Los maestros que no querían a mi hijo

En dos meses Ignacio pasó de entrar a la piscina agarrándose del borde a lanzarse un panzazo sin temor alguno, de flotar a nadar de espaldas. Y todo eso sin amor.

Y no es un drama.

Me explico.

Durante este verano he acompañado a Ignacio a sus clases de natación y he observado un detalle. Sus profesores lo saludan con respeto y le indican que es lo que tiene que hacer. Corrigen su postura, le indican que debe sacar la cara del agua y lo mandan a la fila de inicio para volver a empezar sus ejercicios. Si se distrae, cosa que es algo frecuente en él, pronuncian su nombre en un tono más alto y él vuelve a centrar su atención en lo que le piden.

Ni una sola palabra afectuosa.

A lo más, un saludo y una media sonrisa de una de sus profesoras.

Y aunque no espero que Igna llegue a ser tan buen nadador como Michael Phelps, me pregunto ¿Cómo es que ha aprendido tan rápido sin ese factor afectivo del que tantas veces hemos escuchado?

Entonces he recordado el libro de Ana Abramowski: Maneras de querer. Los afectos docentes en las relaciones pedagógicas. En dicho texto, la autora profundiza en la dimensión afectiva del docente reconociendo que las formas como un docente quiere a sus alumnos están institucionalizadas y se “aprehenden” en la facultad. Dicho de otro modo, los maestros quieren a sus alumnos como en la facultad les enseñaron a quererlos. Así, hay afectos permitidos como el amor y otros no como la ira, cuando lo natural sea que ambos ocurran en simultáneo. La forma de expresarlos también es aprehendida.    En uno de los últimos capítulos, la autora cuestiona la imagen romántica del docente y cuestiona el concepto de “vocación de maestro” para construir una imagen más humana y real del mismo.

Por otro lado, en El apego en el aula. Relación entre las primeras experiencias infantiles, el bienestar emocional y el rendimiento escolar, Heather Geddes aporta evidencia empírica y un marco teórico que le permite asegurar que existe una dimensión afectiva que puede impactar en los procesos de aprendizaje.

Así que, ¿es necesario que los maestros quieran a sus alumnos para que ellos aprendan?

Yo diría que no. Basta con asegurar condiciones de respeto y buen trato en un marco donde también haya claridad pedagógica y didáctica. Sin embargo, es claro que existe la suficiente evidencia como para pensar que si un docente quiere a sus estudiantes, ambos se dispondrán a conseguir mejores aprendizajes.

Puntuación: 3.5 / Votos: 2

Comentarios

  1. Rosa escribió:

    Excelente dato Jorgito!. Comparto plenamente las ideas de Ana Abramowski y Heather Geddes. Creo que será bueno reflexionar sobre los afectos que los docentes debemos dar en las aulas, ya que como decía una profesora, nosotros no somos los padres de los niños y nuestra función es mostrarle a ellos, la realidad lo más cercana posible.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *