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Supongamos que alguna vez en su vida ha tenido usted la experiencia de ver una película pornográfica, una de esas de título inequívoco al estilo de Secretarias ninfómanas, La reina del vicio o Brigada anal . Sin lugar a dudas usted no esperó ver en ellas “un sutil análisis sicológico de la ninfomanía digno de Bergman”, ni una “áspera denuncia de la depravación existente en el mundo occidental alla maniera de Fellini”; mucho menos “una recreación descarnada y sin remilgos de la sexualidad contra natura que Bigas Luna no hubiera temido suscribir”.
No. Lo que usted esperó, y sin dudas le brindaron esos filmes, fue una ristra de secuencias innombrables (obsceno, según la etimología, califica lo que no debe mostrarse en escena; impúdico, indecente, indecoroso, no precisan el pudor, la decencia y el decoro puestos en entredicho) en las que el sexo se prodigaba en actos solitarios, diálogos de cuerpos y escenas de masas. Es muy fácil, entonces, clasificar este tipo de cine. La pornografía sólo busca exacerbar el deseo, y en este sentido no es más censurable que el aperitivo de una buena cena.
Ahora bien, cómo reconocer una película erótica, una de esas que si bien no se clasifican como XXX suelen escandalizar a cierto público. No cabe apelar aquí al grado en que te exacerban el deseo. Es un índice tan subjetivo que, de acuerdo a la sexualidad de cada quien, podría incluir filmes que van desde La llegada del tren a la estación de la Ciotat (un fetichista que delire por el vestuario del siglo pasado podría desear desesperadamente a la mujer que pasa frente a la estática cámara de los Lumière) hasta Liberen a Willy (si la zoofilia del espectador no excluye las orcas). El único criterio a seguir parece ser entonces el modo en que te presentan lo sexual.
Desde que alguien tuvo la ocurrencia de enunciar que el arte es una recreación de la realidad (o algo por el estilo), media humanidad anda recreando el mundo con mayor o menor acierto (la otra mitad se dedica a emitir criterios, también con mayor o menor acierto). Y parece haberse impuesto la tesis de que mientras más recreeusted, mientras menos cerca se encuentre de la realidad monda y lironda, más arte existirá en lo que engendre. En el asunto que me ocupa esto se traduce en que mientras menos verista sea la presentación del sexo, más arte habrá sobre la cama. Y si en una película pornográfica, cuyo interés por el arte es similar al de un hambriento por el grado exacto de cocción del bistec que devora, y la gente, sí, de acuerdo, se demora en acciones fútiles, desesperantes para el espectador que quiere verlos echar “un sano polvo”, pero cuando se ponen a ello justifican la espera, en las películas eróticas, aquellas que se valen del sexo para hablarnos además de otros humanos asuntos, éste se nos ofrece, en aras de la “artisticidad” que el eros procura y porneiadesdeña, a través del prisma particular de cada realizador. Abundan, así, las acciones ralentizadas (que otra cosa es tomarse su tiempo para alargar el disfrute); el dar el todo por la parte (la sinécdoque es una muy útil figura retórica, pero uno quiere ver a Megan Fox desnuda y no admirar lo bien arregladas que tiene las manos mientras desarregla los cabellos de la pareja de turno); las mujeres tapadas hasta las cejas en la típica escenapost coitum (al parecer todas las escenas de sexo se filman en invierno); los fugaces desnudos masculinos (nada tengo que objetar, pero las mujeres dirán que si los hombres nos solazamos con las medidas de Sharon Stone en Bajos Instintos, por qué ellas no pueden saber qué número calza Michael Douglas), y los amantes que fuman el sempiterno cigarrillo ( cliché que torna inefectivas todas las campañas contra el tabaquismo).
Así que ya sabe: si un día asiste a ver una película erótica en la que le han dicho que actúa Angelina Jolie, y usted va con la idea de que luego podrá hablar de hombre a hombre con Brad Pitt sobre todos los tatuajes de la actriz, no se sienta estafado si al final tan sólo puede afirmar, y vagamente además, que sí, que todavía se ve buena.
Nota: Las opiniones expresadas por el autor no necesariamente coinciden con los puntos de vista de la redacción de La Voz de Rusia.
Fuente: La Voz de Rusia.