ENTREVISTA: CRISTOVAM BUARQUE Ex ministro de Educación de Brasil y senador
Si algo apasiona al ex ministro de Educación brasileño y actual senador Cristovam Buarque (Recife, 1944) es buscar respuestas. Un descanso durante su estancia en Madrid ha servido para una fugaz visita a una librería, donde ha adquirido tres libros de autores muy distintos (el austriaco Stefan Zweig, el libanés Amin Maalouf y el español Fernando Díez Martín), pero con un tema en común. Los tres títulos buscan porqués y no extraña que su libro Un nuevo mundo feliz: diccionario personal de los horrores y las esperanzas del mundo globalizado (Taurus, 2010) busque precisamente las modificaciones que la modernidad ha dejado en las palabras. “Hay nuevas palabras, o las mismas pero con otros usos. Para tener las soluciones, hay que entender a qué nos enfrentamos”.
“La globalización ha causado una brecha entre ricos y pobres que supera la desigualdad, y exige otras interpretaciones”, afirma. Ingeniero, economista y ex rector de la Universidad de Brasilia, no olvida que ha sido un profesor. A cada pregunta, pide papeles y dibuja diagramas para aclarar sus respuestas. “No hay país que mejor ejemplifique los problemas actuales que el mío. Brasil es el retrato de la globalización. Sólo unos metros separan a los millonarios y los más pobres, pero no existe una convivencia”.
La globalización, según Buarque, ha aumentado la brecha entre clases. “Es verdad que hay un mundo globalizado, pero este sólo pertenece a la clase alta”, subraya. Pone por ejemplo el hotel donde se realiza la entrevista. “Este hotel no se distingue de uno en Nueva York, en Sao Paulo o en Kinshasa”, afirma. “Los ricos vuelan en los mismos aviones, leen los mismos libros, visten la misma ropa y hasta llevan la misma corbata”. Un mundo separado por “murallas modernas”, lo que define como “el telón de oro”: la firme división entre clases. El mayor riesgo, agrega, es el desinterés y la frialdad de la sociedad moderna hacia la miseria. Frialdad ante asuntos tan serios como las “niñas Paraguay” que alude en el libro: menores de edad que se prostituyen en ciudades al noreste de Brasil por 1,99 reales (80 céntimos de euro).
¿La solución?: “La educación. El pueblo no debe aspirar a tener todos el mismo coche, sino las mismas oportunidades”, afirma. Las deficiencias en el sistema educativo originan “el despilfarro de talentos”. “Brasil tiene cinco Copas del Mundo, pero ningún premio Nobel. La falta de preparación y la pobreza son un círculo vicioso”, comenta. Cuando fue gobernador de Brasilia implementó el programa Bolsa Escola, una beca otorgada a cambio de asistir al 90% de las clases. La deserción escolar se redujo de un 10% a un 0,4% y el programa se adaptó a otros países de América Latina.
¿Qué ocurrirá si no cambian las cosas? “La desigualdad será un eufemismo para referirnos a la realidad. La brecha será tan grande que una clase no se reconocerá en la otra. Los seres humanos seremos tan extraños los unos de los otros que será como cuando los europeos llegaron a América y debatían si los indígenas tenían alma”.
Fuente: El País