Mi nombre es Rosela Millones y me da miedo volar en avión.
No sé exactamente cuándo empezó este temor que se ha ido manifestando de diversas maneras con el tiempo y los viajes, pero empiezo a pensar que debo ir acostumbrándome a su presencia. La primera vez que volé fue en mi viaje de promoción. Casi 100 adolescentes bulliciosos tomamos un avión de Faucett rumbo a Cusco. Tuvimos la suerte de que nuestro piloto fuese el papá de una de las chicas del salón, así que nos hizo un saludo especial por los altavoces y además nos invitó a pasar a la cabina en grupos pequeños para ver cómo era todo ahí adentro.
Recuerdo que esa vez más era mi curiosidad que mi temor. Me gustó especialmente el despegue, ver cómo la ciudad se iba haciendo cada vez más pequeña a medida que nos elevábamos. Luego me la pasé conversando con mis amigos, en todo el alboroto de nuestro entusiasmo que ahora como pasajera no aguantaría. De regreso a Lima me la pasé medio dormida empezando a recuperar las horas de sueño perdidas en el viaje así que tampoco recuerdo haber tenido mucho tiempo para preocuparme.
Esa fue mi primera vez en los aires. Pero, ¿y el miedo? No lo sé, solo recuerdo que para la siguiente vez que abordé un Boeing ya estaba ahí y ha sido, hasta ahora, un indeseable pero fiel compañero de viaje.
Todo empieza días antes, cuando sé que voy a tener que volar. La sola idea de pensar lo que se viene me angustia. Pero finalmente llega el día y empieza la rutina inevitable. Llegar al aeropuerto y hacer todos los trámites me distrae. Luego, mientras espero en la sala de embarque intento ver los otros aviones que van aterrizando o despegando y con cada despegue exitoso deseo haber estado ahí y no esperando todavía mi incierto despegue. Entonces empieza lo bueno. Intentaré acá explicar cómo veo yo todo lo que pasa en estos momentos para que vean que, en mis zapatos, es totalmente entendible morirse de miedo.
Entro al avión y escucho celulares y veo flashes. Entonces empiezo a pensar que muchos de estos teléfonos y cámaras no serán obedientemente apagadas como manda la ley aeronáutica comercial, entonces me estreso. Pienso que alguno de estos aparatos interferirá con el radar, la radiocomunicación o alguno de los sofisticados sistemas que permiten que un avión se eleve (hasta ahora no sé con qué interfieren en realidad, así que me lo imagino todo) y entonces nuestro avión fallará y desastre total.
Luego están todos los ruidos absolutamente inentendibles del avión. Uno de los que más detesto es el ruido fuerte cuando empieza a acelerar en la pista antes del despegue. Ya en el aire los sonidos van cambiando y, por supuesto, a todos les encuentro una explicación más preocupante que la otra. Que si el avión suena mucho es porque está esforzándose más de lo que debería, que si de pronto deja de sonar es porque hemos perdido los motores y empezamos a planear en caída libre. Que si suenan timbres es el capitán que le avisa con códigos a la tripulación que algo malo está sucediendo. En fin, todo sonido es sospechoso hasta que se pruebe lo contrario.
Y ni mencionar la turbulencia. La peor que viví fue en uno de mis últimos viajes. El capitán incluso nos habló para comunicarnos que estábamos atravesando por una “turbulencia moderada” y yo, que ya me había leído la clasificación de las turbulencias días antes en internet, pensé que era algo en vedad muy serio. El avión se movía y nos zamaqueaba como le daba la gana. Yo había viajado acompañando a dos chicas que estaban realizando su primer viaje en avión. Por lo tanto mi labor durante el viaje era hacerles sentir que todo estaba bien, que no se preocuparan. Durante la terrible turbulencia yo cerré los ojos, mientras ellas disfrutaban la aventura y tomaban fotos. Ilusas ellas creyeron que yo dormía cuando en realidad me encontraba en medio de una meditación zen para no salir corriendo a buscar a una aeromoza que me dijera que no pasaba nada.
En fin, todo acaba con un feliz aterrizaje, que debo aceptar que es lo que más me gusta de volar, probablemente porque anuncia que el sufrimiento está llegando a su fin. Ver por la ventana que el suelo está cada vez más cerca y que por lo tanto de ocurrir un accidente tengo mayores probabilidades de vivir, me alivia. (Pobre del que desbarate esta creencia mía).
¿No es todo esto suficiente para angustiarse cada vez que debo pasar por la experiencia?
