Pues nada de sueños ni pesadillas. Tenía los ojos bien abiertos de tanto dolor que dicho sea de paso no terminaba de reconocer. Jamás en mi vida me había dolido una muela con tanta brutalidad como en ese momento. Jamás en mi vida había sentido que la cabeza se me partía en dos y, que yo recuerde, tampoco había deseado con tanta fuerza poder ir a un hospital.
Merecido me lo tenía. Esa muela se había quebrado hacía meses y poco caso le había hecho. Había pensado que quizá no era necesario hacerme ver. Iluso. El pequeño quiebre alcanzó la raíz poco a poco. Ni si quiera la intolerancia al frío pudo hacerme entender que tarde o temprano me tocaría visitar al odontólogo (prefiero ese término a estomatólogo).
Yo no sé que desató tanto dolor. Lo que sí sé es que después de confundir y mezclar Apronax con Alprazolan, dormir sentado en el sillón de mi sala y estar como un zombi en el trabajo, lo primero que pensé fue en sacar una cita. Dicho y hecho: hoy, lunes 23 de Marzo del 2009 fui a mi segunda cita con el odontólogo. La gracia me va a costar 180 soles. (¡Autch!).
Yo ya saqué mi moraleja. La próxima vez que algo de la salud este en juego no me iré con sonseras y al toque no más sacaré mi cita. Pero quien parece necesitar vivirla para contarla es mi ahijado.
El sábado me dijeron que el muy rapaz ha dicho que no se va a lavar los dientes. Antes de decirle cualquier cosa recordé que a esa edad (unos 10 para redondear) muchos de los chicos están en su etapa anti-limpieza. Yo espero que llegué la adolescencia para ver como se lanzan al espejo y las duchas.
Pero otra cosa que pensé fue en que hay cosas que uno tiene que vivir para contarlas. Y para aprenderlas también. Por lo pronto yo cumplí con mi deber de padrino y ya le conté mi experiencia.
Queda en él tomarla o no.