Niños egoístas que no comparten sus cosas

Cuando los papás organizamos reuniones o fiestas en donde nuestro hijo va a juntarse con otros niños, a veces sucede que este se niega a compartir sus juguetes o sus cosas. Mientras más pequeño sea el niño, más se incrementa la posibilidad de que esto suceda. Esto es así porque, a menor edad, la persona es más egocéntrica y, por tanto, más egoísta. No es nada anormal. Por ello no hay que tomarlo como algo negativo, ni preocuparse. Simplemente se puede buscar la forma más conveniente de actuar para que nuestro hijo se vea beneficiado en su desarrollo.

Obligar a nuestro hijo a compartir

Si los papás ordenáramos directamente a nuestro hijo que comparta sus cosas estaríamos arruinando la experiencia social del niño, además que estaríamos actuando de forma autoritaria y hasta prepotente. ¿Por qué? Solo basta con preguntarnos a nosotros mismos qué sentiríamos si viene un policía o cualquier autoridad a nuestra casa, con otra persona, y nos ordena que le prestemos nuestra computadora, nuestra TV o nuestro teléfono celular, o nos ordena que le demos nuestra clave de wifi o que le prestemos nuestro dinero. Los juguetes del niño son de su propiedad (se los regalamos, se los dimos, no son nuestros), tanto como que nuestras cosas son nuestras.

Esto se agrava cuando no solo ordenamos a nuestro hijo que preste, sino que directamente tomamos sus cosas y las ponemos a disposición del niño o de los niños visitantes. A ver, ¿qué sentiríamos si viene algún representante del gobierno de turno y nos quita nuestra casa para dársela a otro u otros ciudadanos? Porque la ecuación es la misma.

Presionar a nuestro hijo para que comparta sus cosas

Presionarlo con ruegos o con argumentos tampoco es tan conveniente. Hay que entender que la persona (nuestro hijo) no desea que toquen sus cosas. Los argumentos probablemente no los entienda a cabalidad, con mayor razón si es muy pequeño, y la presión que se genera nuevamente podría arruinar el momento de interacción social.

Por otro lado, estrategias como “comprar” la acción que queremos que realice nuestro hijo con ofrecimientos materiales o premios de cualquier tipo (más allá de un simple “me agradaría mucho si quisieras jugar con tus juguetes con fulanito”), es justamente eso, “una compra”, un generador de conveniencia y corrupción. El niño, entonces, crece con la idea de que puede vender sus favores, al igual que hacen los políticos corruptos, por ejemplo.

¿Realmente los juguetes y objetos materiales son tan importantes?

¿Realmente sin las pertenencias del niño no se puede pasar un buen rato? No tiene por qué ser así. Si el papá o la mamá tienen una pelota o cualquier objeto divertido que sea de ellos y no del niño, ya con eso pueden organizar juegos. Aun así, ni siquiera es necesario objeto alguno. Juegos físicos como escondidas y otras dinámicas por el estilo suelen funcionar bastante bien y no requieren juguetes o posesiones del niño.

Este tipo de actividades con las que se puede animar a los invitados dentro de la casa de un niño que no quiere compartir tiene una triple función (por lo menos):

  1. Hace que el encuentro social sea agradable.
  2. Salva la situación de egoísmo del niño e impide que los papás se entrampen en la negativa a compartir.
  3. Genera procesos emocionales en el niño que tal vez lo lleven a compartir de forma espontanea más adelante. Por ejemplo, la confianza que tal vez necesite nuestro hijo antes de ver cómo esa otra persona hace uso de sus pertenencias. También puede movilizar culpa en el pequeño, una emoción que, bien regulada, es fundamental para la integración a la comunidad. El niño puede sentirse culpable al ver cómo en la situación de juego, esas otras personas son agradables y no merecían su hostilidad. El niño puede manejar sus sentimientos de culpa reparando su hostilidad previa, siendo generoso posteriormente. Si se le obliga o se le presiona, le privamos de la oportunidad de desarrollar estos sentimientos.