Intentando buscar otras explicaciones a este miedo he podido esbozar algunas teorías al respecto. En primer lugar pienso que me da miedo volar porque no entiendo cómo es que un avión tan grande y pesado pueda desafiar la ley de la gravedad durante tanto tiempo de manera exitosa. No crean que no he intentado responder esta pregunta, ya alguna vez intentaron explicarme cómo funcionaba esto de volar, pero creo que no me quedó lo suficientemente claro o en todo caso me resisto a aceptarlo. Ahora, cuando se acerca algún viaje acoso a un amigo piloto con miles de preguntas, como por ejemplo qué parte del avión es más segura (para elegir el asiento en el check in) o cuánta y qué tipo de turbulencia es normal.
Otra de mis teorías acerca de este temor tiene que ver con la siguiente confesión: soy un poquito control freak… Estar en un avión a miles de metros de altura a expensas de la aptitud y la salud mental de un desconocido no es precisamente mi idea de estar en control de la situación.
Ahora bien, en todos estos años viajando he ideado algunas estrategias para combatir mi angustia aérea. Me compro el Perú 21 y me distraigo haciendo los crucigramas durante el vuelo, intento escuchar música, en la turbulencia intento imaginarme que estoy en una carretera con baches y lo último que he hecho ha sido jugar los sims durante el viaje. Lamentablemente mi familia sim terminó malhumorada, hambrienta y con poca higiene…
Por otro lado, he descubierto que cuando se trata de vuelos largos los tolero mejor que los vuelos cortos (?). Sencillo, en los cortos no me da tiempo de acostumbrarme a la idea de estar volando por los aires, cosa que sí sucede cuando tengo horas de horas para aceptarlo y no morir en la angustia. Es más, en los vuelos largos hasta me gusta la idea de sentir algo de turbulencia, es la constatación de que seguimos avanzando y no nos hemos quedado suspendidos en el medio de la nada. Así que lo que hago cuando se trata de vuelos cortos es imaginar que estoy haciendo en realidad un vuelo larguísimo así que, caballero, a acostumbrarse rapidito nomás que nos quedan horas de viaje, cuando de pronto… ¡llegamos!
Finalmente siempre queda el brazo de mi inmolada hermana, a la que le en-can-ta volar. Entonces yo me aferro a ella y le dejo algunas huellitas de uñas en el brazo prestado mientras ella se ríe de mi miedo. Su despreocupación me relaja y poder estrujarle el brazo ayuda también.
No sé si en algún momento deje de tenerle miedo a volar en avión. No sé si escribir sobre esto y burlarme un poquito de mí ayude, en todo caso compréndeme pe varón, entiéndeme pe amiga, el que no tenga un miedo irracional que lance la primera piedra.
Recuerdo que esa vez más era mi curiosidad que mi temor. Me gustó especialmente el despegue, ver cómo la ciudad se iba haciendo cada vez más pequeña a medida que nos elevábamos. Luego me la pasé conversando con mis amigos, en todo el alboroto de nuestro entusiasmo que ahora como pasajera no aguantaría. De regreso a Lima me la pasé medio dormida empezando a recuperar las horas de sueño perdidas en el viaje así que tampoco recuerdo haber tenido mucho tiempo para preocuparme.
Esa fue mi primera vez en los aires. Pero, ¿y el miedo? No lo sé, solo recuerdo que para la siguiente vez que abordé un Boeing ya estaba ahí y ha sido, hasta ahora, un indeseable pero fiel compañero de viaje.
Todo empieza días antes, cuando sé que voy a tener que volar. La sola idea de pensar lo que se viene me angustia. Pero finalmente llega el día y empieza la rutina inevitable. Llegar al aeropuerto y hacer todos los trámites me distrae. Luego, mientras espero en la sala de embarque intento ver los otros aviones que van aterrizando o despegando y con cada despegue exitoso deseo haber estado ahí y no esperando todavía mi incierto despegue. Entonces empieza lo bueno. Intentaré acá explicar cómo veo yo todo lo que pasa en estos momentos para que vean que, en mis zapatos, es totalmente entendible morirse de miedo.
Entro al avión y escucho celulares y veo flashes. Entonces empiezo a pensar que muchos de estos teléfonos y cámaras no serán obedientemente apagadas como manda la ley aeronáutica comercial, entonces me estreso. Pienso que alguno de estos aparatos interferirá con el radar, la radiocomunicación o alguno de los sofisticados sistemas que permiten que un avión se eleve (hasta ahora no sé con qué interfieren en realidad, así que me lo imagino todo) y entonces nuestro avión fallará y desastre total.
Luego están todos los ruidos absolutamente inentendibles del avión. Uno de los que más detesto es el ruido fuerte cuando empieza a acelerar en la pista antes del despegue. Ya en el aire los sonidos van cambiando y, por supuesto, a todos les encuentro una explicación más preocupante que la otra. Que si el avión suena mucho es porque está esforzándose más de lo que debería, que si de pronto deja de sonar es porque hemos perdido los motores y empezamos a planear en caída libre. Que si suenan timbres es el capitán que le avisa con códigos a la tripulación que algo malo está sucediendo. En fin, todo sonido es sospechoso hasta que se pruebe lo contrario.
