Marina Lemle 16/12/2008 – 03:01.

ENTREVISTA / Gary Barker

Gary BarkerA lo largo de diez años de trabajo con gobiernos y ONGs, el sicólogo Gary Barker ha conocido jóvenes de comunidades con baja renta en Brasil, el Caribe, zonas de África subsahariana y Estados Unidos. En todos los lugares, a pesar de los contextos completamente diferentes, percibió la misma constante: para adecuarse al patrón de “verdadero hombre”, los jóvenes arriesgan sus vidas y muchas veces la pierden.

En esos lugares, las tasas de mortalidad de hombres jóvenes son mucho mayores que las de mujeres y hombres de edad avanzada, superando hasta las estadísticas de países en guerra civil declarada. Las principales causas de esas muertes son la violencia, los accidentes de tránsito y el Sida.

Pero no son historias de violencia y desespero las que Gary Barker cuenta en su libro Hombres en la línea de fuego. Al contrario, él revela historias de jóvenes que conoció en Brasil, Jamaica, Nigeria, África del Sur y Estados Unidos, que esquivaron los modelos de masculinidad violenta y descubrieron caminos de no-violencia, conquistando un papel en la sociedad y el respeto en sus comunidades.

Doctorado en sicología del desarrollo infantil y juvenil por Loyola University (Chicago, EUA), Barker agrega el componente de género a la discusión sobre violencia, delincuencia, exclusión social y salud de los jóvenes.

En esta entrevista con Comunidad Segura, cuenta historias de paz y esperanza. “Son historias de un optimismo fundamentado”, dice el autor, que es director-ejecutivo del Instituto Promundo, ONG de Rio de Janeiro que promueve la equidad de género y la prevención de la violencia contra niños, jóvenes y mujeres.

En Hombre en la línea de fuego, usted alerta sobre el hecho de que en sociedades dominadas por la violencia, los jóvenes arriesgan sus vidas para ser reconocidos como “verdaderos hombres”. ¿Qué patrones de masculinidad son esos?

Capa do livro Homens na Linha de FogoEse modelo de masculinidad viene de la sociedad de una forma general, no es sólo de las periferias o de las favelas. Está en las películas, los deportes, las peleas, la escuela y en casa, donde quien aporta dinero domina al otro. Este modelo se ve más exagerado en algunas favelas y periferias porque faltan otras identidades.

Un hombre de clase media tiene otras opciones –puede ser trabajador, buen alumno, buen deportista. Hay otros espacios para ser reconocido como hombre. En la periferia, la falta de empleo niega ese reconocimiento de ser proveedor, que es una cosa básica para ser reconocido como hombre en casi todo el mundo. Entonces aumenta la posibilidad de que el joven quiera sr del “comando”, agarrar un arma, usar la fuerza física y poder generar miedo en el otro.

¿Cómo se construye ese modelo?

Existe desde la infancia, por lo que se ve en casa, en las películas, la televisión, las disputas fuera de casa y en los espacios en los que los chicos pasan su tiempo. Las chicas, que se quedan en la casa con la mamá, cuidando los hermanos, son más dóciles. Los niños ya salen de casa a los ocho o nueve años.

Hay poco espacio dentro de la casa, entonces buscan fuera. En la escuela tampoco hay espacio. Esperan que el niño se quede sentado, tranquilo. La energía, digamos más masculina, más física, no es aceptada en la escuela. Además de eso, están las imágenes de los medios y de los libros infantiles que retratan la dominación de lo masculino.

En el libro usted se refiere a jóvenes de comunidades urbanas de baja renta que encontraron maneras de mantenerse apartados de la violencia. ¿Cuáles son las principales alternativas?

Muchos relatos enfocan a los jóvenes en la violencia. Yo busqué justamente las historias de aquellos que siguen caminos de no-violencia. Un buen músico o un creyente tienen su espacio que es respetado por los comandos armados. La iglesia es un espacio respetado por traficantes y portadores de armas no sólo aquí, sino en las periferias de Chicago, en Estados Unidos, y en ciudades de Nigeria.

Otras alternativas son ser buen deportista, la música o la danza, ser buen alumno o conseguir un empleo -mejor aún si fiera estable y requiere uso de un uniforme. Son símbolos respetados por la sociedad y por las pandillas e identidades que todos asumen: la camiseta del equipo de futbol, el uniforme de trabajo, el traje del creyente, la ropa del músico. “Yo soy alguien”. Él ocupa otro espacio y no es visto como un enemigo de otra facción.

¿Qué cambia en las relaciones y en el comportamiento de los jóvenes en la no-violencia?

En África del Sur, donde de 25 a 30% de los adultos son portadores de HIV y las tasas de violencia contra mujeres son las más altas del mundo, existe una cultura muy fuerte de que los hombres no se hacen la prueba del Sida porque no pueden ser débiles.

Pero hay historias de jóvenes que se hacen la prueba y asumen públicamente que son seropositivos, buscan tratamiento y participan de la vida familiar; incluso, se tornan promotores de ideas en sus comunidades. Defienden que los hombres no usen la violencia contra la mujer y que busquen los servicios de salud.

¿Cuáles son los detonantes para que ellos sigan otros rumbos?

