Debo de confesar que durante buen tiempo me fue difícil poder elegir y expresar mi decisión frente a las próximas elecciones presidenciales pero a partir de algunas conversaciones, cafés y sobre todo el escuchar los argumentos de la gente que por un motivo u otro –siempre válido desde su personalísima perspectiva- opta por votar por Humala o Fujimori, terminé por definir no sólo un voto sino también por definirme como persona, deshaciéndome de una serie de prejuicios y verdaderos temores. He aquí que las comparto.
En una clase de postgrado un profesor opinaba que el derecho al voto no debería ser entendido como una obligación a elegir sino más bien una expresión individual y política. Lo que me recordó que en las elecciones del 2001, cuando Álvaro Vargas Llosa y Jaime Bayly propusieron el voto en blanco fue tomado poco menos como una ofensa, como una irresponsabilidad civil. Quizá desde aquí ya empezaba a sentirme un tanto bloqueado frente al tema. Pero ¿qué hubiese pasado si propusieran el voto en blanco ahora mismo? ¿o quizá 5 años atrás?
¿Es acaso necesario sostener una postura como el voto en blanco a través de voces alturadas y democráticas, menos manchadas por el amarillismo como lo estuvo y aún esta Jaime Bayly? ¿Cambiaría el escenario si algunos de los más altos representantes de nuestra vida cultural y/o política respaldaran esta propuesta?
¿Acaso cambia en algo que recientemente haya salido una entrevista a Fernando de Szyszlo en donde el señalaba, con algo de frustración e impotencia, que lamentablemente no podrá votar ni por Fujimori ni por Humala?
La respuesta es no. No se va a producir un cambio masivo en las encuestas ni en las preferencias presidenciales. Quizá a algunos pocos les permita también tomar una decisión como ésta pero de ninguna forma, sospecho, será algo colectivo.
Algunos de mis cercanos y otros no tan cercanos ya empezaron a invitarme a no actuar con miedo, a argumentar que nos jugamos la vida del país y que reconstruirlo económicamente es más fácil que hacerlo desde su dignidad. También me han dicho que los votos blancos y viciados ayudan a uno u otro candidato o que guardar silencio en estas circunstancias me hace cómplice ya sea del regreso de una dictadura o del desastre del país.
Estos comentarios confirman un supuesto: el escenario político pareciera estar marcado por un tufillo moral. Como para evitar hablar de las propuestas y planes de gobierno –los mismos que parecen tan versátiles y camaleónicos-, optamos por verlo desde nuestra moral. Nos ahorramos la lectura y la información y hacemos lo que más y mejor sabemos hacer: juzgar.
El asunto aquí es que mientras los que, convencidos o no, optan por Ollanta Humala y señalan que Keiko Fujimori es el retorno a lo más oscuro de nuestro pasado, la vuelta de la corrupción, el abuso de los derechos humanos y la instalación del autoritarismo; parecieran desconocer los vínculos de Humala con Hugo Chávez y su ejercicio dictatorial del gobierno, o del caso Madre Mía y Andahuaylazo, o del doble discurso plan de gobierno-hoja de ruta.
(Quienes todavía tienen dudas no encontrarán propuestas sino que favorecerán el miedo: el miedo a perder lo que ya tienes o el miedo a coludir con el autoritarismo y la corrupción. Lo peor de todo es que tengo la sensación que algunos movimientos muy respetables que promueven la conciencia por los derechos humanos o que nos recuerdan nuestro pasado parecen teñirse o inclinarse por alguna de estas opciones. Aunque esto es válido me parece preocupante que lo hagan tras un discurso que trasciende lo político o que no termina más que insinuando una respuesta: No a Keiko o No a Ollanta… ¿y sí a quién o qué? Y si recurrimos a los diarios… es peor)
O, como también lo han planteado: con Fujimori hay certezas, con Humala sospechas.
Un colega, con varios años más de experiencia, respondería diciendo que las personas tenemos la ilusión de poder evaluar riesgo al futuro cuando realmente somos muy malos e incluso no estamos diseñados para ello. Piense Ud. en donde estará a esta misma hora el día de mañana, la próxima semana, el próximo mes y el próximo año. Ahora inténtelo dentro de 5 y 10 años.
Acerquémonos al futuro de otra manera: ¿Cómo enseñaremos a nuestros hijos sobre nuestra historia y sobre nuestra democracia después de las elecciones del 2011 en donde elegimos entre la hija de un dictador que reivindica a su padre y, por lo menos, un autor intelectual de un movimiento golpista? ¿Cómo les explicarás los resultados a tus propios hijos el 6 de junio?