Y ni mencionar la turbulencia. La peor que viví fue en uno de mis últimos viajes. El capitán incluso nos habló para comunicarnos que estábamos atravesando por una “turbulencia moderada” y yo, que ya me había leído la clasificación de las turbulencias días antes en internet, pensé que era algo en vedad muy serio. El avión se movía y nos zamaqueaba como le daba la gana. Yo había viajado acompañando a dos chicas que estaban realizando su primer viaje en avión. Por lo tanto mi labor durante el viaje era hacerles sentir que todo estaba bien, que no se preocuparan. Durante la terrible turbulencia yo cerré los ojos, mientras ellas disfrutaban la aventura y tomaban fotos. Ilusas ellas creyeron que yo dormía cuando en realidad me encontraba en medio de una meditación zen para no salir corriendo a buscar a una aeromoza que me dijera que no pasaba nada.
En fin, todo acaba con un feliz aterrizaje, que debo aceptar que es lo que más me gusta de volar, probablemente porque anuncia que el sufrimiento está llegando a su fin. Ver por la ventana que el suelo está cada vez más cerca y que por lo tanto de ocurrir un accidente tengo mayores probabilidades de vivir, me alivia. (Pobre del que desbarate esta creencia mía).
¿No es todo esto suficiente para angustiarse cada vez que debo pasar por la experiencia?
Intentando buscar otras explicaciones a este miedo he podido esbozar algunas teorías al respecto. En primer lugar pienso que me da miedo volar porque no entiendo cómo es que un avión tan grande y pesado pueda desafiar la ley de la gravedad durante tanto tiempo de manera exitosa. No crean que no he intentado responder esta pregunta, ya alguna vez intentaron explicarme cómo funcionaba esto de volar, pero creo que no me quedó lo suficientemente claro o en todo caso me resisto a aceptarlo. Ahora, cuando se acerca algún viaje acoso a un amigo piloto con miles de preguntas, como por ejemplo qué parte del avión es más segura (para elegir el asiento en el check in) o cuánta y qué tipo de turbulencia es normal.
Otra de mis teorías acerca de este temor tiene que ver con la siguiente confesión: soy un poquito control freak… Estar en un avión a miles de metros de altura a expensas de la aptitud y la salud mental de un desconocido no es precisamente mi idea de estar en control de la situación.
Ahora bien, en todos estos años viajando he ideado algunas estrategias para combatir mi angustia aérea. Me compro el Perú 21 y me distraigo haciendo los crucigramas durante el vuelo, intento escuchar música, en la turbulencia intento imaginarme que estoy en una carretera con baches y lo último que he hecho ha sido jugar los sims durante el viaje. Lamentablemente mi familia sim terminó malhumorada, hambrienta y con poca higiene…
Por otro lado, he descubierto que cuando se trata de vuelos largos los tolero mejor que los vuelos cortos (?). Sencillo, en los cortos no me da tiempo de acostumbrarme a la idea de estar volando por los aires, cosa que sí sucede cuando tengo horas de horas para aceptarlo y no morir en la angustia. Es más, en los vuelos largos hasta me gusta la idea de sentir algo de turbulencia, es la constatación de que seguimos avanzando y no nos hemos quedado suspendidos en el medio de la nada. Así que lo que hago cuando se trata de vuelos cortos es imaginar que estoy haciendo en realidad un vuelo larguísimo así que, caballero, a acostumbrarse rapidito nomás que nos quedan horas de viaje, cuando de pronto… ¡llegamos!
Finalmente siempre queda el brazo de mi inmolada hermana, a la que le en-can-ta volar. Entonces yo me aferro a ella y le dejo algunas huellitas de uñas en el brazo prestado mientras ella se ríe de mi miedo. Su despreocupación me relaja y poder estrujarle el brazo ayuda también.
No sé si en algún momento deje de tenerle miedo a volar en avión. No sé si escribir sobre esto y burlarme un poquito de mí ayude, en todo caso compréndeme pe varón, entiéndeme pe amiga, el que no tenga un miedo irracional que lance la primera piedra.
creo que cuando viajas en avión y te empiezas a poner nervioso y sientes lo vulnerable que eres qizás no se trata de un miedo a morir sino la terrible sensación de dependencia total, el no tener el control total de la situación, no obstante estaba pensando precisamente en los temores que a algunos les produce viajar en avión cuando encontré esta perla que les quiero dejar porque de seguro les va a servir mucho, y ánimo estar en los aires puede pasar de ser algo terrible a hacerse con naturalidad parte de tu vida … http://mundoviajes.portalmu…