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Flavonoides: nuestra alimentación puede definir nuestra salud psicológica

Cuando por cuestiones didácticas hablamos de “salud psicológica” y “salud física” caemos automáticamente en el riesgo de dividir algo que en realidad es indivisible. Anteriormente en verdad creíamos que ambas cosas eran diferentes, como si fueran continentes distintos, separados por un océano, como si estar parado en uno implicara no estar parado en el otro. Aun hoy en día muchos profesionales trabajan de acuerdo a esa perspectiva.

Y es que en realidad no hay una verdadera separación entre la salud física y la salud psicológica, no son continentes separados, el estar parado sobre uno necesariamente significa estar parado sobre el otro, porque, insisto, no hay separación real, en el fondo son la misma cosa.

Pues bien, entrando en materia, aquí quiero utilizar el tema de la alimentación en general, y de los flavonoides en particular, no solo para compartir con ustedes lo que se dice o lo que se ha encontrado en el campo de la ciencia, sino para ejemplificar cómo algo considerado “físico”, como es la alimentación, tiene implicancias directas sobre la salud psicológica de la persona.

¿Qué son los flavonoides?

Los flavonoides son compuestos presentes en frutas, verduras y bebidas como el vino, el té o los jugos de frutas. En pocas palabras son compuestos presentes en alimentos vegetales, en unos más que en otros.

Algunos datos sobre cómo los flavonoides afectan positivamente la psicología de las personas

  • Los flavonoides protegen al cerebro de las toxinas que puede generar el propio organismo y que tienen una participación importante en el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas como el mal de Parkinson o el síndrome de Alzheimer.
  • Los procesos neuroinflamatorios también tienen participación en la generación de enfermedades neurodegenerativas y también en lesiones neuronales asociadas con los accidentes cerebrovasculares, conocidos comunmente como “derrame cerebral”. Resulta que los flavonoides atenúan los procesos neuroinflamatorios, convirtiéndose en factores protectores frente a estos problemas de salud.

  • En el año 2007 se publicó la siguiente investigación (ver referencia abajo): en 1990 se tomó una muestra de 1640 personas adultas de 65 años o más, sin demencia. Se determinó el nivel de flavonoides en la ingesta de los participantes y se los dividió en cuatro grupos, del más bajo al más alto consumo. Posteriormente se evaluó su rendimiento cognitivo (memoria, percepción, aprendizaje, etc.) en cuatro ocasiones en 10 años para ver su evolución y el nivel de deterioro. Se vio que, ya desde el inicio de la investigación, las personas de los grupos que más flavonoides tenían en su ingesta tenían a su vez mejor rendimiento cognitivo que los grupos que tenían menos nivel de flavonoides en su alimentación. Al final de la investigación el grupo de más baja ingesta de flavonoides había sufrido un deterioro mental 40% mayor que el grupo de más alta ingesta.
  • Como se puede ya sospechar a partir del punto anterior, los flavonoides favorecen el aprendizaje y la memoria, tanto la de corto plazo, como la de largo plazo. También se ha visto que favorecen la memoria espacial y la memoria de reconocimiento de objetos.
  • Los flavonoides previenen o retrasan los procesos naturales de deterioro mental o de demencia asociadas con el envejecimiento.
  • Los flavonoides aumentan la neurogénesis, que es la capacidad que tiene el sistema nervioso para generar nuevas neuronas.
  • Los flavonoides tienen la capacidad de aumentar el flujo sanguíneo cerebral, lo que muy posiblemente signifique que tienen el poder de incrementar las sinapsis entre las neuronas, entre otros beneficios.

Adentrándonos más en el terreno emocional

Hasta aquí todo parece muy “neurológico”. Se ve cómo la alimentación tiene relación íntima con nuestra memoria, nuestra capacidad de aprender, con la velocidad de nuestro envejecimiento y nuestro deterioro, y con nuestra salud neurológica. Ahí vemos cómo lo psicológico y lo físico se funden en un solo punto, pero vamos a intentar adentrarnos aun más en lo psicológico, dirigiéndonos a nuestras emociones, a cómo nos sentimos. Para esto pongamos algunos ejemplos sencillos:

Ejemplo 1: pérdida de capacidad de trabajo

Si tenemos a una persona que a los 65 años empieza a olvidar los sucesos o los datos, ya no aprende igual las cosas nuevas que la realidad le va presentando, se distrae, comete errores, pierde velocidad, podemos decir que esta persona no solo está sufriendo las consecuencias del deterioro asociado con la edad, sino que podemos ir más allá: está perdiendo capacidad de trabajo. Al perder capacidad de trabajo puede empezar a perder ocupaciones, metas, retos, perspectiva de futuro. Entonces tenemos un caldo de cultivo perfecto para que la depresión se abalance sobre esta persona, y si ya la tiene encima (cosa que no sería rara, dado el nivel altísimo de incidencia de este mal en el mundo de hoy), lo que tendríamos sería una depresión haciéndose cada vez más poderosa, más fuerte, más abrumadora, haciendo más infeliz a la persona. La depresión, además de hacer infeliz a la persona, provocaría también que los procesos de deterioro se aceleren aun más, generando un círculo vicioso.

Este ejemplo que estoy poniendo es clásico. Se ve muchísimo. De hecho, hay una gran incidencia de cuadros depresivos en personas de la tercera edad, justamente por esta razón.

Ahora supongamos que esta persona está en el grupo de más alto consumo de flavonoides de la investigación que cité más arriba. Probablemente esta persona no pierda su capacidad de trabajo a los 65, ni a los 70, ni a los 75. La depresión, la tristeza, el malestar, el malhumor, la cólera que genera, no le afectará de la misma manera y tendrá bastantes más años de capacidad de trabajo y, por tanto, bastantes más años para evitar que la depresión asociada a este asunto se le eche encima.

Ejemplo 2: Parkinson, Alzheimer, derrame cerebral

Supongamos que a una persona le sucede cualquiera de estas tres desgracias. ¿Esa persona estaría feliz y en estado de bienestar? Obviamente no, se deprimiría, sería infeliz y, si no hay una intervención profesional adecuada, este malestar e infelicidad sería permanente, particularmente en los casos graves. A esto podemos agregarle el hecho de que la familia del paciente también tendría mayores riesgos de desarrollar problemas de depresión, de ansiedad o de relación entre los miembros, estando en conflicto entre ellos o sintiéndose tristes, furiosos, preocupados o asustados por la situación tan penosa por la que estarían pasando.

Ejemplo 3: altas capacidades cognitivas

Un ejemplo más alentador: tenemos a una persona adulta, de mediana edad, altamente productiva, muy hábil, sana, bien alimentada, con mucha capacidad de aprendizaje, flexible frente a los cambios, adaptable. La probabilidad de éxito profesional, social, afectivo, incluso amoroso de esta persona evidentemente está incrementada. No vamos a afirmar que será exitoso, porque evidentemente hay más factores en juego, pero sí que sus probabilidades están aumentadas. Por tanto están aumentadas también sus probailidades de que viva satisfecho, contento y tranquilo, en bienestar.

Recomendaciones

Las recomendaciones saltan por sí solas. Veamos algunas que podríamos sacar:

  • El cuerpo y la psicología de la persona son en realidad lo mismo. Intentemos hacer el esfuerzo de pensar en ambas cosas como lo que son en realidad: una unidad. Cuidando nuestro cuerpo cuidamos nuestras emociones, nuestro ánimo, nuestra psicología. Cuidando nuestras emociones, nuestra psicología, cuidamos también nuestro cuerpo. Podemos afirmar lo mismo si cambiamos ese “cuidando” por un “descuidando” o “maltratando”.
  • Hay que comer muchos vegetales. A los niños no hay que acostumbrarlos a rechazar lo vegetal dándoles productos adictivos como exceso de dulces, harinas, refinados, grasas y carnes que, por comparación, seducen el gusto de los niños, que acaban rechazando todo lo vegetal, provocando que su sistema nervioso, entre otras cosas, se vea afectado, debilitado y con mayores riesgos de presentar problemas.

Referencias

L. Letenneur, C. Proust-Lima, A. Le Gouge, J. F. Dartigues, P. Barberger-Gateau (2007). Flavonoid Intake and Cognitive Decline over a 10-Year Period. American Journal of Epidemiology. Volume 165, Issue 12, 15, June 2007, Pages 1364–1371. Online: https://academic.oup.com/aje/article-lookup/doi/10.1093/aje/kwm036.

David Vauzour, Katerina Vafeiadou, Ana Rodriguez-Mateos, Catarina Rendeiro, Jeremy P. E. Spencer (2008). The neuroprotective potential of flavonoids: a multiplicity of effects. Genes & Nutrition. December 2008, Volume 3, Issue 3–4, pp 115–126. Online: https://link.springer.com/article/10.1007/s12263-008-0091-4.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Flavonoides: nuestra alimentación puede definir nuestra salud psicológica” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Poner límites a los abuelos

Muchas veces un miembro de la pareja de padres se queja de que los abuelos, sus suegros (o ex suegros), hacen lo que les viene en gana con sus hijos, desautorizando, ignorando el hecho de que ellos no son los padres, obstaculizando la crianza.

Un ejemplo muy simple: el hijo está peligrosamente subido de peso, el médico ha recomendado restringir los dulces, las galletas, los pasteles y la comida chatarra. Sin embargo, apenas se deja solo al niño con su abuelo, este va y lo atiborra de aquello que justamente le hace daño, con aquel rollo bien conocido de “es que es mi nieto, quiero engreírlo”.

El denunciante

Cuando sucede esto, el miembro de la pareja de padres que protesta, generalmente, es aquel que NO es el hijo de los abuelos engreidores; es decir, el que denuncia el fenómeno suele ser la nuera o el yerno, mientras que el hijo de los abuelos en cuestión (el otro papá) es acusado de no poner límites a sus padres.

Poner límites a los abuelos

A aquellos padres que están siendo acusados por su pareja o ex pareja de no poner límites a los abuelos de los chicos, les sugeriría que vayan pensando en resolver el tema, no por la pareja, que muchas veces es vista como exagerada, quejona, antipática o problemática, sino por los chicos. Tengan por seguro de que si no hacen nada al respecto, se van a desarrollar consecuencias en sus hijos.

Esto sería casi como una ley: no se debería permitir que los abuelos tengan más autoridad que un papá o una mamá, de ninguna manera (salvo casos excepcionales). Y esta es la parte difícil, porque uno tendría que estar dispuesto a defender la autoridad de su pareja o ex pareja, frente a sus propios padres, aquellos que durante la mitad de su vida han sido precisamente las máximas figuras de autoridad.

Si tú te das cuenta que efectivamente tu pareja o ex pareja (en el caso de padres separados), tiene razón con respecto al comportamiento de los abuelos, pues es tu función ponerles límites a tus padres con respecto a la crianza de tus hijos. Jamás, por ejemplo, se debe llegar a un punto en el que la nuera o el yerno tenga que ponerse a discutir con los suegros, no. El que debe regular el comportamiento de los abuelos y hacerles entender que ellos NO son los padres de los chicos, eres tú, que eres su hijo adulto, padre o madre de familia.

Puntos irreconciliables

Si el conflicto no se puede resolver, si hay desacuerdos constantes, si se llega a un punto muerto en el que no hay resolución y más bien se parece entrar en una rutina de malestar, es necesario consultar con profesionales, sean ambos padres o solo uno, si es que el otro no quiere asistir.

Como mencioné, no les recomiendo dejar pasar conflictos de este tipo con los abuelos de los chicos. Las consecuencias son muy negativas. Algunas empiezan en la niñez, otras se manifiestan en la adolescencia o juventud, y tienen que ver, por ejemplo, con la falta de autoridad de los padres, con lo endeble de la ley, con la facilidad de caer en tentaciones nocivas, con la intolerancia a las frustraciones, con el engreimiento, la soberbia, el egoísmo, etcétera.

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Poner límites a los abuelos” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Espiritualidad y salud: la investigación acerca del sistema inmune y la asistencia a servicios religiosos en adultos mayores

Precisamente en la penúltima entrada venía comentando acerca del aspecto espiritual de las personas y cómo éste vendría a conformar una cuarta dimensión de la salud en general (junto con la salud física, mental y social).

Hace unos días vi que en las redes sociales circulaba un enlace a un blog que proclamaba que “la espiritualidad alarga la vida”. La entrada en cuestión hacía referencia a una investigación publicada en 1997 en el Journal of Psychiatry in Medicine, en la que los investigadores tomaron a 1718 sujetos de 65 o más años que habían estado asistiendo al Establishment of Populations for Epidemiologic Studies of the Elderly (EPESE) project, ubicado en Duke, y los separaron en dos grupos: uno que asistía a servicios religiosos y el otro que no.

