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Perder a un hijo recién nacido

Perder a un hijo recién nacido representa una experiencia muy dura para los papás. A diferencia de otras pérdidas humanas, esta es la pérdida de alguien esperado durante meses o años, a quien de alguna forma las circunstancias niegan la posibilidad de vivir, al comienzo mismo de su existencia.

El hecho de esperar a esta nueva criatura y todo lo que su concepción y nacimiento genera en los papás le da a este tipo de pérdida un matiz muy especial. Esto lo podemos ver incluso en muchas especies animales, empezando por cómo defienden a su prole, cómo arman sus nidos y cómo notablemente su vida cambia y gira en torno al nacimiento.

Entonces, cuando sobreviene la pérdida, incluso los animales se encuentran de pronto en una situación que los enfrenta a un vacío enorme, donde toda su espera, todos sus preparativos, toda su abnegación, todas las energías, el tiempo y el afecto que se dedicó de pronto terminan con la pérdida, con el estar de pronto nuevamente solos, los mismos que estaban antes de la espera.

Los animales reaccionan de formas sorprendentes ante la pérdida de sus crías. Siempre recuerdo una madrugada que muy cerca de la ventana de mi casa, un gato asaltó el nido que una pareja de palomas había hecho, con sus dos pichones ya nacidos. La paloma adulta huyó inmediatamente, lo que conllevó a la muerte de los pichones. Yo acudí a mirar y vi el nido vacío. A los pocos segundos, en plena madrugada, escuché a la paloma cantar a lo lejos, en el parque. Fue una escena muy triste que de alguna forma me hizo pensar en esto. Yo, que fui testigo durante semanas del apareamiento, de la construcción del nido, del cuidado de los huevos, de la eclosión, de la alimentación pico a pico, días, semanas de cuidados y esperas, de pronto, también pude ver cómo todo ello finalizaba con un nido vacío en medio de la noche.

Los seres humanos también estamos expuestos a este tipo de pérdidas, y las experimentamos de una forma probablemente similar al comienzo. Después, la experiencia es completamente humana. Vendría lo que conocemos como “duelo”.

El duelo

El duelo es un proceso depresivo natural frente a la pérdida de un ser amado o de un objeto importante. La persona entra en un proceso depresivo asociado con la pérdida: siente tristeza, culpa, rabia, se siente vacía, llora, se siente sin fuerzas, duerme en demasía o muy poco, come mucho o muy poco, está irritable o afectada por cosas que antes no le afectaban tanto, etcétera.

La pérdida de un hijo recién nacido trae uno de los procesos de duelo más duros y difíciles a los que el ser humano se tiene que enfrentar a lo largo de su vida, y también lo enfrenta a situaciones particulares. Por ejemplo, este proceso de duelo puede involucrar a la pareja de papás. El vacío es tan grande y doloroso que muchas parejas sienten el deseo de llenarlo o curarlo concibiendo otro bebé que, de alguna forma, reemplace al bebé perdido.

Si esta pareja tiene hijos anteriores en crianza (niños o adolescentes), ellos se verán afectados también, no solo por la pérdida de su hermanito, sino también por el proceso doloroso por el que están pasando sus padres, que son para ellos las personas más importantes de su vida y las encargadas de mantenerlos vivos.

El duelo: un proceso natural que tiene un final

Los procesos de duelo son superables. De forma natural las personas se sobreponen a la pérdida, le dan un sentido a la experiencia, se terminan de despedir del ser amado y cierran el proceso para continuar con su vida. Debido a que corporalmente la mamá ha vivido más cerca todo el proceso, desde la concepción hasta la muerte, es probable que a ella le tome más tiempo reponerse. Esto también sería comprensible.

No es que haya un tiempo fijo para considerar un duelo como normal. Esto dependerá de la persona y de lo que implica su pérdida. Se suele hablar, en casos de pérdidas importantes para la persona, de etapas depresivas normales de medio año aproximadamente. Sin embargo, fácilmente se puede comprender que en el caso de la pérdida de un hijo recién nacido, este proceso pueda extenderse, especialmente para la mamá.

Evitar el clavo que saca otro clavo

No sería recomendable buscar concebir nuevamente antes de una real superación de la pérdida. Esto, salvando las enormes distancias, vendría a ser algo así como cuando algunas personas, frente al rompimiento con la pareja, buscan inmediatamente a otra para llenar el vacío y no enfrentar su tristeza, sus sentimientos de culpa o su rabia. A esto popularmente se le conoce como “el clavo que saca otro clavo”. No es recomendable. Es mejor que un hijo venga al mundo deseado por sí mismo, por lo que él será, no porque tenga que “salvar” a sus padres de la depresión (que dicho sea de paso, encima, no funcionará). Un bebé tendría que venir al mundo con unos papás fuertes que lo sostengan, no para sostener a unos papás que se encuentran débiles y que dependen de él. Esto, como se puede ver, invierte el orden natural de las cosas y traería consecuencias.

Es mejor que los papás que han sufrido este tipo de pérdida superen física y emocionalmente la pérdida de su bebé antes de intentar concebir de nuevo. Mientras tanto hay que protegerse para que esto suceda en el momento adecuado.

