07.04.2013 | Las nuevas masculinidades, un fenómeno que modifica los núcleos familiares y ya es objeto de estudio
Profesionales de una red argentina por la equidad lanzaron un programa anual en el que cuestionan ciertos patrones. Impulsan una “formación integral de facilitadores en Derechos Humanos, perspectiva de género y ciclos vitales”.
En los últimos años cada vez más hombres, de modo individual o a través de organizaciones sociales, se interesan por los temas de género, y asumen el trabajo contra la violencia como una bandera propia. En paralelo, el tema de las masculinidades va incorporándose lentamente en la agenda del feminismo como un modo de abordar integralmente las relaciones entre géneros. En este marco, la Red Argentina de Masculinidades por la equidad, que integra la campaña Día Naranja/UNETE de Naciones Unidas, junto al Instituto de Género Josep Vicent Masques, lanzó el primer curso integral anual sobre masculinidades con enfoque de género, del que participan estudiantes, profesionales, trabajadores públicos y privados, dirigentes sindicales y activistas barriales de distintas provincias y de Uruguay. Cuatro integrantes del cuerpo docente, Dolores Breit, Victoria Pedrido, Hugo Huberman, y Rodrigo Aguilar López Oscar Duque, conversaron con Tiempo Argentino sobre algunos de los temas del curso: pago por sexo, atención de hombres agresores y sexualidad masculina, a la que definen como “genital, penetrante y peneana”. “El Estado no puede afrontar solo esta batalla cultural. Tenemos que sentarnos todos los que estamos convencidos de que no queremos una víctima más”, explicó el director, Hugo Huberman, Psicólogo Social y capacitador de PNUD Argentina y ONU Mujeres Argentina.
–¿Por qué un curso anual sobre masculinidades?
VP: –Integrar la masculinidad al debate es fundamental porque de lo contrario se sigue alimentando una mirada de género que se reduce al reclamo de las mujeres. En algún momento fue importante, pero hoy debe concebirse desde una forma más amplia, desde una mirada relacional. No se puede pensar en políticas para erradicar violencia, para aplicar la educación sexual integral, si no pensamos los patrones de masculinidad hegemónica y cómo afectan a la sociedad en su conjunto.
RA: –Los hombres tenemos un llamado a criticar el modo en el que fuimos educados y lo que todavía reproducimos. Este curso es una forma de atender ese llamado, de desestructurar los estereotipos y pensar formas diferentes de relacionarnos con mujeres y hombres.
HH: –El curso surge después de observar que en el país contábamos con un campo académico desarrollado sobre masculinidades, pero no sucedía lo mismo a nivel territorial y de las organizaciones. Creemos que nuestro trabajo es más territorial, comunitario y menos académico. Buscamos formar facilitadores en todas las provincias para que vayan incidiendo en las estructuras locales y los gobiernos puedan tener gente formada en una visión integral en masculinidades.
–¿Qué ventaja tiene el trabajo territorial en este tema?
VP: Incidir y sensibilizar de un modo directo para poder avanzar en un cambio. No quiere decir que uno no se inspire en el campo académico, pero llevar al territorio tiene una resignificación. Pasa lo mismo desde la legislación, no siempre responde tal cuál a esas cosas que han sido diseñadas. No siempre esa legislación por más buena letra que tenga, se implementa tal cual.
RA: –Igual compartimos la idea de que hay que cuidar los procesos, y afianzar bien la academia porque siempre surgen contraargumentos que quieren desprestigiar el trabajo que se viene haciendo. El trabajo es lento para consolidar algo más fuerte.
–¿De dónde vienen estas resistencias?
RA: –De los hombres que no quieren cuestionar sus privilegios. Muchos no están dispuestos a hacer una crítica y a renunciar a su posición.
HH: –De quienes les cuesta aceptar que tener un ropaje masculino implica jerarquías culturales, sociales y políticas.
–¿La resistencia viene también de las mujeres?
