La tejedora de sombras

El 2012 fue el año del psicoanálisis. Corrección. El 2012 fue el año del psicoanálisis junguiano. En Un método peligroso, que para ser exactos se estrenó el año anterior pero que para estas latitudes recién se hizo conocido este año, Cronenberg nos presenta a un Jung en plena construcción de su propia teoría sobre la naturaleza humana; aquella que lo llevó a divorciarse definitivamente de su maestro Freud. En cambio en La tejedora de sombras Jung ya es una figura respetable, una eminencia en torno a la cual danza Christiana Morgan.
Este detalle no es insignificante. Que La tejedora de sombras se ambiente en plena ebullición del psicoanálisis junguiano le permite a Volpi transformar un triángulo amoroso en un esbozo de la psique humana desde la versión más compleja: la femenina. Esa es precisamente su mayor fortaleza pero también su perdición.
He aquí el porqué.
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Si se pudiera resumir las diferencias entre la postura de Freud y la de Jung debiera decirse que mientras que para el primero la sexualidad era el componente fundamental para la comprensión del comportamiento humano, para el segundo era necesario recurrir a otros aspectos como la espiritualidad.
Por otro lado quizá no haya mayor complejidad que la que vive una mujer. Disculpen la simpleza y hasta perdonen el machismo, pero no encuentro argumento alguno para esta opinión salvo la experiencia de haber conocido a muchas mujeres.
Christiana reúne la complejidad del ser junguiano y de la idiosincrasia femenina. Para ella la relación con Henry no es solo un affaire pero para él, Christiana es una más de sus amantes. La historia empieza como un juego de seducción y devienen en algo místico que bordean la insania de la misma manera como la satisfacción del deseo para ella es inicialmente algo paralizante mientras que para él es el motor y motivo de su acercamiento.
Con todo esto queda claro que Volpi se esfuerza en no hacer una historia más de amores imposibles. Que de fondo haya un telón psicoanalítico le permite explorar en los personajes con simbolismos y un lenguaje personal. El uso del diario, de los libros de (la verdadera) Christiana Morgan, de fotos y dibujos le permiten darle un toque de realidad. Las referencias al TAT y los momentos en el que la novela intenta abandonar la ficción (los obituarios, el lenguaje informativo que por momentos tiene) le restan fuerza. Distraen.
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