En resumen

Ante una situación social en la que nuestro hijo se niega a compartir sus cosas con los invitados:

  • Evitar ordenar que comparta.
  • Evitar tomar sus cosas y dárselas a los invitados.
  • Evitar presionar con argumentos o ruegos. Si el niño dejó en claro que no desea a la segunda o, máximo, a la tercera, es porque es “no”.
  • Estar preparados. Buscar actividades o juegos alternativos, quitar del centro de atención las posesiones materiales del niño.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas. Página 40.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Niños egoístas que no comparten sus cosas” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Celos entre hermanos

A veces, ante el nacimiento de un hermano, el mayor se muestra hostil. Frente a esto, los papás pueden optar por regañarlo o por intentar convencerlo de que su comportamiento es egoísta y desagradable. Esto último se puede hacer de forma dura o de forma tierna; al final, en lo que nos atañe, viene a ser lo mismo.

Cuando esta estrategia de los papás sale lo mejor posible, el hermano mayor acaba tolerando al menor, más para evitar ser censurado que porque verdaderamente lo haya aceptado. Esto no resuelve los celos, sino que solo los tapan, como quien mete la basura debajo de la alfombra para que la sala parezca limpia. Uno se puede dar cuenta de que en el fondo el problema persiste porque el hermano mayor se muestra muy sensible a las diferencias con su hermano menor (por ejemplo, el famoso “¿por qué a él sí y a mí no?”).

¿Cómo prevenir esto?

Frente a este problema se puede optar por una vía alternativa a la anterior, que podría dar mejores resultados. La clave está en permitir al niño expresar su malestar, mostrarle que lo entendemos, en vez de censurarlo (ojo, esto no significa que se toleren agresiones o acciones que se pasen de ciertos límites razonables). Cada vez que este hermano diga que no lo van a querer igual o que quieren más al menor, los papás pueden decirle que lo comprenden y que, en efecto, esto que siente es muy penoso.

Siguiendo este parámetro, el hermano mayor podría “tocar fondo”, como se dice, y, una vez en esta situación, podría iniciar su recuperación y empezar a “defender” a su hermano menor, diciendo cosas como “en realidad no es un pesado” o “en realidad no es tan odioso” o “no, no es tan molesto, en verdad es muy chiquito”. Una vez en esta posición, los papás solo deben atinar a responderle cosas como “¿sí? ¿tú crees?” o “sí, tal vez tengas razón”, evitar reforzarle su defensa, dejar que él haga su propio camino. Poco tiempo después, si todo sale bien, este hermano mayor tendría que ya haber aceptado a su hermano de forma genuina.

Esto sucede así porque no se le censura, dañándole su autoestima, sino que más bien se le permite expresar sus sentimientos y así puede elaborarlos y pasar a desarrollar una relación más positiva.

¿Qué pasa cuando es el menor el que se siente celoso?

Si bien no es una situación tan clásica como la anterior, muchas veces sucede que es el hermano menor el que, cuando crece, desarrolla celos y rechazo por su hermano mayor.

En este escenario se recomienda actuar de forma análoga: que se le permita la expresión de los celos, sin cesurarlo ni regañarlo por ello. Sin embargo, con los menores hay que tener cuidado de no compensar su malestar con afecto o con mimos, ya que esto reforzará su comportamiento e incluso podría empeorarlo.

De forma similar al caso de los hermanos mayores, hay que escucharlos, decirles que tienen razón en sentirse así, que las desigualdades pueden ser difíciles de soportar y que se les comprende. Si el papá o la mamá tienen hermanos, se le puede decir que ellos también sintieron lo mismo siendo niños, si es que recuerdan cómo así, que tampoco se trata de engañar.