¿Cuándo buscar ayuda profesional?

Los papás que han sufrido esta pérdida podrían pensar en acudir a apoyo profesional en dos casos: cuando, a pesar de haber transcurrido poco tiempo de la muerte del bebé, los sentimientos son tan duros y tan insoportables que realmente se ve que lo saludable sería dedicar un espacio y un tiempo para trabajar este tema con un especialista, especialmente cuando la situación empieza a incapacitar a la persona en otras áreas de su vida. No es necesario que con la excusa de que “es normal sentirse así”, una persona tenga que soportar un dolor tan grande. Esto también incluye aquellas situaciones en las se empiezan a generar otros síntomas que evidentemente necesitan atención, como ataques de pánico o de ansiedad en general, violencia o agresiones, ideas de suicidio, alucinaciones o ideas extrañas, etcétera.

La segunda situación en la que los papás podrían pensar en buscar apoyo profesional es cuando se considera que ya ha pasado mucho tiempo y no se ve un final del proceso de duelo. Si ya ha pasado, por ejemplo, un año y la mamá o el papá siguen sintiéndose heridos por la pérdida de su bebé, sí ya se estaría sobrepasando el duelo saludable o tal vez ya se habría sobrepasado. Sería necesario recurrir cuanto antes a un espacio de salud emocional que permita cerrar este proceso de forma armoniosa y natural.

Estas consideraciones habría que tomarlas más en cuenta aun cuando la pareja tiene niños o adolescentes. Estos hijos, al estar vivos, necesitan de sus papás y son emocionalmente tan frágiles como esos pichones que mencioné antes. Si la crianza se empieza a ver alterada en demasía, la vida de estos hijos se puede ver muy afectada. ¡Cuántas veces no habré recibido pacientes niños o adolescentes aquejados en gran medida por la depresión de su mamá o de su papá!

Una mamá deprimida o un papá deprimido podría no tener ganas ni fuerzas para pasar momentos con sus hijos, paciencia para formarlos, entereza para no maltratarlos, son más fáciles de irritar, de desear golpear o de caer en el insulto o en la descalificación, también estando deprimido es más fácil ser negligente, tirar al abandono a los chicos. Por su parte, los papás que son especialistas en la simulación, en ocultar sus sentimientos, expondrán a sus hijos a experiencias falsas y muchos de ellos en el fondo se darán cuenta de que su papá o su mamá en realidad esconde cosas.

Por eso, en estos casos, es mejor resolver la pérdida para que el bebé fallecido deje en algún momento de ser la prioridad en la mente de sus papás y así estos puedan centrarse en los hijos que tienen, que están vivos y que los están esperando.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

Licencia Creative Commons
“Perder a un hijo recién nacido” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Un día de descanso, un día invalorable

Ilustración: Lucía Fernández

Hace poco vi un anuncio publicitario en un periódico que me chocó de primera instancia. Se anunciaba un modelo de camioneta “para cubrir todas las necesidades de tu empresa”. El anuncio ponía arriba, muy visiblemente lo siguiente:

“UN DÍA DE DESCANSO, ES UN DÍA PERDIDO”

Debajo de semejante sentencia aparecían dos de las camionetas y al costado un modelo haciéndola de empresario de saco y corbata mirando al lector con rostro solemne.

Lo poco que sé de publicidad me recuerda que los anuncios nos presentan un mundo deseado pero que no es real. Por ejemplo, un detergente que hace magia o un desodorante para hombres que hace que supermodelos caigan a los pies de quien lo usa. La publicidad utiliza esas ilusiones para recordarnos nuestros deseos y necesidades y vendernos u ofrecernos sus productos o servicios.

Ahora bien, para un mundo empresarial puede ser verdad que se desea el máximo de productividad, la máxima ganancia, el día de 36 horas y la semana de 8 días. En parte, por ahí se puede entender la sentencia “un día de descanso, es un día perdido”; no es nada grave, es como decir que si un hombre destapa un par de cervezas aparecerán dos chicas a cada lado. Lo grave se puede dar cuando efectivamente, queriéndolo o no, funciona esta idea, fuera del anuncio, en la vida real y cotidiana de muchos hombres y mujeres. Veamos algunas áreas que pueden verse afectadas por esto.

El encuentro con uno mismo

El no tener un día, un tiempo, un espacio para uno mismo, puede traer muchas consecuencias; una de ellas es que la persona se desconecta de sí misma, no tiene tiempo para pensar en ella, en su vida, en sus deseos, en sus fantasías, en sus placeres y en aquello que lo hace sentir mal o le preocupa. Es así que si hay algún problema personal o dificultad, la persona no podrá resolverlo, pues no tendrá un momento para darle la atención necesaria, trayendo como consecuencia que la dificultad se perpetúe, evolucione o, en el peor de los casos, se agrave.

