No tiene sentido hablar de fútbol. Eso pasó a un último plano. La vida de una persona, de una sola persona, vale mucho más que un simple deporte aún así mueva millones de dólares y mucho más que una simple camiseta aún así se identifique millones de personas. La muerte de Walter nos abofetea una triste realidad: el nivel de brutalidad al que puede llegar un ser humano es inconmensurable.
¿Qué pudo pasar por la cabeza de estas personas para hacer lo que hicieron? No lo sé. El domingo escuché a Gonzalo Nuñez decir que hay gente que sale de su casa con la idea de que van a una guerra en lugar de un partido, que van ya predispuestos a violentar. Creo que Gonzalo Nuñez no se aleja de la realidad. Hay una suerte de violencia estructural, de algo que constituye nuestra sociedad y que se pone en juego en el día a día. Ya no podemos hablar de resentimientos sociales ni de educación cuando nos enteramos que el principal sospechoso era un acomodado empresario estudiante de una prestigiosa universidad.
Una amiga intentó responder a esa pregunta diciendo que es gente que no puede pensar más allá de ella misma. Yo creo que esas personas ni siquiera pensaron, simplemente vieron en Walter Oyarce no a una persona sino a una cosa. Un testigo del hecho dijo: “Lo levantaron y lo tiraron como un bulto”. Walter Oyarce dejó de ser Walter Oyarce para esas personas y se volvió objeto de sus contenidos más brutales y menos elaborados. Disculpen el psicologismo pero lo que intento decir es que para comportarse de esa manera estas personas simplemente no vieron a un ser humano. En todo caso de eso ya sabremos porque seguramente, y como suele ser en estas situaciones, alguien filtrará el pésimo peritaje psicológico que se suele hacer.
También me da mucha vergüenza lo que ha pasado después y que creo que refleja otro aspecto de nosotros (nosotros como peruanos, como limeños, como seres humanos, aún no lo sé con precisión): el inmediato ejercicio de deslindar responsabilidades.
Lo hizo Julio Pacheco, lo hizo la Policía Nacional del Perú, lo hizo la Junta de Propietarios de los Palcos y lo hizo la misma Trinchera Norte. Podrán decir que los culpables son esos 4 ó 5 indecibles. Efectivamente sobre ellos caerá una responsabilidad penal. Pero existe esa otra responsabilidad, la civil, de la cual hay que dar cuenta.
A mí me da vergüenza porque cada vez que estas personas han dicho que no tienen nada que ver ha reflejado un miedo y una cobardía sin par. Y ya sea porque como lo he dicho soy hincha de la U como por ser peruano y compartir un territorio y una nacionalidad, tener estos referentes indigna. Además esta parece ser una práctica más extendida de lo que pensamos. Sino recordemos los casos Utopía y Mesa Redonda. Y ni mencionar sobre las prácticas del último gobierno aprista.
También me da vergüenza lo que hace Aldo Miyashiro y lo que llega a decir Gabriela Pérez del Solar. El culpable no es el fútbol porque no es el fútbol lo que mata. Lo que mata son las personas. No es solución prohibir una actividad que, todo lo contrario, puede enaltecer y sacar lo mejor de nosotros. Eso sería una práctica mediocre y represiva, propia de un pensamiento simplista y demagógico.
Simplista como el reportaje que lanzó Miyashiro en su programa en donde entrevisto a uno de los inefables. Simplista como las preguntas que hicieron en esa entrevista. Miyashiro, muy impertinente y bastante acucioso para otras cosas, se deja llevar por su hinchaje y sus vínculos con los barristas. No condena a las personas, condena al fútbol que quizá creyó que no se iba a defender.
Nos revelamos como irresponsables y brutalmente agresivos. Sí, tenemos muchas cosas positivas que hemos ido construyendo notablemente. Pero no olvidemos ni caigamos en visiones utópicas. Tampoco olvidemos y no dejemos de pedir justicia. No hacerlo también sería ser irresponsable.