Con los menores también es importante hacerles ver que no hay diferencia de valor, sino solo de edad, de tamaño o de talla. Para esto, se recomienda que los papás busquen ejemplos qué ponerle al niño, ejemplos en donde dos personas o seres diferentes son importantes a su manera particular en una misma situación o para una misma tercera persona. Se sugiere esto porque, en el caso de los menores, hay mucho de sentimientos de desventaja por ser menor, más pequeño o más débil.

Referencia

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Páginas 41-43.

 

Diego Fernández Castillo
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“Celos entre hermanos” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

¿Ofrecer disculpas a los hijos?

«Si te sientes mal con tu hijo, no dudes en decírselo y ofrecerle disculpas, así sabrá que los “grandes” también se equivocan y saben reconocerlo» (Baltazar y Palacios, 2011, página 38).

Así es, de acuerdo, aunque me gustaría acotar tres cosas:

  • Ofrece disculpas a tu hijo sin perder la autoridad que tienes, sin rogar, sin rebajarte, con dignidad, no te comportes como un niño o muchacho o como su amigo, acuérdate que tú eres su papá o mamá, que eres un adulto y que tú eres la autoridad.

  • Ofrecer disculpas ante un error y reparar el daño mediante el afecto y el acercamiento es suficiente. No tienes que comprar el perdón de tus hijos pagando cosas o golosinas o dándoles permisos especiales, como faltar al colegio o jugar más tiempo con los videojuegos. Esto lo único que provocará es que pierdas autoridad, que tu hijo se acostumbre a ser comprado con cosas materiales o con dádivas (esto es germen de conveniencia y corrupción) o que tu hijo desee que te equivoques y que hagas mal las cosas esperando su recompensa por ello.
  • Ofrece disculpas sí y solo sí estés completamente seguro de que te has equivocado. No te fíes solo de tus sentimientos de culpa. Piénsalo bien, consulta si es posible con tu pareja o con personas de confianza. Ante la duda investiga, asegúrate de que en realidad te equivocaste. Si empiezas a pedirle perdón a tu hijo por cosas que no has hecho mal, lo situarás a él en un pedestal y tú acabarás siendo su súbdito, nuevamente perderás autoridad y tu hijo crecerá con la idea de que tiene derechos especiales por sobre los demás. Ofrecer disculpas a tu hijo no es cosa de juego. Es importantísimo que lo hagas cuando de verdad lo amerite. Tal vez sea una “pequeñez”, no importa; si de verdad lo amerita y es justo, hazlo, pero estate seguro de ello.

En conclusión, yo diría que si te sientes mal con tu hijo, sí, duda, piénsalo, cuestiónate, consulta, pregunta, escucha si es necesario. A veces puedes concluir rápidamente que te equivocaste, otras no tanto, el asunto es que estés seguro. Evita guiarte únicamente por tus sentimientos de culpa. Los sentimientos no son racionales y pueden engañarte. Si estás seguro de que te equivocaste, ahí recién no dudes en decírselo y ofrecerle las disculpas del caso.

Efectivamente, los “grandes” nos equivocamos, y mucho. Así que sí, ofrece disculpas a tus hijos cuando lo hagas, pero solo cuando lo hagas. Y luego, cuando ofrezcas esas disculpas, hazlo de forma correcta, evita rebajarte, evita rogar, evita comprar el perdón de tu hijo. Tu error no te ha quitado tu rol de padre o tu autoridad.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas.

 

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“¿Ofrecer disculpas a los hijos?” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Enseñar a no interrumpir con el ejemplo

Cuando tu hijo esté platicando, no lo interrumpas. Así le estarás enseñando a través del ejemplo, que cuando alguien más habla, hay que esperar a que termine para intervenir (Baltazar y Palacios, 2011, página 28).

Como vimos en la entrada anterior, los niños tienden a interrumpir las conversaciones de los adultos. Como se explicó, esto sucede porque ellos buscan sentir la seguridad de que sus papás o el adulto encargado todavía lo están teniendo en cuenta, dado que son seres dependientes, necesitados de cuidados.

