Si un adolescente no habla, no se expresa o lo hace de forma parca e imperfecta, no significa necesariamente que sea un displicente, un desidioso o un maleducado.
A los adolescentes les cuesta expresar en palabras el sufrimiento por el que pasan, sus angustias, sus nuevas preocupaciones y ansiedades. Les cuesta porque nunca pasaron por eso, porque es algo totalmente nuevo para ellos, ya que antes habían sido niños y tenían otro tipo de asuntos, propios de la niñez, con sus formas infantiles de expresarlos.
Los adolescentes se encuentran lidiando con fenómenos completamente nuevos para ellos, tanto internos (por ejemplo, los cambios hormonales, que generan cambios físicos y psicológicos, la emergencia del sexo o la angustia de definir quién es) como externos (por ejemplo, los fenómenos grupales o las exigencias de la comunidad conforme se van haciendo adultos) y muchas veces se encuentran desorientados, sin saber realmente qué pasa y sin saber qué palabras son las adecuadas para expresar lo que sienten.
El resultado es un discurso confuso, pocas palabras, silencios, fastidio, hastío y una apariencia excesivamente dubitativa, cosas que suelen irritarnos a los mayores, cuando en realidad ¡qué bueno sería que los ayudáramos a encontrar las palabras que les faltan!
Por ejemplo, se me ocurre: “¿no será que te sientes triste?” o “de pronto lo que sientes es que esa persona no te valora como tú quisieras que lo haga”. De repente nos encontramos con nuestro hijo o estudiante adolescente en la penosa situación de no encontrar la palabra adecuada:
– Me siento… no sé… ¡ay, no sé!
Los mayores incluso nos burlamos de este tipo de discurso, cuando en realidad no tiene mucho de gracioso. ¡Qué diferente sería que se le ayudara! Por ejemplo:
– ¿Decepcionado, tal vez?
Y entonces el adulto podría dar en el blanco y el adolescente diría “¡sí! ¡eso!”, o podría fallar e intentar de nuevo y ayudar al chico a encontrar la palabra, casi como si fuera un juego, o de repente preguntaría “¿y qué es “decepcionado”?” Y entonces se genera la oportunidad de explicarle y que aprenda algo nuevo de nosotros, como conversando.
Juan David Nasio (2010), médico y psicoanalista, llama a esto “soplarle al adolescente”. Al adolescente hay que “soplarle” las palabras que le faltan, eso sí, con cuidado, con tino, sin que él se dé mucha cuenta, sin ser demasiado evidentes, porque no se trata de hacerle sentir que es un tonto o que nosotros creemos que es un tonto.
Esto, ayudarle, soplarle, podría resultar más conveniente que quedarnos en la molestia, en la queja de su comportamiento o de su “actitud”, en la crítica o incluso en la burla de sus dificultades para comunicarse o expresarse, porque seguramente no lo hace a propósito, sino porque realmente le cuesta.
Referencia
Nasio, Juan David (2010). ¿Cómo actuar con un adolescente difícil? Consejos para padres y profesionales. Buenos Aires, Argentina: Paidós.
Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe