En las siguientes dos entradas hablaremos acerca de un fenómeno bastante común entre los pacientes que están siguiendo un tratamiento psiquiátrico: el de recibir la receta y las indicaciones del médico, ir a su casa y de pronto hacer cambios en dicho tratamiento sin consultarle al profesional a cargo, de tal forma que no se hace lo que se recomendó sino que se hacen cosas diferentes esperando, un poco ingenuamente, los mismos resultados.
Lo que se debería hacer con el tratamiento psiquiátrico
Adelantando un poco la conclusión a la que quisiera llegar, cuando uno sigue tratamiento con un médico psiquiatra habría por lo menos dos máximas (se presupone que haya confianza en el profesional y que éste sea un médico adecuado):
Máxima 1: hacer con el tratamiento y los medicamentos recetados exactamente lo que el médico ha recomendado, ni más ni menos.
Máxima 2: contarle al médico todo lo que tenga que ver con la medicación y con el estado de salud (física y mental) del paciente. Para ello uno tiene que sacar cita con el médico apenas vea que haya algo qué conversar. Los médicos no suelen llamar a sus pacientes, uno tiene que buscarlos.
Lo que no se debería hacer con el tratamiento psiquiátrico
Sin embargo, pareciera que hay una suerte de tendencia cuando se trata de llevar tratamiento médico con un psiquiatra. Se tiende mucho a actuar y manejar los medicamentos al margen de la recomendación médica. Los pacientes o los papás de los pacientes (cuando se trata, por ejemplo, de menores de edad) parecen tender a:
1. Variar sus dosis según sus propios criterios.
2. Decidir qué medicamentos tomar y cuáles no, cuando se le han indicado dos o más productos.
3. Abandonar el tratamiento médico.
Las tres opciones suelen traer resultados muy negativos. Veamos ahora las dos primeras y la tercera en la siguiente publicación:
1. Variar sus dosis según sus propios criterios
Las personas pueden optar por esta acción cuando por ejemplo:
a) Se presentan efectos secundarios indeseables, como somnolencia, asco a la comida, euforia o sensación constante de cansancio:
Es probable que efectivamente disminuyan los efectos secundarios, haciendo sentir al paciente o a sus padres que tenían razón. Nada más equivocado. Ese paciente estará ahora en riesgo, por ejemplo, de ver agravados posteriormente sus síntomas o tal vez de no encontrar efectividad en
el tratamiento.
Lo que se debe hacer en este caso es sacar una cita con el médico e informarle acerca de la presencia e intensidad de los efectos indeseables. El médico es la única persona capacitada para utilizar esa información y recomendar acciones para aliviarlos.
b) Cuando el paciente o sus padres ven que hay mejoría aparece la tentación de retirar paulatinamente el medicamento, sin consultarlo con el médico:
La idea es más o menos la misma. Si se lleva a cabo una disminución paulatina o, peor aun, abrupta de los medicamentos o productos recetados sin hacer partícipe de esto al médico a cargo, se corre un riesgo muy grande de precipitar una finalización de tratamiento antes de tiempo, lo que a su vez podría traer un retroceso en lo avanzado o una “recaída”, con lo que los síntomas regresarían con más fuerza. Parte de lo lamentable de estos hechos es que la inversión de tiempo, de dinero y de disposición por parte del paciente y/o sus padres no habría alcanzado sus objetivos, quedando quizás la experiencia de aprendizaje, si acaso el paciente o sus padres son conscientes de su propia responsabilidad en el fracaso.
2. Decidir qué medicamentos tomar y cuáles no, cuando se le han indicado dos o más productos
Muchas veces, los médicos recetan más de un producto a un mismo paciente. Y muchas veces los pacientes o sus padres optan unilateralmente por decidir cuál de ellos toma y cuál no toma. Esto puede ser muy perjudicial, puesto que con ello se puede estar descompletando una estrategia de tratamiento que necesita del conjunto que el psiquiatra ha armado y que si se quita una o más partes, se vuelve ineficaz o incluso dañino para la persona. Esto se puede entender como una máquina a la que se le quitan piezas y se pretende que siga funcionando.