HH: –Del movimiento de mujeres organizado como tal no. Sí hay grupos que siguen planteando el género desde lo femenino y está bien. Cada organización debe tener su proceso. Hoy el tema también tiene mucha incidencia en el ámbito del Estado, y en las agencias internacionales.
–¿En qué consiste el trabajo con agresores?
RA: –La cuestión de la violencia es algo que aprendimos en nuestra crianza y por eso, podemos desprendernos. Podemos crear estrategias y nuevas herramientas para enfrentarla. Si estamos en un proceso de deconstrucción de ese aprendizaje, ya sabemos cuáles son nuestros límites y tenemos una reflexión previa sobre cómo es la manera en que expreso la violencia. Ese trabajo apunta más al cuerpo y la emoción antes que a la razón.
–Pero hay quienes no confían en que sea posible trabajar con hombres golpeadores
RA: –La violencia que se busca detener de forma inmediata es la física. La que siempre se va rezagando es la psicológica, porque es casi invisible. Está en el discurso, en el volumen de entonación, en los gestos, cuesta identificarla. Hay una diferencia entre agresión y violencia, que tiene que ver con controlar a otra persona desde esta idea de superioridad.
HH: –Para mí es importante que se desconfíe porque lleva a plantear tratamientos con agresores, que sean temporalmente válidos, evaluados con experiencias concretas y en su reincidencia. Está pasando algo en el país: los gobiernos locales nos piden a gritos tratamiento a agresores. Lo están viendo como un producto político, una respuesta política, pero es absolutamente inválido: la respuesta política es atender a todas las víctimas. No sé quién vendió el bolazo de que los tratamientos con agresores son cortos, viables, y económicamente baratos. Las tres cosas son erradas. Se convierten en confiables con el tiempo. Hemos avanzado mucho en los últimos años, pero todavía no hay una apropiación cultural y cognitiva de la idea de que una vida sin violencia es un derecho de todos y todas.
–¿No pueden ser trabajos que vayan en paralelo?
HH: –Cuando separás prevención de atención, sí. Pero con la plata que vas a gastar en atención a agresores, es mejor hacer una campaña de prevención.
–¿El trabajo con agresores no es preventivo?
HH: –Sí, como un segundo paso. No uno esencial. Hay matices más amplios en cuanto a impacto. Primero tenemos que partir de una prevención amplia y de incluir a todos los sectores sociales.
–¿Cuál es la capacidad de atención y prevención del Estado?
HH: –Creo que se está intentando, pero que todavía no alcanzamos los resultados necesarios. Es fundamental saber de cuántas víctimas estamos hablando. Los casos que conocemos son mínimos. Hay que empezar a entender que tener datos desagregados es generar una mirada equitativa.
VP: –No se puede negar la iniciativa. Y no es poca. Pienso en el poder judicial y en todos los dispositivos que se pusieron en marcha. Pero son estructuras donde hay cuestiones jerárquicas y de género muy tradicionales todavía. Son procesos largos que van hacia fuera y hacia adentro.
HH: –Creo que no es sólo una práctica del Estado, sino de la comunidad en su conjunto. El Estado solo no puede. No le demandemos al Estado algo que no puede solo. La comunidad tendrá que potenciar a los actores que le dicen no a la violencia hacia mujeres y niños. Tenemos que sentarnos todos los que estamos convencidos de que no queremos una víctima más.
–¿De qué modo se transformó la paternidad en el último tiempo?
HH: –Creo que hay algunos cambios estéticos. “¿En qué te ayudo?”, “Decime algo que pueda hacer.” Lo doméstico es algo que a los hombres todavía nos cuesta mucho. Separar lo productivo de lo reproductivo es algo que debe ser revisado. Yo puedo ser un hombre productivo pero puedo tener un espacio para mis hijos donde cierro Internet, apago el teléfono. El tema de la paternidad es vivido como si fuera Papa Noel: los juegos, las salidas y el fútbol. Y estamos tratando de que los hombres nos sensibilicemos para que estemos también en las guardias hospitalarias, en el momento que está con fiebre. Creemos en las crianzas compartidas y las cocreaciones. Nosotros hablamos de que paternar y maternar son verbos activos y no hace falta pertenecer a un género para ejercerlos. Creemos que tenemos que construir una ética del cuidado, que implica el conocimiento profundo del otro, desde las demandas, desde un lugar de escucha. Pero estamos a años luz. Mi impresión es negativa.
