Este no es un spoiler tan grave.
Mientras que al inicio de Las sufragistas se nos anuncia que veremos la historia de la lucha de un grupo de mujeres por la igualdad; al finalizar se consigna una lista del año y los países en los que se permitió el acceso al voto a las mujeres. El último dato es que en el 2015, en Arabia Saudita, se promete que en algún momento ellas conseguirán ese derecho.
Entonces pareciera que la lucha no ha acabado. Ni siquiera en relación a un aspecto tan esencial como es la concepción de la igualdad ante la ley. Quizá sea por eso que al finalizar unos tibios aplausos se escucharon en la función a la que asistí.
Pero como espectador la película no me convence. Y al salir, me preguntaba si es que por ser hombre había perdido algo. Así que antes que me lancen piedras, lean lo siguiente.
En uno de sus seminarios, entre 1972 y 1973, Lacan acuña una expresión harto controversial: “La mujer no existe”. Pero, antes que tilden a Lacan de machista, hay una lógica tras esa expresión que intentaré explicar pese a su complejidad. Para este autor no existe un concepto de La mujer en el inconsciente. Así de simple. Lacan no señala si se trata del inconsciente masculino ni femenino. Me parece pertinente hacer este señalamiento por lo que se viene a continuación: si no existe la mujer en el inconsciente, es decir, si carece de significante, habría que construirle uno.
Por ahora dejemos a Lacan aquí pero no perdamos de vista que lo femenino está desprovisto de significante. Esto quiere decir que hay cierto nivel de ignorancia en torno a ellas. Freud lo había planteado a través de su incontestable pregunta: ¿Qué quieren las mujeres?
Pues en Las sufragistas las mujeres quieren igualdad. Y la ignorancia, que en nuestra época nos sonroja de vergüenza, es palpable. Y aquí cabe señalar que esta película apela a una historia que, en cierta forma, la blinda porque hace mucho más complicado cuestionarla ya que es políticamente incorrecto decir algo en contra sobre cualquier cosa relacionada a la igualdad de derechos. Sin embargo, insisto. Las sufragistas se tambalea.
¿En que se tambalea?
Pues pare empezar promete contar la historia de un grupo de mujeres que luchan por el acceso al voto. Esto no es así. Tener varios personajes no hace que la historia sea de un grupo. De hecho, sobre quien conocemos de principio a fin es sobre Maud Watts (Carey Mulligan). Un paso más atrás Edith Ellyn (Helena Bonhan Carter). El resto de participaciones se resumen a 10 minutos de aparición de la Sra. Parkhurst (Meryl Streep), un dramático pero acartonado abandono del movimiento de Violet Miller (Anne-Marie Duff) y un acto sorpresivamente heroico de Emily Davison (Natalie Press).
Sin embargo, tanto Maud Watts como Edith Ellyn son dos mujeres bastante privilegiadas si se les compara con Violet Miller. De hecho Maud no percibe la necesidad de unirse al movimiento sufragista sino es por el ímpetu de Violet quien le permite ver las injusticias hacia las mujeres. Antes de ello, era una amada esposa y una dedicada madre. Edith, no se aleja mucho de esto ya que cuenta con el total apoyo de su esposo. Debe ser por eso que el gesto heroico no lo realiza ninguna de estas dos mujeres. De hecho, están desprovistas de toda carga dramática, salvo cuando vemos el dolor que siente Maud al perder a su familia y sobre todo a su hijo o cuando responde al interrogatorio en la cárcel.
“Deeds, not words” (Hechos, no palabras) es el lema que se repite a lo largo de la historia y que parece impregnar su propia narrativa. Pero hasta los hechos deben tener una trama, al menos cuando haces cine.
Una mención aparte merece el papel de Violet. El personaje que vivencia en carne propia los abusos del sistema, que convence con su ímpetu a Maud, que lidia con la cárcel con resistencia, dicho en pocas palabras: el personaje que siente la lucha como suya, es el personaje que abandona. Las emociones, en esta lucha, parecen estar alejadas, no tener sentido.
En el siguiente post esbozaré las posibilidades de una narrativa femenina y masculina a partir de esta película.