¿Cómo reacciona nuestro cerebro a la corrupción y por qué nos prepara para cometer delitos mayores?

Redacción
BBC Mundo

Piensa en los personajes más corruptos de tu país.
Pues esos nombres que tienes en mente comparten algo en común: su cerebro utilizó el mismo mecanismo para llevarlos a ocupar un lugar en tu lista.
Es más, tú también tienes aquel mecanismo, y lo activas cada vez que te ves tentado por un acto deshonesto.
Como una droga.

Científicos del University College de Londres comprobaron que la reacción emocional negativa que producen los actos deshonestos disminuye cuando cometemos nuevas pequeñas transgresiones.
En otras palabras, el cerebro se adapta para delinquir.

Según Nature, una de las publicaciones científicas más prestigiosas, los seres humanos tenemos mecanismos biológicos que intentan evitar los comportamientos deshonestos.

A esa sensación la llamamos popularmente tener conciencia o escrúpulos.
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Cuando mentimos o robamos la reacción natural de nuestro cerebro es producir un estímulo emocional que nos hace sentir incómodos.

Esos reflejos, que se pueden medir, son el fundamento sobre el que trabajan los detectores de mentiras.
Sin embargo, si tenemos comportamientos deshonestos una y otra vez, al igual que sucede con otros estímulos o incluso con ciertas drogas, la respuesta del cerebro ya no es la misma.
En resumen, el estudio demuestra que el cerebro deja de reaccionar ante actos deshonestos continuos.
De menos a más

Pero ningún corrupto empieza su carrera metiéndose fajos de dinero público en los bolsillos.
Especialistas de University College de Londres observaron que actos deshonestos menores o casi irrelevantes son los que llevan pronto a cometer delitos más graves.
80 voluntarios fueron puestos en situaciones en las que podían engañar para obtener beneficios personales a costa de otros.

Se les pidió individualmente calcular las monedas que había en un frasco de vidrio sin que otro participante pudiera verlo.
Luego tenía que decirle el monto para que ambos pudieran dividirse el dinero de forma equitativa.
A lo largo de las varias fases del experimento, las pequeñas deshonestidades de quien estaba a cargo de contar el dinero fueron creciendo de forma progresiva.
Sin escrúpulos

El experimento midió en paralelo la actividad cerebral de los participantes y registró que la reacción de un área conocida como amígdala, en el lóbulo temporal, fue intensa durante el primer engaño.
Con la sucesión de deshonestidades, la actividad en la zona encargada de producirnos un estímulo de incomodidad se debilitaba de manera gradual.

Y mientras mayores las transgresiones, menores las resistencias emocionales.
Para decirlo coloquialmente, el estudio probó de manera científica la frase “perder los escrúpulos”.
Pero eso no es todo, a través de la resonancia magnética los científicos lograron predecir los niveles de deshonestidad de los participantes de acuerdo a su actividad cerebral.
“Aunque sean pequeños, cometer actos deshonestos puede gatillar un proceso que lleva a graves actos de deshonestidad”, señalan las conclusiones.

No es difícil imaginar que aquellos personajes que asociamos a la corrupción comenzaron cayendo en situaciones de deshonestidad que parecían irrelevantes.
Y son esas pequeñas tentaciones a la que la mayoría ha debido enfrentarse alguna vez.

Fuente: BBC Mundo