Las razones por las que las personas hacen esto con las indicaciones de su médico también incluyen las dos razones de la sección anterior (efectos secundarios indeseables, en este caso del medicamento rechazado, y/o mejoría del paciente). Pero también podemos hablar de otras razones, por ejemplo:
a) “No me gusta la idea de tomar tantas pastillas” o “no me gusta la idea de que mi hijo tome tantas pastillas”:
En este caso cabe preguntarse si uno está dispuesto a ponerse en manos de la ciencia médica o quizás prefiera otro tipo de intervenciones en salud que ofrezcan remplazar a la medicina científica. Si uno opta por la medicina científica debería seguir las indicaciones correctamente, pues con este tipo de acciones lo que puede lograr es el efecto contrario, es decir, que el tratamiento médico sea menos efectivo y que por tanto dependa más tiempo de las pastillas que la misma persona no desea utilizar.
b) “No estoy de acuerdo con parte del diagnóstico del doctor y, por tanto, no tomaré el medicamento o medicamentos para aquello que creo que no tengo”:
Por ejemplo, el psiquiatra ve que el paciente está muy temeroso e inseguro y que, además, está deprimido; pero el paciente no cree que él esté deprimido, así que no toma los antidepresivos. Lo mismo se puede dar con niños. En ese caso, son los papás los que no siguen lo que dice el médico.
Ya de por sí, es poco saludable mostrarse “en desacuerdo” con lo que dice el médico, por la sencilla razón de que uno no es médico y, por tanto, no sabe diagnosticar ni descartar un diagnóstico. Es como si el cliente le dijera a su contador, “no estoy de acuerdo con los impuestos que tengo que pagar, así que no los cancelaré”. La consecuencia obvia será una buena multa por parte de la SUNAT. En general no es saludable “estar en desacuerdo” con un profesional de una rama cuando uno no lo es.
Por otro lado, lo más probable es que lo que el médico entienda por “depresión” sea bastante diferente de lo que el paciente entiende por “depresión”. Por eso es mejor, en vez de “estar en desacuerdo”, escuchar la explicación del médico como quien aprende una palabra nueva.
c) “No tengo dinero para comprar tantas pastillas”:
Esta tal vez sea la única de estas tres razones que tenga cierta validez. El problema es que muchas veces los pacientes no le informan al médico esta realidad y se van de la farmacia simplemente con la idea de no cumplir con la totalidad del tratamiento, en vez de pensar “esto es muy costoso para mí, tengo que llamar al doctor para contarle”.
Aquí hay que acordarse de que el médico no es adivino; no tiene por qué saber que la persona no tiene los suficientes recursos económicos. Posiblemente el psiquiatra está recetando los medicamentos originales, que siempre son más caros que los genéricos, en ese caso, si el médico está de acuerdo, puede recetar los genéricos y bajar ese presupuesto tan elevado. A veces el médico conoce otras formas o lugares donde conseguir los medicamentos que ha recetado. Recuerdo, por ejemplo, que existía (no sé si aún hoy) una asociación de padres con niños con TDAH (Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad). Si mal no recuerdo, hacerse socio de ella traía el beneficio de acceder a precios especiales en las medicinas para TDAH. En su momento tuve información de que habían muchos papás que accedieron a estos beneficios hablándoles a sus médicos acerca de la dificultad económica.
Y posiblemente, si no hay otra salida, haya que variar la estrategia de tratamiento para bajar el costo. En fin, hay muchas posibilidades de solución, pero para acceder a esas posibilidades hay que contarle el problema al médico y no simplemente quedarse callado y seguir el tratamiento a medias, poniendo en riesgo la salud del paciente.
Continuará en la siguiente entrada…