Lo dicho anteriormente no se limita al plano psicológico; también alcanza a la salud física. Esto lo podemos entender desde el momento en que utilizamos la palabra “descanso”, donde el cansancio se entiende, en un primer momento, como un fenómeno físico. Si no paramos un momento, si no nos damos un tiempo regularmente, más allá de las horas de sueño, nuestra salud física se verá deteriorada y tendremos más probabilidades de que tarde o temprano aparezcan enfermedades o afecciones dolorosas y lamentables.

El encuentro con nuestros seres queridos

No parar más que para dormir lo básico también nos deja solos. Nos quedamos sin amigos, sólo con contactos, sombras de viejas amistades. Nos quedamos sin la familia extensa, a la que no tenemos tiempo de ver más que en los compromisos. Se pierde toda posibilidad de hacer algo sorpresivo y refrescante, aquello que une más a las personas, un sorpresivo fin de semana fuera de la ciudad, una noche de diversión, una inesperada salida al cine, al bar, al teatro, al concierto o al club.

El combustible para la pareja

La pareja hundida en la rutina laboral y doméstica también puede verse afectada. Se pierde la sensación de complicidad de los años previos a la convivencia, se pierde la pasión que se alimenta de lo inesperado (muchas mujeres sabrían de esto, especialmente a aquellas que les gustan los “detalles”). Esto se agrava si hay conflictos domésticos sin resolver. La relación se vuelve, más que una vida de pareja, una sociedad conyugal fría en constante tensión.

Preguntémonos cuán placentero sería darse un tiempo a solas con la pareja, como aquellos momentos de pareja que disfrutan los jóvenes despreocupados. Ahora preguntémonos cuántas veces se dan casos de infidelidad por asuntos como “no me prestaba atención”, “me sentía sola”, “¡siempre llegaba tan tarde!”, “siempre estaba trabajando”, “no quería que la tocara”, “siempre le dolía la cabeza”, “siempre estaba preocupada”, “ya casi no nos veíamos”, y demás.

Unos hijos con padres que existen

Tener a papá y/o a mamá trabajando siempre y durmiendo cuando están en casa tiene un nombre: se llama tener un papá o mamá ausente. Como diría la canción de Franco de Vita, “no basta” con la manutención para ser padres efectivos. Los niños necesitan jugar con sus papás, necesitan divertirse con ellos, ser sorprendidos por ellos, tener oportunidad de admirarlos y de aprender de ellos, y eso sólo se logra en los tiempos de descanso de los padres. Creo que ningún papá podría hacer nada de esto con sus hijos mientras trabaja, y si lo hiciese me sonaría a falsificación o, en todo caso, a aprendizaje de oficio de los niños más que de disfrutar de ocio con los papás; y esto los niños lo sienten y lo resienten.

Más allá del déficit que trae el hecho de tener papás ausentes, se puede hablar también de riesgos más concretos. Si papá y/o mamá no tienen tiempo para ociosear con sus hijos, estos quedarán expuestos más fácilmente a una serie de situaciones que van desde el acoso escolar no comunicado por falta de confianza, hasta el abuso sexual de personas que se aprovechan de la ausencia de los padres, pasando por un sinnúmero de situaciones peligrosas, como exposición a drogas, “malas amistades”, delincuencia, accidentes, crianza cuestionable de terceros, maltrato físico y psicológico, y un extenso etcétera. La ausencia de los papás puede derivar incluso en la muerte de su hijo o hija, sea accidental, provocada o autoprovocada, como se da en los casos de suicidio de menores.

Ilustración: Lucía Fernández

El ocio con los niños o adolescentes permite alimentar la confianza, el diálogo, puede permitir al padre o madre darse cuenta del estado de ánimo de su hijo o hija, puede permitir que ellos les cuenten a sus padres aquello que les preocupa o que les hace sentir mal, detectando así amenazas, muchas veces antes de que estas se realicen. Y lo más importante, permite disfrutar con ellos.

El invalorable día de descanso

¿De verdad un día de descanso es un día perdido? No lo creo. Es posiblemente el día más valioso de la semana, es el día en que podemos saborear el fruto de lo que hemos trabajado el resto de días, es el día que nos salva del “vivir para trabajar” y que nos permite “trabajar para vivir”. Es verdad, lamentablemente, que muchas veces la situación real de las personas adultas hace que el descanso sea casi una utopía, pero es importante intentarlo, hacer lo posible para atender esas otras áreas de nuestras vidas que pueden sentirse tan abandonadas.

Para los que tienen la suerte de poder descansar, háganlo, sin culpas, pensando que es una necesidad básica. Si hay hijos, es necesario luchar para organizarse y darse también momentos en pareja o para uno y sus otros seres queridos (amigos, familia). Hay que intentar no exponer a los niños a tener unos padres que se sienten obligados a sólo descansar para sus hijos. Los niños se dan cuenta de esto y pueden sentirse culpables o pueden sentir que tienen el control de los papás, lo que no es lo más saludable. En fin, pensemos que hasta Dios, en la tradición judeocristiana, descansó el séptimo día, y no sólo descansó sino que “lo bendijo y lo hizo santo”.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

Licencia Creative Commons
“Un día de descanso, un día invalorable” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.