Pero bastó que una señora, ya bastante mayor, les echara un vistazo como si fuesen cosa rara para que empezara a sentir algo así como vergüenza. Por un instante imaginé que todos ahí miraban mis audífonos de la misma forma. Felizmente no pasó mucho tiempo y pude subirme a un bus.
¡Cosa más rara! En el bus en lo único que pude fijarme era en los audífonos de los pasajeros. Porque en Lima, como sospecho que ocurre en todo el mundo, la gente prefiere aislarse en la música que hablar con otra gente. No por amor a la música sino por miedo a los demás. Pero eso es materia de otro post.
La cosa es que en el micro no había audífonos tan relativamente descomunales como los míos. Todos eran de botón. Durante los 10 minutos que me tomó el viaje no dejé de pensar en lo exagerado que debía verme. Lo que sumado a que suelo escuchar música a todo volumen, me hicieron renegar de mi compra.
Cuando bajé, me saqué los audífonos sin apagar el reproductor y mientras esperaba el cambio de luz pensé en lo siguiente.
“Es curioso que en plena postmodernidad, en plena época en que la gente empieza a tomarse las cosas con mayor libertad crea que pueda usar estos audífonos… Pero ¿por qué no pudiera usarlos? Si a alguien se le ocurrió crearlos y sacarlos al mercado debe ser porque alguien pensó que sería buena idea usar uno como esos… ¡como yo! Yo los compré para no escuchar la bulla, las conversaciones y la música que otros quisieran poner en un micro atestado de gente (a esta altura ya estaba fastidiado).
¿Pero entonces de que postmodernidad estoy hablando?
Pero acaso no acabo de leer hace unos días que no es posible hablar de postmodernidad como si se hubiese instaurado un día, así como si nada, sino que es necesario reconocer que hay escenarios (y personas) postmodernas pero también las hay modernas e incluso pre-modernas (sin saber qué significa eso exactamente).
Es decir, con la caída de los grandes discursos y meta-relatos, alguno de los cuales pudiera decir que mis audífonos son inapropiados, ¿no tengo todo el derecho de usarlos como me venga en gana? (¡Qué gusto esto de la libertad!).”
Calmado por estos pensamientos dejé mi paranoia en el puesto de periódicos y me puse mis audífonos mientras U2 seguía sonando.