Hace varias semanas una amiga posteó en su cuenta de Facebook que le llamaba la atención que cierta persona ligada a la política se refiriera a Alberto Fujimori como “Presidente Fujimori”. A modo de respuesta le comenté que ésta era una práctica más común de lo que ella creía. En diversos medios podemos ver a políticos, periodistas y ciudadanos de a pie haciendo esa misma referencia.
A raíz de las elecciones presidenciales, lo mismo se ha empezado a hacer con Alejandro Toledo. Aunque con este último sospecho que responde más a una estrategia de marketing político.
Con Fujimori ocurre algo distinto y se me ocurre que algo puede decir de nosotros.
A raíz de las elecciones presidenciales, lo mismo se ha empezado a hacer con Alejandro Toledo. Aunque con este último sospecho que responde más a una estrategia de marketing político.
Con Fujimori ocurre algo distinto y se me ocurre que algo puede decir de nosotros.
Es inevitable asociar la frase de Basadre, aquella de que un pueblo que olvida su pasado está condenado a repetirlo. Con Alan García de presidente, Toledo encabezando las encuestas presidenciales y Keiko de segundo lugar creo que esta frase adquiere la categoría de profecía.
Solo para irme un poco de las ramas, pero sin abandonar el árbol como diría un profesor universitario, se me ocurre poner otra situación. Ésta un poco más microsocial, por así decirlo.
El último viernes fui a la primera junta de propietarios del departamento donde recientemente me acabo de mudar. De los 24 propietarios solo nos acercamos poco más de la mitad. Como es natural en estas situaciones, era necesario elegir presidente, secretario y tesorero.
Después de las respectivas presentaciones, la gaseosita y el sanguchito de confraternidad; se instaló una suerte de silencio no sé si moral, mental o metafísico al momento de postularse/ofrecerse/elegir los cargos necesarios. Una suerte de ausentismo que me hacía fantasear con la bola de ramas secas que pasaba en los dibujos animados cuando quería transmitir la idea de que todos los presentes habían fugado del lugar.
Pero esta imagen cambió rápidamente cuando, casi rogando, se iba pidiendo la participación de cada uno de los propietarios. La negativa era tajante. Los motivos diversos: mucha responsabilidad, poco tiempo, quizá algo de desconfianza y mucho desinterés. En pocas palabras: en esta muestra de limeños no existía el interés de asumir un cargo que implicara responsabilidad, toma de decisiones y riesgos.
¿Es posible pensar que los peruanos de ahora carecemos del sentido de responsabilidad cívica, siendo más fácil repetir nuestras historias? ¿Resumiría esta situación el inefable dicho de “Que robe pero que haga obras”? ¿Tiene esto algo que ver con que los candidatos presidenciales hayan desperdiciado la oportunidad que significó el debate y no hayan concretizado en sus propuestas? ¿Volveremos a tener el congreso que hemos venido teniendo? ¿Con otros mataperros, otras robaluces, otros comepollos, otras contratistas fantasmas? ¿Ocurrirá lo mismo entre mis nuevos vecinos, de tal forma que sean siempre los mismos que roten las responsabilidades?
No sé tú pero no es el país que quiero.
Solo para irme un poco de las ramas, pero sin abandonar el árbol como diría un profesor universitario, se me ocurre poner otra situación. Ésta un poco más microsocial, por así decirlo.
El último viernes fui a la primera junta de propietarios del departamento donde recientemente me acabo de mudar. De los 24 propietarios solo nos acercamos poco más de la mitad. Como es natural en estas situaciones, era necesario elegir presidente, secretario y tesorero.
Después de las respectivas presentaciones, la gaseosita y el sanguchito de confraternidad; se instaló una suerte de silencio no sé si moral, mental o metafísico al momento de postularse/ofrecerse/elegir los cargos necesarios. Una suerte de ausentismo que me hacía fantasear con la bola de ramas secas que pasaba en los dibujos animados cuando quería transmitir la idea de que todos los presentes habían fugado del lugar.
Pero esta imagen cambió rápidamente cuando, casi rogando, se iba pidiendo la participación de cada uno de los propietarios. La negativa era tajante. Los motivos diversos: mucha responsabilidad, poco tiempo, quizá algo de desconfianza y mucho desinterés. En pocas palabras: en esta muestra de limeños no existía el interés de asumir un cargo que implicara responsabilidad, toma de decisiones y riesgos.
¿Es posible pensar que los peruanos de ahora carecemos del sentido de responsabilidad cívica, siendo más fácil repetir nuestras historias? ¿Resumiría esta situación el inefable dicho de “Que robe pero que haga obras”? ¿Tiene esto algo que ver con que los candidatos presidenciales hayan desperdiciado la oportunidad que significó el debate y no hayan concretizado en sus propuestas? ¿Volveremos a tener el congreso que hemos venido teniendo? ¿Con otros mataperros, otras robaluces, otros comepollos, otras contratistas fantasmas? ¿Ocurrirá lo mismo entre mis nuevos vecinos, de tal forma que sean siempre los mismos que roten las responsabilidades?
No sé tú pero no es el país que quiero.