El análisis de las muestras de sangre dio como resultado que, en general, estadísticamente hablando, el sistema inmunológico de las personas que asistían a servicios religiosos era más saludable que el de las personas que no lo hacían. Los investigadores se limitaron a enseñar este resultado y declararon no saber explicar cómo es que se explicaría esto.

El debate de los internautas

A mí me parece que la información emitida por el blog mencionado podría haber alterado un poco los datos de la investigación científica original publicada en el Journal. El blog afirmaba que se había demostrado que “la espiritualidad alarga la vida”, cuando en realidad la investigación publicada no concluye eso, limitándose sólo a publicar el dato encontrado, sin siquiera poder explicar a qué se debe.

Obviamente esto alteró un poco los ánimos de las personas que no tienen una vida espiritual desarrollada y/o de aquellas que no son religiosas. Algo que se comentaba mucho, por ejemplo, era que religión no es lo mismo que espiritualidad. Algunos por ahí decían incluso que religión es lo contrario de espiritualidad.

Más allá de estas discusiones, que podrían tornarse bizantinas, y más allá de la probable poca objetividad con la que el blog difundió la investigación original, remitámonos justamente a dicha investigación: en ella, los adultos mayores que asistían a servicios religiosos presentaron, en su conjunto, un sistema inmune más saludable que los adultos mayores que no lo hacían. Ese fue el hallazgo. A partir de este dato concreto, cada quién es libre de sacar sus conclusiones, aunque creo que lo más saludable sería investigar más antes de concluir nada.

Referencia

Harold G. Koenig, Harvey Jay Cohen, Linda K. George , Judith C. Hays, David B. Larson, Dan G. Blazer (1997). “Attendance at Religious Services, Interleukin-6, and Other Biological Parameters of Immune Function in Older Adults”. En: The International Journal of Psychiatry in Medicine. Volumen 27. Número 3. Páginas: 233 – 250.

La música: aliada de la salud física y mental

Esta entrada fue publicada originalmente en Rumbo Norte en noviembre del 2012.

 En un artículo titulado “Música y neurociencias”, los autores mencionan que a raíz de las investigaciones se ha propuesto que la música, a pesar de no ser necesaria para sobrevivir, sí “puede ser significante para mantener una salud física y mental” (ver referencia, página 163).

Escuchar música (respetando a los demás, por supuesto) puede, por tanto, ser un factor importante para mantener la salud de las personas, y hay quienes dicen que también de los animales y de las plantas. Efectivamente, algunas personas afirman que poniendo música suave en el lugar donde están las plantas, éstas tienden a crecer más fuertes, vitales y frondosas.

Para los niños y adolescentes

– Si su hijo manifiesta deseos de aprender a tocar algún instrumento, de cantar o de bailar, podemos aplicar lo mismo que mencionamos en una entrada anterior acerca de los deportes: aproveche la oportunidad de que su hijo se interesa por algo que le hará bien y concédale el deseo, sin condicionarlo a las buenas notas o al buen comportamiento. Si su hijo le toma gusto a un instrumento o al canto, no sólo escuchará mucha música, sino que también la hará él mismo, generándole muchos beneficios a su desarrollo, por la cantidad de habilidades que tendrá que poner en marcha para interpretar, ejecutar o incluso componer.

En el caso de la danza, del mismo modo, la cantidad de funciones que la persona debe desplegar para la ejecución y la interacción con la música le otorgarían, con la práctica, otros tantos beneficios. Además, con la danza, las personas realizan trabajo físico, lo que ya de por sí es muy valioso para la salud física y mental.

– Si usted es padre o madre y sabe tocar algún instrumento. Ofrézcale a su hijo aprender a tocar para hacer música juntos. Si su hijo o hija se anima y llegan a establecer una práctica, la relación entre ustedes podría mejorar notablemente o mantener sus niveles óptimos, además de aplicarse las mismas ventajas que se mencionaron en el punto anterior.

– Lo mismo que se mencionó acerca de la lectura en otra entrada, se aplica para la música. Nunca se debe obligar a un niño o adolescente a practicar música, canto o danza. La persona debe hacerlo porque lo desea. La obligación puede hacer que el niño o adolescente crezca sintiendo rechazo a una actividad buena.

