Archivo por meses: mayo 2014

Una pareja y su bebé

 

Diego Fernández Castillo

No sin razón muchas personas suelen decir que la llegada de un bebé cambia por completo la vida de una pareja. La vida de aquellas dos personas, especialmente si la pareja se mantiene junta y se hace cargo de su hijo, ya no volverá a ser la misma. Este cambio tan radical, lógicamente, puede generar miedo. Uno de los temores que pueden aparecer en los papás tiene que ver con la posibilidad de que la relación de pareja deje de ser la misma, se deteriore o sufra una transformación no deseada. Este temor puede aparecer más fuerte mientras más placentera haya sido la etapa anterior a la paternidad.

Temores fundados

Lamentablemente, muchísimas veces este temor se hace realidad. El bebé mantiene ocupados a los papás, especialmente a la mamá, y uno de ellos o ambos pueden llegar a olvidarse la mayor parte del tiempo de que tienen una pareja y que con ella hay una relación que no se limita solamente a su rol de padres. Los papás pueden sentir celos de su propio bebé, que la vida cambió para mal, que la pareja se olvidó de uno.

Cuando esto se mantiene en el mediano o largo plazo, la relación entre la pareja puede verse afectada negativamente, y esto lógicamente afectará a la larga a la familia y al mismo niño más adelante. Por eso, es útil pensar la forma de salvaguardar la vida de pareja. Es verdad que ahora son tres, pero eso no quita que sigan siendo una pareja de a dos.

Seguir siendo una pareja

Para mantener viva la relación de pareja y preservar lo mejor posible lo placentero de la etapa anterior, pueden buscar una cantidad razonable de momentos en los que juntos hagan una pausa de su vida de padres y se dediquen a disfrutar de su vida de pareja.

Intenten establecer esos momentos como parte de su rutina semanal. Si se puede, tómense toda una tarde con parte de su noche del fin de semana, como lo hacían antes. Busquen el apoyo de familiares o personas de confianza para cuidar del bebé o del niño en esos momentos. Por ejemplo, a muchos abuelos les encanta estar con sus nietos (lo que no significa que se permita que ellos los críen). Esto ayudará también a que desde bebito, el niño sepa relacionarse con su entorno más cercano y no se limite siempre a su mamá. Además, el bebé vivirá la experiencia de que también puede apoyarse en otras personas que lo quieren, además de sus papás.

Durante la semana, después del trabajo o en algún momento libre, pueden ir a pasear o a tomar algo. Aquí no se trata de que se sienten en la mesa del comedor de la casa a escuchar música o a tomar un café. Lo más seguro es que la pareja sea interrumpida por el mismo hijo o que se la pasen hablando de las cosas que hay que hacer en la casa. De lo que se trata es que de vez en cuando se diviertan juntos, como lo hacían antes y como aún lo saben hacer.

Si no es posible apoyarse en nadie, ya que no hay familia de confianza y/o no hay recursos para contratar a alguien en esos momentos, pueden aprovechar los momentos en los que el bebé duerme para hacer algo juntos, aunque sea en la misma casa, si no hay más salida. Apenas el niño esté en edad para realizar actividades fuera (por ejemplo, el nido), pueden aprovechar esas horas para retomar sus momentos juntos y ver la forma de que se acomoden los horarios de trabajo a esta necesidad.

Traten de dejar todo listo para evitar interrupciones cuando salgan. Al comienzo será seguramente difícil mantenerse fuera de contacto con la casa, pero conforme se tome experiencia, habrá más confianza y seguridad en la responsabilidad de cada quien. De lo que se trata es de que los momentos juntos no sean perturbados, sin caer en la negligencia. Hay que hacer el acuerdo explícito con las personas que verán al bebé o al niño durante ese tiempo que si hay una situación que lo amerite ellos deberán comunicarse y no esperar a que sean los papás los que llamen. Esto permitirá que los papás puedan poco a poco olvidarse de estar llamando a la casa a cada momento para ver si todo anda bien.

Si hay deseos de pasarla juntos, pero cierto temor o inseguridad en uno o ambos papás, intenten salir sin alejarse mucho de la casa, de tal forma que si hay alguna emergencia, puedan acudir rápidamente. Más adelante, con más confianza y de repente con una situación más estable y segura, puedan alejarse un poco más o ir tranquilamente al teatro, al cine o a algún concierto, situaciones que implican una mayor desconexión y que despiertan también mayores temores.

Sentir que no se puede

Muchas situaciones pueden generar la sensación de que no se puede hacer nada de lo dicho arriba. Una de ellas es la inseguridad. El miedo excesivo, esa aprehensión de padres que lleva a la sobreprotección puede volverse uno de los peores enemigos para la relación de una pareja con niños pequeños. Si alguno de los papás no puede dejar de tener miedo o inseguridad, no puede dejar de pensar en cómo estará el bebé o niño, no puede confiar en nadie que cuide de su hijo, siente mucha culpa por no estar con él y no puede disfrutar de estos pequeños momentos con su pareja, sin una razón suficiente que justifique estos sentimientos negativos, es preciso tomar el hecho como un problema y ver la forma de resolverlo.

Si pasa el tiempo y la situación no cambia y genera desgaste en la relación de pareja, aunque sea indirectamente, sería muy provechoso consultar el asunto con un profesional. Si uno de los papás no quiere hacerlo, no hay que temer hacer una consulta solo, como papá o como mamá, ya que se trata de la salud emocional de la familia, de la pareja, de uno mismo y del propio bebé. Lo más seguro es que el papá o mamá excesivamente temeroso esté arrastrando problemáticas anteriores, muy posiblemente ligadas a su propia infancia.

Diego Fernández Castillo

¿A dónde apuntar?

Una relación de pareja viva, apasionada y placentera ayuda a que estén contentos como papás y cumplan con su rol más despejados y con menos tensiones, además de que sean unos papás que se proveen de placer mutuamente y que se relacionan bien entre ellos.

En cambio una relación de pareja ahogada en la rutina, en los deberes y responsabilidades, sin momentos de soledad e intimidad fuera de las horas de sueño (que además son interrumpidas constantemente por las necesidades del niño), caerá más fácilmente en el tedio, en el hartazgo, en el aburrimiento, en la monotonía y en el sedentarismo. ¿Cuántas veces se ve a mamás o a papás que, habiéndose olvidado de que tienen una pareja sexual, acaban subidos de peso y en fachas cómodas pero impresentables, como si no existiera alguien del sexo opuesto a quién atraer? Este tipo de situaciones más bien atrae tensión, fastidio, estrés, depresión, y los papás pueden acabar cumpliendo su rol de padres cargando afectos negativos, que evidentemente su hijo percibe, por más que se esfuerzen en ocultarlos.

Muchas veces, lamentablemente, he visto a niños diciéndome que por su culpa sus papás no están contentos entre ellos, otras tantas veces acompañado esto del clásico “mejor no hubiera nacido” o “¿para qué nací?”. Hay que evitar estos resultados, y ¿qué mejor forma que simplemente pasándola bien juntos?

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

Licencia Creative Commons
“Una pareja y su bebé” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

La felicidad escondida

Quiero transcribir parte de un artículo que publicó el psicoanalista Leopoldo Caravedo en el 2003. El artículo se llama “Paternidad: dejarlos ser – hacerlos seres”. La parte que aquí nos interesa tiene forma de cuento, y dice textualmente así:

“Poco antes de que la humanidad existiera, se reunieron varios duendes para hacer una travesura. Uno de ellos dijo:

– Debemos quitarles algo, pero ¿qué les quitamos?

Después de mucho pensar, otro dijo:

– ¡Ya sé! Vamos a quitarles la felicidad. Pero el problema va a ser dónde esconderla para que no la puedan encontrar.

Propuso el primero:

– Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo.

A lo que inmediatamente repuso otro:

– No, recuerda que tienen fuerza. Alguna vez alguien puede subir y encontrarla, y si la encuentra uno, ya todos sabrán dónde está.

Luego propuso otro:

– Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar.

Y otro contestó:

– No, recuerda que tienen curiosidad. Alguna vez alguien construirá algún aparato para poder bajar, y entonces la encontrará.

Uno más dijo:

– Escondámosla en un planeta lejano a la tierra.

Y le dijeron:

– No, recuerda que Dios les dio inteligencia, y un día alguien va a construir una nave en la que pueda viajar a otros planetas y la van a descubrir; y entonces todos tendrán la felicidad.

El último de ellos era un duende que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás. Analizó cada una de ellas, y entonces dijo:

– Creo saber dónde ponerla para que realmente nunca la encuentren.Todos voltearon asombrados y preguntaron a la vez:

– ¿Dónde?

El duende respondió:

– La esconderemos dentro de ellos mismos. Estarán tan ocupados buscándola fuera, que nunca la encontrarán.

Todos estuvieron de acuerdo, y desde entonces así ha sido: el hombre se pasa la vida buscando la felicidad, sin saber que la trae consigo”.

Ilustración: Lucía Fernández

La felicidad parece estar…

En realidad no hay mucho qué añadir. El cuento es clarísimo. Sólo creo que podría aportar con ejemplos. La felicidad muchas veces parece estar en el último modelo de teléfono móvil, en la maestría, en la consola de videojuegos, en sacarse la tinka, en la compra de la casa o del departamento, en el automóvil en el que se subirían todas las chicas, en el número de amigos en el Facebook, en el esperado ascenso laboral, en la ropa, en el encontrar pareja, en el viaje y en un largo etcétera.

La pregunta sería: ¿estará realmente en todas esas cosas? En mi trabajo veo personas que tienen mucho de lo que he mencionado y hasta más. También veo a personas que poseen pocas o ninguna de dichas cosas. Me pregunto por qué será que todos, los que tenemos y los que no tenemos, acusamos las mismas preocupaciones, las mismas problemáticas, las mismas tristezas y los mismos dolores. Es verdad que varían las intensidades y la gravedad de las situaciones, pero también es verdad, por lo menos en mi experiencia, que el que tiene no necesariamente sufre menos que el que no tiene.

Referencia

Caravedo, Leopoldo (2003). “Paternidad: dejarlos ser – hacerlos seres”. En: Los hijos de hoy. Lima, CPPL, 2003. Páginas 91 – 97.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

Licencia Creative Commons
“La felicidad escondida” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.