Y tambien lloramos

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Veníamos comentando entre amigos, compañeros de grupos terapéuticos, conocidos, sentimientos que, al sacarlos para afuera, terminaban siendo compartidos. ¿A vos también te pasa? Y esa suerte de sentimientos secretos, clandestinos, se fue transformando en necesidad común de crear un espacio donde “desclandestinizar” nuestras vivencias. Así surgió la convocatoria. Tal vez menos concurrida que lo que prometía por su resonancia previa. Pero nos encontramos; psicólogos de distintas vertientes, filósofos, licenciados en administración, fotógrafos, hombres al fin. Sorprendidos de estar sólo hombres charlando de nuestras cosas, sin padre que “paternizara” el encuentro.

-Cuando te separás las mujeres se quedan con los hijos y con la vivienda. En dos matrimonios perdí dos departamentos, por los pibes… ¿viste? No los podés sacar de su lugar y entonces por ellos…”

-Y además tenés que pasarles guita ¿no?

-Mi mujer está embarazada y yo estoy bancando absolutamente todo; por ahora lo hago con gusto pero si esto se eternizara… Me agobia pensar en la posibilidad, ser el único sostén económico de mi familia.

Hombres desamparados, parias, abandonados, débiles, sobre exigidos, solos, con miedo, dejando caída la máscara del súper macho que podía “omnibancar.”

Nuestro compañero “embarazado” comienza una de nuestras reuniones semanales comentando su angustia porque se acercaba el momento de parir. Las contracciones se regularizaban cada vez más, las demandas de su mujer aumentaban, los grupos de psicoprofilaxis obstétricos se orientaban alrededor de lo que les pasaba a las mujeres y ningún hombre decía nada de sus miedos.

“Y sin embargo yo me cago en las patas y tengo que bancar lo que venga, sostener, y a mi quien me sostiene?”

Yo comento mis vivencias de padre parturiento, mis soledades, sostener a una mujer que se aferra a uno como a una rama que le evita caer en un precipicio, y que entonces araña, lastima, muerde, desgarra y uno sostiene y sin embargo la demanda no cesa. Quizás sostenemos también el mito del hombre-héroe que no se cansa de sostener, que no necesita nada para sí. Capaz de proveer económicamente, de contener a su esposa y ocuparse de la casa.
Nuestro compañero parturiento nos dice que ahora podrá incluirse en la situación de otra manera, desde otro lugar de hombre que también es débil, que también tiene miedos, y que otros hombres sientan lo mismo y le “permitan” ser hombre. Lo legitimamos como hombre, con miedos, con angustias, con abandonos, con lágrimas. Lágrimas que reaparecieron en nuestra otra reunión, cuando él vino con su beba, que también nosotros habíamos “parido.”

Nuestras reuniones continuaron en el andarivel de la queja acerca de lo que las mujeres provocaban de violento en nosotros.

-“Debo reconocer que en una oportunidad la empujé”.

-“Yo también le pegué un bife una vez.”

Hombres culpabilizados por lo que otros hombres hicieron. Sin respuesta, inermes ante situaciones de violencia, planteadas en la pareja.

El descubrimiento consecuente de que las mujeres también ejercen violencia, tal vez más sutil, más encubierta, psíquica. La de la presión de la amenaza, la exigencia sin límites, el ” apatronarse” de los hijos y de la casa, culpabilizar al otro, desde el rol de víctima.

No hay dónde mirarse, nuestros padres se esfumaron, se sometieron, se perdieron, cedieron el manejo de la casa y de los hijos a cambio del aprovisionamiento económico. Hombres impotentizados por el aislamiento afectivo, sin saber cómo sostener su agresión sin sentirla como prohibida. Si sale para afuera daña, aniquila, destruye… y entonces tragarnos y tragamos. Si no, nos convertirnos en Monzones: hombres golpeadores de mujeres golpeadas.

Todos vivenciamos la necesidad de ir forjando una identidad de hombres, inexistente todavía, donde puedan coincidir sensibilidad, agresión, debilidad, impotencia.
Desvergoncémonos, salgamos de la catacumba y no esperemos la aprobación de nadie.

Somos hombres, aprendiendo a serlo…

Arnoldo, Abril 1990
Fuente: http://www.varones.com.ar/ytambienlloramos.php

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