(Mi respuesta será: no fui un héroe de la democracia ni tampoco actué por miedo. Yo no me sentí identificado ni por uno ni por el otro porque ambos me parecían terribles opciones.)
En una clase de postgrado un profesor opinaba que el derecho al voto no debería ser entendido como una obligación a elegir sino más bien una expresión individual y política. Lo que me recordó que en las elecciones del 2001, cuando Álvaro Vargas Llosa y Jaime Bayly propusieron el voto en blanco fue tomado poco menos como una ofensa, como una irresponsabilidad civil. Quizá desde aquí ya empezaba a sentirme un tanto bloqueado frente al tema. Pero ¿qué hubiese pasado si propusieran el voto en blanco ahora mismo? ¿o quizá 5 años atrás?
¿Es acaso necesario sostener una postura como el voto en blanco a través de voces alturadas y democráticas, menos manchadas por el amarillismo como lo estuvo y aún esta Jaime Bayly? ¿Cambiaría el escenario si algunos de los más altos representantes de nuestra vida cultural y/o política respaldaran esta propuesta?
¿Acaso cambia en algo que recientemente haya salido una entrevista a Fernando de Szyszlo en donde el señalaba, con algo de frustración e impotencia, que lamentablemente no podrá votar ni por Fujimori ni por Humala?
La respuesta es no. No se va a producir un cambio masivo en las encuestas ni en las preferencias presidenciales. Quizá a algunos pocos les permita también tomar una decisión como ésta pero de ninguna forma, sospecho, será algo colectivo.
Algunos de mis cercanos y otros no tan cercanos ya empezaron a invitarme a no actuar con miedo, a argumentar que nos jugamos la vida del país y que reconstruirlo económicamente es más fácil que hacerlo desde su dignidad. También me han dicho que los votos blancos y viciados ayudan a uno u otro candidato o que guardar silencio en estas circunstancias me hace cómplice ya sea del regreso de una dictadura o del desastre del país.
Estos comentarios confirman un supuesto: el escenario político pareciera estar marcado por un tufillo moral. Como para evitar hablar de las propuestas y planes de gobierno –los mismos que parecen tan versátiles y camaleónicos-, optamos por verlo desde nuestra moral. Nos ahorramos la lectura y la información y hacemos lo que más y mejor sabemos hacer: juzgar.
El asunto aquí es que mientras los que, convencidos o no, optan por Ollanta Humala y señalan que Keiko Fujimori es el retorno a lo más oscuro de nuestro pasado, la vuelta de la corrupción, el abuso de los derechos humanos y la instalación del autoritarismo; parecieran desconocer los vínculos de Humala con Hugo Chávez y su ejercicio dictatorial del gobierno, o del caso Madre Mía y Andahuaylazo, o del doble discurso plan de gobierno-hoja de ruta.
(Quienes todavía tienen dudas no encontrarán propuestas sino que favorecerán el miedo: el miedo a perder lo que ya tienes o el miedo a coludir con el autoritarismo y la corrupción. Lo peor de todo es que tengo la sensación que algunos movimientos muy respetables que promueven la conciencia por los derechos humanos o que nos recuerdan nuestro pasado parecen teñirse o inclinarse por alguna de estas opciones. Aunque esto es válido me parece preocupante que lo hagan tras un discurso que trasciende lo político o que no termina más que insinuando una respuesta: No a Keiko o No a Ollanta… ¿y sí a quién o qué? Y si recurrimos a los diarios… es peor)
O, como también lo han planteado: con Fujimori hay certezas, con Humala sospechas.
Un colega, con varios años más de experiencia, respondería diciendo que las personas tenemos la ilusión de poder evaluar riesgo al futuro cuando realmente somos muy malos e incluso no estamos diseñados para ello. Piense Ud. en donde estará a esta misma hora el día de mañana, la próxima semana, el próximo mes y el próximo año. Ahora inténtelo dentro de 5 y 10 años.
Acerquémonos al futuro de otra manera: ¿Cómo enseñaremos a nuestros hijos sobre nuestra historia y sobre nuestra democracia después de las elecciones del 2011 en donde elegimos entre la hija de un dictador que reivindica a su padre y, por lo menos, un autor intelectual de un movimiento golpista? ¿Cómo les explicarás los resultados a tus propios hijos el 6 de junio?
(Mi respuesta será: no fui un héroe de la democracia ni tampoco actué por miedo. Yo no me sentí identificado ni por uno ni por el otro porque ambos me parecían terribles opciones.)