Interrumpir a los niños cuando hablan

Esto a los adultos puede parecernos muy molesto, lo que también es comprensible. Justamente por eso hay que enseñarles a no hacerlo, y la mejor (y única, en realidad) manera de enseñarles a los hijos es mediante el ejemplo.

Para ello los papás podríamos evitar interrumpir a nuestros hijos cuando ellos están hablando, porque si lo hacemos, ¿con qué cara y autoridad les pedimos luego que ellos no lo hagan? Lógicamente, si nuestras acciones muestran lo contrario de lo que decimos, los niños nos desautorizarán, no nos harán caso y seguirán interrumpiendo como siempre.

Esto no lo harían a propósito; es que simplemente así se da. Es bien difícil ser vegetariano en una casa donde todos los días te sirven carne y donde no tienes acceso ni poder de decisión en la cocina. De la misma forma, es bien difícil ser niño y aprender a no interrumpir cuando tus papás todo el tiempo lo hacen.

Interrumpirnos entre nosotros cuando hablamos

Pero la cosa no queda ahí. Si queremos que nuestros hijos aprendan a no interrumpir y a no ser impertinentes, además de darles el ejemplo no interrumpiéndolos a ellos, también podríamos darles el ejemplo evitando interrumpirnos entre los adultos, al menos delante de ellos.

Funciona de la misma forma: ¿cómo se le enseña a dejar hablar a un niño si ve que sus propios papás se comunican interrumpiéndose constantemente? Es evidente que esto le haría un corto circuito en la cabeza, es bien confuso y no se entiende nada.

De cosas como estas salen esas afirmaciones de los niños y adolescentes: “mis papás son bien raros” o “mis papás están locos”. Estas expresiones no las dicen por gusto. Exigirle a tu hijo que deje hablar cuando tú y tu pareja viven interrumpiéndose es como el consabido “¡no hables lisuras, carajo!”. Obviamente no se va a entender el mensaje y el comportamiento del niño persistiría o se agravaría.

 

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas.

 

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“Enseñar a no interrumpir con el ejemplo” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Niños que interrumpen y llaman la atención

Sucede mucho que cuando estás conversando con otra persona, tu hijo empieza a intentar llamar tu atención, te pide que veas algo (“¡mamá, mira!”), hace preguntas o se mete en la conversación de manera impertinente.

¿Por qué hace eso?

Sí, puede ser muy irritante. Lo que sucede es que los niños son seres sociales dependientes que necesitan la atención de sus papás o de los adultos en general. Es así que cuando sienten que pierden dicha atención, buscan recuperarla. Esto no lo hacen por gusto o por molestar, lo hacen porque necesitan tener la seguridad de que estamos ahí, que aún podemos escucharlos o que aún los tenemos en cuenta.

¿Qué hacer cuando interrumpa?

La idea no es que, basándonos en lo que acabo de explicar, pongamos al niño por sobre todas las cosas, que tampoco esa es la idea, como tampoco la idea es gritarle o enojarnos con él. Lo que hay que hacer es explicarle con tranquilidad que debe esperar a que termines de hablar con la otra persona, siempre y cuando se trate de algo que no requiere tu atención en ese momento. Naturalmente esto excluye alguna urgencia real que el niño esté manifestando o alguna situación que sí amerite la interrupción y que sería ilógico o poco realista que espere a que termines de hablar. Aquí los papás necesitan ser rápidos tomando en cuenta el contexto y discriminando si lo que el niño está diciendo puede esperar, y cuánto.

Reducir al mínimo las interrupciones

Ahora bien, este tipo de situaciones podemos reducirlas al mínimo. ¿Cómo así? Si quieres conversar más de 5 o 10 minutos con alguien, sería mejor en realidad quedar con la persona o personas en un momento en el que no estés con tu hijo. Si esto no es posible, hay que mantenerlo entretenido, que tenga algún juguete o algo para colorear que lo haga sentir atendido (NO se recomienda el teléfono celular, la tablet o la computadora portátil, eso NO). Aun así hay que tener en cuenta que de todas formas podría buscar tu atención directa en algún momento, por lo que ya se explicó arriba.

También puedes, si es que es pertinente, intentar incluir al niño en la conversación. Si se hace bien, esto suele gustar mucho a los niños. Hay que hablar de cosas interesantes, cosas divertidas (no del colegio o de asuntos académicos, a menos que él saque el tema), por ejemplo de películas o de juegos o de cualquier cosa que sea interesante para todos los presentes.

Finalmente, si vas a incluir a tu hijo en la conversación, evita avergonzarlo exponiendo cosas íntimas de él o de su relación contigo o con la familia. Exponer los asuntos personales de tu hijo sin su previo consentimiento es tan desagradable para él como para cualquier otra persona, por algo es considerado una descortesía. Por eso, es mejor no avergonzarlo hablando de la chiquita que le gusta o de otras cosas que pueden parecerte graciosas, pero que seguramente a él no.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas. Páginas 27-29.

 

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¿Te mantengo porque te quiero?

Es conveniente que los papás evitemos decir a nuestros hijos que les pagamos el colegio, los paseos o salidas, las fiestas, su ropa o su alimentación porque los queremos.

Decir esto es muy común, y no es que se trate de un error, sino que podría generar sentimientos complejos o confusos en los hijos (Baltazar Ramos y Palacios Suárez, 2011; página 25).

Por ejemplo, dependiendo del contexto o de la situación, podría ayudar a que el hijo experimente sentimientos de culpa (Ídem). Si hay hermanos, podría llevarlos a medir cuánto gastan los papás en cada uno y, de acuerdo a sus cálculos, pueden asumir que se quiere más a uno o al otro (Ídem). Así, el “beneficiado” podría sentirse, nuevamente, culpable, o triunfante por sobre el otro, cuando no es así, ya que la diferencia en los gastos o inversiones pueden no tener nada que ver con eso sino con situaciones de otro orden, como por ejemplo alguna enfermedad crónica, la necesidad de algún tratamiento o que la carrera de uno se enseña mejor en una universidad pública y la del otro en una universidad privada. Mientras tanto, el otro hermano podría sentirse poco querido, despreciado, con rabia y/o generar resentimientos.

Otra razón a tomar en cuenta tiene que ver con que los chicos se pueden acostumbrar a medir el afecto con el dinero o lo material, lo que repercutiría en sus relaciones futuras, especialmente con lo relacionado a la sexualidad y a las relaciones de pareja, así como con lo relacionado a la crianza de sus hijos.

Por todo esto se recomienda dejar sin asociar la manutención de los hijos con el amor o afecto que se les tiene, como una manera de cuidar estos sentimientos de lo económico o material. En ese sentido, se considera mejor vincular lo económico con el tema de la responsabilidad.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas.

 

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La obesidad reduce la memoria y el aprendizaje

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La insulina es una hormona, producida por nuestro organismo, que tiene una función muy importante en el metabolismo de los nutrientes.

La insulina también incrementa la plasticidad de nuestro sistema nervioso, que determina su capacidad para modificar las conexiones entre las neuronas, lo que, a su vez, determina nuestra capacidad para aprender, para formar nuevas memorias, para recuperarnos de daños, para ser flexibles y para adaptarnos según más nos convenga a las distintas realidades que se nos presentan.

La obesidad y su relación con la insulina

Pues bien, se ha visto que, en los casos de obesidad, se forma la llamada “resistencia a la insulina”, lo que, entre otras muchas cosas, afecta la neuroplasticidad de la persona, estableciendo una limitación o incluso pudiendo generarle problemas cognitivos (Hallschmid et al., 2008).

