Trabajo, termino y vuelvo a trabajar… pero en otro lado.
Casi me siento culpable, como si estuviese a punto de confesar un terrible secreto que bordea el delicioso juego de la transgresión y lo prohibido: trabajo en dos lugares al mismo tiempo.
…
…
¡Vamos, ríase conmigo! ¡Tómelo juguetonamente! Hágalo por mí que me es difícil, sino imposible, divertirme con mi situación.
Aunque tampoco es un calvario, he de confesar que en este aspecto si me gustaría ser un workaholic. Y es que para ellos el trabajo lo reemplaza todo: la familia, los amigos, las relaciones de pareja, los hobbies y pasatiempos, el Facebook, el MSN y, claro está, los trabajos.
En este sentido casi estoy tentado de sentenciar que no existe aquel que trabajando en dos lugares se precie de ser un buen workaholic porque si algo los caracteriza es esa fidelidad que linda con la dependencia, si es que no es tal.
En mi caso todavía conservo una dosis de lucidez que calza perfectamente con el dilema de ser o no ser lo que presumo (y temo) ser. Casi a diario me muevo de un lugar para otro, paso de una oficina a la otra en media hora, con los tiempos cronometrados: no más de 5 minutos para tomar un carro y si me demoro más tengo que improvisar, bajar y tomar otro carro.
Si la vida para mi fuese así de fácil como bajarse de un carro y subir al otro no tendría razón de ser el que esté sentado escribiendo un post.
Pero no es fácil. Porque tengo la pésima costumbre de no respetar ni hacer respetar algo tan simple como el horario de trabajo y en este sentido es donde me siento infielmente workaholic. Estando en el colegio respondo a las necesidades de la universidad y viceversa. Si hay que estar en alguno de los lugares lo más probable es que efectivamente esté ahí a costa del oro, a quien seguramente le estaré pidiendo prestada horas que probablemente no devuelva.
Pero esto que raya con la irresponsabilidad, y que en algún nivel lo es, muestra otra forma de vincularse con el trabajo. Probablemente no la más sana ni la más acorde con lo que se suele esperar de un trabajador pero sí muy propia y personal. Es, al fin y al cabo, un compromiso.
Ya en este punto me siento obligado a hacer una aclaración personal, algo que deje bien parado mi honra: no se confundan, soy un excelente profesional. Sucede simplemente que todavía no soy lo suficientemente “adulto” como para mancarme 8 horas en un mismo lugar, dicho de otro modo, todavía no estoy listo para el trabajo a tiempo completo. El último viernes, que tuve que cumplir toda mi faena, desesperé faltando dos horas para el toque de salida.
Si he aprender algo es que laboralmente me place la infidelidad.
Aunque tampoco es un calvario, he de confesar que en este aspecto si me gustaría ser un workaholic. Y es que para ellos el trabajo lo reemplaza todo: la familia, los amigos, las relaciones de pareja, los hobbies y pasatiempos, el Facebook, el MSN y, claro está, los trabajos.
En este sentido casi estoy tentado de sentenciar que no existe aquel que trabajando en dos lugares se precie de ser un buen workaholic porque si algo los caracteriza es esa fidelidad que linda con la dependencia, si es que no es tal.
En mi caso todavía conservo una dosis de lucidez que calza perfectamente con el dilema de ser o no ser lo que presumo (y temo) ser. Casi a diario me muevo de un lugar para otro, paso de una oficina a la otra en media hora, con los tiempos cronometrados: no más de 5 minutos para tomar un carro y si me demoro más tengo que improvisar, bajar y tomar otro carro.
Si la vida para mi fuese así de fácil como bajarse de un carro y subir al otro no tendría razón de ser el que esté sentado escribiendo un post.
Pero no es fácil. Porque tengo la pésima costumbre de no respetar ni hacer respetar algo tan simple como el horario de trabajo y en este sentido es donde me siento infielmente workaholic. Estando en el colegio respondo a las necesidades de la universidad y viceversa. Si hay que estar en alguno de los lugares lo más probable es que efectivamente esté ahí a costa del oro, a quien seguramente le estaré pidiendo prestada horas que probablemente no devuelva.
Pero esto que raya con la irresponsabilidad, y que en algún nivel lo es, muestra otra forma de vincularse con el trabajo. Probablemente no la más sana ni la más acorde con lo que se suele esperar de un trabajador pero sí muy propia y personal. Es, al fin y al cabo, un compromiso.
Ya en este punto me siento obligado a hacer una aclaración personal, algo que deje bien parado mi honra: no se confundan, soy un excelente profesional. Sucede simplemente que todavía no soy lo suficientemente “adulto” como para mancarme 8 horas en un mismo lugar, dicho de otro modo, todavía no estoy listo para el trabajo a tiempo completo. El último viernes, que tuve que cumplir toda mi faena, desesperé faltando dos horas para el toque de salida.
Si he aprender algo es que laboralmente me place la infidelidad.