En la entrada anterior veíamos que muchas veces las personas que siguen un tratamiento psiquiátrico actúan de tal forma que acaban transformando dicho tratamiento en uno que no es el que indicó el médico. Enumeramos tres formas de hacer esto:
1) Variar las dosis según sus propios criterios.
2) Decidir qué medicamentos tomar y cuáles no, cuando se le han indicado dos o más productos.
3) Abandonar el tratamiento médico.
Ya desarrollamos las dos primeras. Ahora veremos la tercera:
3) Abandonar el tratamiento médico:
Aquí confluyen en el fondo todas las acciones que van en contra del tratamiento indicado: la persona se da de alta a sí misma unilateralmente, sin participación del profesional. Efectivamente, alguien puede abandonar su tratamiento o decidir que su hijo abandona el tratamiento por todos los motivos expuestos anteriormente, sea por motivos económicos, sea porque está harto de seguir consumiendo medicamentos, sea porque “no está de acuerdo” con el médico, sea porque cree que ya no lo necesita o porque le trae efectos adversos que ya no quiere experimentar, o por una amalgama de más de uno de ellos.
También está el clásico “no sigo con el tratamiento porque no me ha servido de nada… sigo igual de mal”. Muchas veces, esta acción y esta razón que la sustenta sobrevienen después de que el paciente ha hecho con el tratamiento cualquier cosa excepto lo que le indicó el psiquiatra, es decir, después de que el paciente estuvo disminuyendo o aumentando sus dosis o después de que se estuviera suprimiendo uno de los fármacos recetados. Otras muchas veces se llega a la determinación de abandonar el tratamiento acusándolo de inefectivo cuando el paciente lo ha llevado indisciplinadamente, saltándose tomas de forma seguida, no tomando las medicinas por días consecutivos, tomándolas a deshoras, no siguiendo el tratamiento los fines de semana por estar de fiesta o de salidas con los amigos, consumiendo sustancias que interactúan mal con el medicamento, etc.
Muchas veces también, cuando he escuchado esto de “ya no sigo porque no me sirve de nada” y he preguntado hace cuánto que no ve al médico, me he encontrado con la sorpresa de que el paciente no ha ido a sus controles con el médico hacía meses. Yo me pregunto, ¿cómo no va a ser inefectivo el tratamiento si la persona no lleva sus controles? En este caso, el paciente está llevando el tratamiento ajustado para un momento pasado, meses atrás, no ajustado para el momento actual. El tratamiento psiquiátrico, en muchísimas ocasiones es variable, susceptible de regularse y modificarse según el momento y las circunstancias. Si uno no va a sus controles, es probable que en algún momento su tratamiento se desfase.
¿Por qué no es aconsejable interrumpir de esta manera un tratamiento psiquiátrico? Razones podemos encontrar muchas. Veremos algunas de ellas:
– Porque no es por gusto que a uno se le hayan recetado medicamentos; es porque uno está padeciendo de algo. Al interrumpir el tratamiento médico se le da luz verde y continuidad al padecimiento, a menos que se tenga una alternativa de salud.
– Porque las medicinas recetadas son sustancias que generan cambios en nuestro organismo. Es posible que el organismo del paciente necesite un retiro gradual de la medicación, no un retiro abrupto, y el único capacitado para definir estas cuestiones es el mismo médico, nunca el paciente.
– Porque se corre el riesgo de retroceder en el posible avance en el control de los síntomas, pudiendo incluso empeorar la situación inicial con una recaída.
– En el tratamiento de adolescentes: los menores guardan la experiencia (negativa para su adultez) de que el tratamiento médico es inefectivo y que posiblemente les generó más molestias que beneficios. Una vez adultos, estos adolescentes recordarán malas experiencias de tratamientos de salud, cuando no tendría por qué ser así, por lo menos en este caso. Esto genera desconfianza hacia el médico y resistencia a buscar ayuda en temas de salud.
– En el tratamiento de niños: se somete a los niños a un comportamiento negligente por parte de sus padres. Puede que en ese momento el niño no lo entienda o no lo perciba, pero eso no quita el hecho de la negligencia contra sus propios hijos. Por otro lado, he visto casos en los que aquellos niños hechos jóvenes les preguntan a sus padres por qué es que no encontraron solución a su malestar en ese momento. Uno, como padre, ¿qué hace? ¿Le miente a su hijo o le dice la verdad acerca de su irresponsabilidad?
Conclusión
Como conclusión es necesario repetir las dos máximas que se propusieron en un principio, habiendo ya mencionado algunas de las razones que las pueden sustentar:
1) Hacer con los medicamentos y con el tratamiento exactamente lo que el médico ha recomendado; y enfatizando: exactamente, ni más ni menos. Esto contempla por supuesto los controles: si el médico dice que el paciente debe regresar en un mes a verlo, eso exactamente es lo que debe hacerse. Hay que apuntarlo en la agenda, poner un recordatorio en el teléfono o lo que sea necesario para no olvidarse.
2) Contarle al médico todo lo que tenga que ver con la medicación y con el estado de salud (física y mental) del paciente. Para ello uno tiene que sacar cita con el médico apenas vea que haya cualquier duda o hecho importante. Hay que recordar que el médico no llamará a su paciente; es el paciente quién debe comunicarse.
Hay que recordar, finalmente, que sólo siguiendo las recomendaciones podremos esperar obtener los resultados que deseamos. Si no hacemos lo que se recomienda no podremos confiar en que lograremos avance alguno.
Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe