Devaneos después de ir al cine.
Pero cuando acabó la película no me fue fácil dejar la sala. Me quedé hasta el final leyendo todos los créditos mientras veía el plano abierto de la carretera por donde se había marchado el Gran Torino.
La sensación era rara pero no extraña. Ivette me había dicho que después de verla entendería porqué es la última actuación de Eastwood. Algo más allá de lo que el personaje requería mostraba cierto cansancio y agotamiento físico, algo cercano a la muerte.
Esa misma sensación la había tenido antes cuando me enteré del fallecimiento de Eielson y Watanabe, para citar a los más recientes. La idea de no poder volver a disfrutar algo de ellos era deprimente. Se van y se llevan algo. No tuyo sino del mundo. Hay personas que no deberían morir, que son necesarias.
No sé en que estoy cayendo. Si un extraño egoísmo, un patético sentimentalismo o una exagerada dificultad para despedirme. Quizá de todo un poco.
Pero lo cierto es que todos estos afectos son humanos. Intensamente humanos. Quizá el arte es justamente eso: humanización. Y sin ánimos de caer en lugares comunes cada vez son menos las oportunidades que los hombres y mujeres tienen la posibilidad de sentirse un poco más humanos. Peor aún, todo alrededor pareciera apuntar a una experiencia deshumanizante.
Si no, hay que recordar las noticias de Doe Run y ver como es que la economía (nuestra economía) se organiza no para servir al hombre sino para servirse a sí misma.