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Evidencias experimentales

Ahora bien, esto no solo se ha visto en seres humanos. Se ha visto que animales de experimentación que habían sido alimentados con mucha grasa, presentaron una significativa reducción de la neuroplasticidad en el hipocampo. Esto permitiría afirmar que las dietas hipercalóricas (ricas en grasas) afectan los procesos de memoria, aprendizaje y otros procesos cognitivos, al reducir la neuroplasticidad (Valladolid-Acebes et al., 2011).

Recomendaciones

Hay que evitar abusar de las grasas en nuestra dieta y en la de nuestros hijos. La comida chatarra, los snacks y los dulces comunes (porque sí existen snacks y dulces inocuos, solo es cosa de saber buscarlos o aprender a hacerlos) no solo pueden dañar nuestros cuerpos, sino también limitarnos mental o psicológicamente, si es que abusamos de ellos (si los consumimos con regularidad).

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Si tú o tu hijo sufren de obesidad, debe combatirse, consultar con profesionales de salud capacitados (médico, nutricionista) y seguir las recomendaciones, lo que implica estar abierto y dispuesto a cambiar algunos hábitos.

Referencias

Hallschmid, M., Benedict, C., Schultes, B., Perras, B., Fehm, H., Kern, W., Born, J., (2008). Towards the therapeutic use of intranasal neuropeptide administration in metabolic and cognitive disorders. Regulatory Peptides. Volumen 149 (números 1-3). Páginas 79-83.

Valladolid-Acebes, I., Stucchi, P., Cano, V., Fernández-Alfonso, M.S., Merino, B., Gil-Ortega, M., Fole, A., Morales, L., Ruiz-Gayo, M., Del Olmo, N., (2011). High-fat diets impair spatial learning in the radial-arm maze in mice. Neurobiology of Learning and Memory. Volumen 95 (número 1), páginas 80-85.

 

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Los niños podrían saciarse con menos

133 diego fernandez

Algunas  veces los papás o cuidadores se quejan o consultan por el supuesto hecho de que el niño no quiere comer o no tiene apetito, lo que, a su vez, genera preocupación, malestar y puede llegar realmente a arruinar las horas de comida.

Al investigar un poco más, se encuentra con frecuencia que se está sirviendo a los niños platos que contienen la misma cantidad de comida que tienen los platos de los adultos. En esta circunstancia es completamente lógico que el niño no termine sus raciones. Aquí habría que tomar en cuenta que son niños, que son más pequeños, que tienen menos peso que nosotros y que sus aparatos digestivos pueden comprensiblemente tener menor capacidad.

Hecho simple, consecuencias complicadas

Una cosa tan simple como esta realmente puede desencadenar problemas serios. Si los papás o cuidadores reaccionan de determinadas maneras, los niños pueden acabar sufriendo mucho innecesariamente; por ejemplo, cuando se les obliga a comer todo, cuando se les castiga por no acabar el plato, o cuando se los deja sentados a la mesa hasta que se terminen todo.

Estas consecuencias de la supuesta falta de apetito pueden ocasionar problemas serios en la salud psicológica de estos niños. Pensemos que todo lo que tenga que ver con su alimentación se convierte en un martirio o, en todo caso, en algo desagradable. Y curiosamente todo resultó simplemente de un error humano sencillo, en donde no se tomó en cuenta que a los niños les podría entrar menos comida que a los adultos.

Referencia

Abu Sabbah, Sara (2016). Errores frecuentes. Contigo. Año 11 (122).

 

Diego Fernández Castillo
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Ya no te voy a querer

167 diego fernandez

Las psicólogas Ana María Baltazar y Celia Palacios (2011) nos recuerdan lo inconveniente que puede ser condicionar el cariño por los hijos.

Cuando los papás les decimos a nuestros hijos cosas como “si no haces tal cosa ya no te voy a querer”, o “ya no te quiero porque te has portado mal”, les estamos enseñando que el amor está condicionado a si el otro hace lo que queremos y también que el amor es tan inestable que realmente uno puede dejar de amar a alguien de un momento a otro.

Inseguridad y baja autoestima

Baltazar y Palacios precisan que esto puede generar inseguridad y puede afectar el desarrollo de la autoestima del niño. ¿Por qué? Porque le estamos diciendo que él es susceptible de ser amado solo si obedece, si complace a la otra persona o si da algo a cambio. Le estamos diciendo que él no es susceptible de ser amado por él mismo.

Yo aquí me imagino también la cólera que debe sentir el niño pequeño. Las personas que más ama (sus papás) le están diciendo que él mismo, independientemente de sus acciones, no vale nada. Pongámonos en su lugar. Si nuestra pareja o alguien a quien amamos mucho nos dijera esto, ¿no nos daría rabia? Además de la tristeza, yo me imagino también la cólera que podría sentirse. Por eso tal vez muchos niños parecen hacer justamente lo contrario de lo que se les dice, porque tal vez algo los está enfureciendo.

Recomendación

Baltazar y Palacios nos recuerdan también la recomendación básica frente a este tema. los niños necesitan saber que si se portan mal sus papás podrán enojarse con ellos, pero nunca dejarán de amarlos. Una cosa no quita la otra.

Si los niños tienen claro esto se sentirán más seguros con sus papás, tendrán más confianza para contar los sucesos y mentirán menos, ya que tendrán menos miedo, puesto que tendrán la certeza de que el amor de sus papás estará allí, pase lo que pase.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas. Páginas 24, 25.

 

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Los niños observan las acciones de sus papás

132 diego fernandez

En varias entradas en este blog he mencionado cuán importante son las acciones de los papás para sus hijos. La frase “los papás son el ejemplo” está tan manoseada que cuando la decimos puede no tener ningún efecto y caer en saco roto. Pero resulta que la frase es abrumadoramente real.

Ejemplo 1

Es decir, por ejemplo, ¡qué difícil debe ser para un niño entender que debe ser mesurado en el manejo de su teléfono celular, si sus propios papás se la pasan chateando todo el día y prefieren hacer eso que conversar o estar en silencio con la persona que tienen al lado!

Ejemplo 2

Otro ejemplo un poco más complejo: uno de los papás le saca la vuelta al otro constantemente y es evidente que no va a modificar su comportamiento. El otro papá, “la víctima”, puede decir: “¡qué mal ejemplo que le da a nuestros hijos!”, y tiene razón, sin embargo esos hijos también tienen el ejemplo de ese otro papá que se queda con la pareja infiel y que no hace nada para distanciarse, quedándose en ese rol de víctima. Esos chicos tienen no solo el ejemplo de cada uno de sus papás, sino tienen también un primer modelo de pareja sexual. Para ellos, así es (y probablemente así será) la vida de pareja. Cuando crezcan, lo harán con ese modelo en la cabeza, que será determinante para sus vidas futuras.

El niño observa, escucha, guarda en la memoria e imita

Aquí les voy a compartir algo que escribió Françoise Dolto sobre este asunto:

“El niño observa los gestos y los actos de los adultos. Escucha sus palabras. Guarda todos estos comportamientos en la memoria. Los imita cuando está solo (…). El niño ama a los adultos y teme desagradarlos. Desea conquistar su asentimiento, alcanzar su poder y su dominio de las cosas. Se ejercita imaginariamente en su propio dominio de las cosas y de las personas, solo y junto a ellos” (Dolto, 1998; página 33).

Aquí algunas de las últimas entradas en las que he mencionado cuán importante son las acciones de los papás en la crianza de los niños:

Obesidad infantil

Ante una infracción no se salte nunca el reglamento

Pautas para formar hijos moralmente sanos

Como hacer para que los hijos no pidan solo gaseosas o bebidas dulces para calmar su sed

Referencia

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica.