Recibo de la Asociación de Mujeres de Guatemala AMG la triste historia de Mindy Rodas de 21 años, a la que su marido, Esteban López, mutiló el rostro cercenándole los labios, la nariz, la barbilla y parte de la frente para que nunca fuese identificada y se la enterrase simplemente como XX.
Pero Mindy no murió, y cuando recuperó la conciencia, estaba desnuda en la orilla del río al que había sido arrojada. Se miró en la superficie del agua y descubrió su rostro desfigurado y cubierto de sangre y, según confesó más tarde, pensó: “En ese momento, deseé que también me hubiera matado, pero el recuerdo de mi hijo me dio fuerzas para salir adelante”.
Mujeres guatemaltecas con velas durante una vigilia. | AP
Las amenazas para que no se descubriera al autor de esta barbarie fueron constantes. Desde las del abogado del asesino, pasando por los de su familia y acabando por extraños, dominados por el machismo reinante.
Al salir del hospital Mindy fue trasladada a México para su recuperación. Allí, tras diversas intervenciones quirúrgicas, tuvo una fuerte depresión porque no le concedieron volver a Guatemala con su hijo.
Deprimida y mutilada se enfrentó a una vida cotidiana difícil. Comer y beber eran grandes torturas, apenas podía dormir por sus dificultades respiratorias graves. Al mismo tiempo su proceso de recuperación se fue ralentizando, hasta quedar detenido.
Intentó suicidarse cuando supo que el juez había considerado que sus lesiones eran “leves”, lo que permitió a su ex marido obtener la libertad bajo fianza.
Dos años después, en 2011, tras una desaparición de tres semanas su cuerpo fue encontrado a más de doscientos kilómetros del lugar donde vivía. Según el informe forense murió torturada y estrangulada y aunque su familia logró identificarla a través de fotografías en la morgue de la capital guatemalteca, fue enterrada, sin identidad, sin nombre, sólo como XX.
La infancia de Mindy Rodas fue una sucesión de humillaciones. Ella misma recordaba con amargura que la primera vez que se sintió sin identidad fue cuando se enteró de que por presiones de su padrastro su madre biológica la había abandonado, dejándola con una vecina. “No sabía si Mindy era mi nombre, ni cuáles hubieran sido mis apellidos de verdad”, dijo. Y siguió siendo maltratada tras el intento de asesinato. Nunca pudo volver a ver a su hijo, la llevaron a una casa de acogida y fue víctima constante de la mirada sensacionalista de ciertos medios que llenaron de morbo su tragedia, siempre ajena a la verdad.
De hecho fue víctima de muchos verdugos: su padre biológico que nunca la reconoció; su padrastro que forzó la separación de su madre biológica; sus hermanastros que la separaban de su madre adoptiva; el abogado de su torturador; los machistas que la amenazaban constantemente; el juez que minimizó la gravedad de los delitos perpetrados en su cuerpo; las organizaciones que pudieron apoyarla y no lo hicieron; los autores materiales de su tortura y asesinato; el hombre que decía amarla y el aparato de Justicia que tiene con ella una cuenta pendiente.
Fuente: elmundo.es