RA: –La cuestión es ver la crianza de los chicos como un tema de convivencia. Se requiere el contacto de uno y otra para fomentar un desarrollo óptimo. Criticar el involucramiento del papá implica que él descubra qué significa ser padre o tener hijos o hijas. Dejar de lado la idea de que es el único que va a proveer económicamente, su lugar de autoridad, al que se le atribuye la razón, el que no expresa las emociones.
HH: –Y por otro lado es necesario revisar la sobrecarga histórica de lo femenino sobre el cuidado y la maternidad. Y trabajar la autoridad materna, que está desgastada.
–¿Qué se puede hacer en términos de políticas públicas?
HH: –En un principio, la extensión de licencias. Pero no se puede largarlas en el vacío, sino con un trabajo cultural. En España las implementaron y la mujer tenía tres problemas: el bebe, su cuerpo, y el borracho de la esquina. Entender que la licencia es para estar con tus hijos y reconocerlos en esta diferencia del trato con la madre. Está claro que ella es la que le da de comer nueve meses y que hay cosas que los hombres, aunque seamos muy sensibles, no entendemos hasta que no los tenemos abrazados. «
El poder que da pagar por sexo
Uno de los temas de actualidad es el pago por sexo y las propuestas de penalización. “Se habla de un perfil del prostituyente –dice Hugo Huberman–, pero hay un montón de hombres que no podrían entrar en un perfil. Los hombres sabemos muy poco de nuestra sexualidad y hemos sido educados en una sexualidad genital, penetrante y peneana. Cuando hay educación sexual a los hombres se los corre porque se les dice que ya saben todo. Tenemos que revisar la sexualidad masculina para poder hablar del pago por sexo. Está bien que cierren las whiskerías, pero, ¿qué hacemos con la demanda? Cuando le preguntas a un joven, rápidamente aparece el tema del dinero. Y el dinero es poder. Estoy comprando como en una góndola, pero un cuerpo ajeno.”
–¿Están de acuerdo con la penalización del cliente?
HH: –No creo que modifique mucho la realidad hasta que no trabajemos con los hombres. Yo estoy seguro que van a pagar contentos la pena. Porque son dos veces poder. El momento sobre la mujer y el pagar porque tengo plata poder. Eso es muy masculino. Puede ser una política activa, pero debemos abordar el no pago por sexo como elección de vida, de respeto. Si yo no me respeto, no puedo respetar a otros. Cuando los pibes hablan de ponerla se desprestigian a ellos y a donde la ponen. Implica no pensar sólo en la penetración, un contacto amoroso que no termine en la genitalidad y no esté centrado en el orgasmo. La sexualidad es algo rico y variable. Negar la búsqueda de entendimiento, diálogo, ternura.”
Una sexualidad oficial
Con la sanción del matrimonio igualitario y la ley de identidad de género, la diversidad sexual adquirió un protagonismo impensable años atrás. Sin embargo, los profesionales entienden que falta pensar la diversidad y la sexualidad desde puntos de vista más amplios y advierten que, para el sentido común, sigue habiendo “una sexualidad oficial y otras”. “Debemos lograr que la igualdad no sea una meta, sino un punto de partida. Las sexualidades son múltiples en todos los sentidos y no tiene que ver sólo con el coito, sino con un intercambio de placeres y de percibir al otro y a uno mismo. Todavía nos quedan desafíos en los que es, por ejemplo, en acceso a la salud. Si un efecto de salud piensa las relaciones sexuales sólo en términos de coito, se vuelve muy difícil abordar al otro”, advierte Victoria Pedrido.
Informes
Para cursar
Se puede consultar por mail al correo: institutodegenerojvm@gmail.com