Para los adultos y adultos mayores

– Si usted es adulto y desea retomar su práctica, hágalo sin pensarlo mucho. Le hará mucho bien.

– Si usted es adulto y no sabe tocar ningún instrumento, ni cantar, ni bailar, pero siente deseos de aprender alguna de estas disciplinas, no se desanime. Hay muchas personas que han empezado siendo mayores y han reportado beneficios significativos para su salud, además de satisfacer su deseo y pasarla muy bien con su nueva actividad. Si sus papás no pudieron dárselo siendo niño, podría pensar en dárselo usted mismo ahora que es adulto.

Referencia

Masao, Ricardo; Martínez, Alma; Vanegas, Mario (2010). “Música y neurociencias”. En: Archivos de Neurociencias. Volumen 15. Número 3. Julio – septiembre 2010. Páginas 160 – 167.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

Beneficios e importancia de caminar: adultos mayores

Voy a publicar una serie de entradas que tienen que ver con los efectos positivos que trae el caminar. Esta sería la primera entrada de esta serie. Estas entradas no tendrán ningún orden en especial; simplemente iré publicando la información que vaya recolectando conforme pasa el tiempo.

Caminar

Caminar es una actividad muy básica. Sin esa capacidad, la especie humana no existiría (a diferencia de otras actividades, como el conducir automóvil). Sin embargo, la historia en nuestra cultura nos ha llevado a ir poco a poco caminando menos en nuestras vidas. Las ciudades han crecido demasiado y muchísimas personas se endeudan para adquirir un vehículo, utilizan sistemas de transporte público o en sus horas de descanso prefieren actividades pasivas o que requieren muy poco movimiento físico. De esta forma, la población va reemplazando lo que conocemos como “hábitos saludables” por actividades de tipo sedentario, multiplicándose así una serie de males y trastornos de toda índole, como la depresión, la ansiedad, el sobrepeso, el cáncer, etcétera.

Evidencias científicas

Se han venido acumulando evidencias científicas acerca de la necesidad de caminar para mantener la salud, o, en todo caso, de los efectos positivos que trae el caminar en las personas de todas las edades. Estas evidencias están relacionadas con todo tipo de enfermedades, trastornos o situaciones indeseadas. Hablar de ellas en corto tiempo sería imposible. Así que iré dando sólo “pequeñas muestras”.

Una muestra

Se tomaron 1635 hombres y mujeres de entre 70 y 89 años con vidas sedentarias y capaces de caminar al menos 400 metros por su cuenta. Se dividió este total en dos: el primer grupo recibió charlas mensuales sobre temas de prevención y salud; el segundo grupo recibió un programa de ejercicios físicos que consistían en caminatas y rutinas muy ligeras con pesas.

El experimento duró más de dos años. Los resultados fueron, en síntesis, los siguientes: el grupo de ejercicios tuvo menos probabilidades de desarrollar alguna discapacidad o de hacerla crónica en comparación con el grupo de charlas.

¿Qué podemos sacar de este experimento para nuestras vidas?

Los resultados de este experimento nos pueden hacer pensar en varias cosas, como en la importancia de caminar y de ejercitarse en la salud de los adultos mayores, y cómo esto es más efectivo por sí solo que el recibir información. También hace pensar en que el hábito de mantenerse activo físicamente, el caminar, al reducir el riesgo de desarrollar alguna discapacidad, también mantiene la calidad de vida de la persona a través de los años y puede incluso prolongar una vida saludable.

Se me ocurre pensar también, si estos resultados observables se dieron en poco más de dos años con personas tan mayores y sedentarias (con la salud ya deteriorada), cuáles serían los resultados reales en una persona que desde más joven mantiene estos hábitos. Por eso, esta investigación es también importante para adultos jóvenes y padres de familia.

Referencia

Varios autores (2014). “Effect of Structured Physical Activity on Prevention of Major Mobility Disability in Older Adults”. En: The Journal of American Medical Association. Número 23. Volumen: 311.

Puedes leer el experimento completo aquí.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
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Tercera edad: actividad versus inactividad

A medida que avanza la edad, la sabiduría de las personas se enriquece, por la cantidad de años de sucesos vividos y por la capacidad de razonar las decisiones que otorga la misma experiencia y el hecho de que uno ya no es joven y no siente las mismas ansias ni la misma urgencia por lograr ciertos objetivos. Esto da un adicional de calma, de tranquilidad, de objetividad y de distancia para pensar y tomar decisiones más razonadas. Por ello, entre otras cosas, las personas tendemos a buscar el consejo de una persona mayor.

Pero el avance de la edad también tiene sus contrapartes. Una de ellas es el deterioro del sistema nervioso y, específicamente, el deterioro de las funciones del cerebro, como la memoria de sucesos recientes, la formación de nuevos aprendizajes o la ejecución de los mismos. De esta forma, el envejecimiento afecta al sistema nervioso, hay muerte neuronal acumulada por el paso del tiempo y el cerebro ve disminuido su peso y su volumen.

Mantener la actividad

La mejor manera de contrarrestar el deterioro cognitivo propio del avance de la edad es mantener la actividad mental. Esto sigue la lógica de la neuroplasticidad; si se mantienen las funciones activas, los mecanismos para poner en marcha dichas funciones no sólo serán mantenidos por nuestro sistema nervioso, sino que probablemente se fortalecerán. En adultos mayores, la actividad mental sirve para retrasar o incluso detener el deterioro de las funciones cognitivas.

¿Cómo mantener la actividad mental?

– Ponerse objetivos y cumplirlos.

– Tener pasatiempos constructivos, que impliquen cierta actividad, y cultivarlos. Y al decir “pasatiempos constructivos” no estamos hablando de sentarse a ver televisión todo el día, por ejemplo, ni tampoco de actividades adictivas, como asistir sistemáticamente a casinos o a casas de juegos de azar).

– Desarrollar, en lo posible, cierta actividad laboral o académica; enseñar o estudiar algo nuevo.

– Aprender a hacer cosas nuevas, más allá de lo académico (nuevos juegos de mesa o de otro tipo, nuevas recetas de cocina, nuevos pasatiempos en general).

– Las novedades son excelentes, salir de la rutina, no estancarse en ella.

– Mantener la actividad física, ya que tener el cuerpo en actividad garantiza que también nuestro sistema nervioso se mantenga activo y funcionando. Por supuesto, la actividad física debe realizarse con todas las precauciones del caso, y esto es necesario para todas las edades. Si es necesario debería consultarse con el médico o profesional a cargo.

– Mantener el contacto con otras personas; mejor si se comparte con ellas una actividad con objetivos. Y cuando hablamos de contactos, hablamos más de calidad que de cantidad.

Evitar la inactividad

Las personas mayores tienden mucho a deprimirse, debido a muchos factores que se relacionan con la edad. Lo que hace la depresión o los síntomas depresivos, entre otras cosas, es, justamente, reducir la voluntad de las personas de mantenerse activas:

– Hay exceso de sueño o, por el contrario, falta de descanso, lo que genera, en ambos casos, fatiga y desgano.

– El apetito se puede alterar, lo que implica una nutrición inadecuada, lo que a su vez puede afectar la disposición de la persona a mantenerse activa.

– Se puede presentar un ánimo triste, melancólico, aburrido, intolerante, irritable, lo que aleja a las personas del contacto con los demás.

Si el mejor aliado para permanecer lúcidos, memoriosos y hábiles es el mantener la actividad mental y física, el peor enemigo sería la inactividad. El quedarse postrado, la soledad innecesaria, la rutina, las actividades repetidas una y otra vez, el sedentarismo, la pasividad de escuchar todo el día la radio o de ver todo el día la televisión, o, peor aun, de quedarse en cama sin tener indicado un descanso médico, todo ello afecta negativamente y ayuda a que el sistema nervioso del adulto mayor se deteriore de forma más veloz.

Esta es una de las razones por las que es importante enfrentar la depresión, ya que esta puede impedir que la persona se mantenga activa, por más que lo desee. Si no hay depresión, por más dificultades que existan, se podría intentar desplegar un cierto nivel de actividad.

Si la persona o sus allegados creen que está deprimida, es mejor consultar cuanto antes con un profesional de salud mental y hacerle frente al problema. Poco a poco, con un tratamiento adecuado, podrá animarse a realizar más actividades placenteras.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
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