiene su hora macabra para limpiar su honor, para demostrarle a quien todavía ama que él siempre fue más puro, más blanco, más digno de ella. Su conducta, más allá de dejar limpia la imagen del piurano, es pura resignación. Es un buen perdedor.
Aun así La semana tiene siete mujeres es una novela recomendable. Vaya y disfrútela.