En un cierto punto ellos dicen “basta, ¿qué puedo hacer diferente?” Y no es sólo la iluminación de un cierto individuo sino de un individuo que un día encontró un espacio en la clínica donde conoció hombres en su misma situación y dispuestos a ser promotores. Esa sensación de ser parte de un grupo y de solidaridad también ocurre en pandillas o comandos.

Encontrar un espacio para elaborar otra visión, sea un grupo de amigos o un grupo organizado, una ONG, es casi siempre la clave para hallar otro modelo de masculinidad en combinación con una reflexión individual por la cual perciben que la violencia puede servir a corto plazo para resolver algunos conflictos, pero que a largo plazo trae perjuicios ya vividos. Entonces, deciden que no quieren seguir ese camino.

¿Puede dar otros ejemplos?

En Nigeria encontré un grupo de mediación liderado por un sacerdote musulmán y un pastor de la iglesia evangélica. Ambos habían participado en confrontaciones entre grupos cristianos y musulmanes a partir del año 2000 y vieron mucha violencia. Muchos jóvenes de ese grupo habían participado en actos violentos.

Lo que los traía al camino de la no-violencia era la voluntad de no decepcionar a su familia o a alguien de su entorno. Muchos habían visto víctimas en su propia familia o en su círculo más cercano. Ellos tienen algún tipo de remordimiento, miedo o tristeza por haber testimoniado esa violencia y perciben que la idea de “ojo por ojo” sólo va a dejar a todo el mundo ciego.

¿Qué es preciso para que más hombres puedan construir historias de no-violencia?

Es necesario que tengan contacto con un mundo fuera de los contextos violentos en que viven para que tengan la oportunidad de llegar a una identidad, una cualificación. Requieren acceso a instituciones, lo que muchas veces les es negado, necesitan encontrar un espacio en la escuela.

Sabemos que después de los 14 años, la exclusión escolar es enorme, más para los hombres que para las mujeres jóvenes. Eso es una constante en las áreas urbanas de Jamaica, Brasil África del Sur y Estados Unidos. Es necesario que alguna institución respetada por la sociedad tenga espacio para ellos.

En las favelas de Brasil, las iglesias ocupan ese espacio porque reciben bien a los jóvenes no importa cómo lleguen vestidos. Las iglesias tienen redes de contactos y consiguen empleos para ellos, les prestan ropa de oficina para presentarse a las entrevistas. En la iglesia hay música, encuentro, comida. Hay espacio para ellos.

¿Y las ONGs?

La cuestión de los proyectos sociales es que entran mucho en la cultura de la beca. Cursitos de tres o cuatro meses que ayudan, pero no son una constante. Hay recursos para uno o dos años, pero hay una dificultad de mantener actividades constantes en las comunidades a causa de los ciclos de financiamiento.

Usted encontró muchas semejanzas en la violencia en diversos países, ¿cuáles son las principales diferencias?

Hay países con mucho menos desigualdad que Brasil y que viven en constante guerra. Aquí hay muchos caminos de socialización. La situación en las favelas es terrible, pero se encuentran lazos de afecto en espacios culturales de música, fútbol, samba y hasta en la mayor apertura sexual, que ayuda a soportar la desigualdad de una forma diferente que en las favelas de África del Sur, por ejemplo.

La rabia racial que se siente en Johannesburgo o Chicago es muy diferente a la rabia que se siente conversando con un grupo de jóvenes en Brasil. En África del Sur, el régimen racista del Apartheid duró hasta 1994. Y en Chicago, los jóvenes tenían rabia con el tal sueño americano que les fue vendido y según el cual, cualquiera que hiciera un pequeño esfuerzo podría tener carro, casa, dos hijos y una vida confortable. Ellos tienen rabia del otro por ser blanco, pues el otro, el blanco, es parte de la exclusión social de él.

A partir de su investigación ¿qué se necesita en términos de políticas públicas?

Algunas son obvias. La cuestión es implementarlas con calidad y consistencia. Una escuela pública decente, que entienda las dificultades de chicos y chicas en un contexto de violencia; la cultura local –la microcultura- y cómo la cuestión de género pasa por eso; acceso a empleos; servicios de salud que entiendan que los hombres jóvenes también necesitan no sólo servicios preventivos sino también salud mental, y que comprendan el impacto del contexto de la violencia en que viven y tengan en cuenta las cuestiones de género y masculinidad.

Y además de las políticas públicas, la sociedad y los medios de comunicación deben promover una cultura masculina con una ética del cuidado y no una ética competitiva en que el más fuerte domina.

¿Cuál es el objetivo del libro y a quién está dirigido?

Espero que contribuya a cambiar los discursos de masculinidad y género. Intenté escribir en un tono accesible y no denso ni académico para que fuese agradable de leer. Conté historia personales y reflexiones que van más allá de lo conceptual.

El libro está destinado a quien trabaja en la línea del frente, en trabajo social, sea con el Estado o con las ONGs y para un público general que quiera escuchar algunas historias de paz y esperanza, cuando tantas historias son de violencia y desespero. Las historias no son azucaradas, pero son de un optimismo con fundamento, eso espero.

Fuente: http://www.comunidadesegura.org/

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